“No
desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar ciento cincuenta años en
Tartessos”
Estrabón
(Geografía III, 2, 14)
TESORO DE EL CARAMBOLO. MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA. |
Historia
de los hallazgos
La
producción del oro está documentado en la Península Ibérica desde
el Calcolítico, pero desde principios del I Milenio antes de nuestra
era, presentamos un incremento en el desarrollo muy rápido, como
consecuencia de la llegada de innovaciones técnicas introducidas por
nuevos colonizadores. De esta forma, los orfebre consiguieron
superar a las ya realizadas en la Edad de Bronce Final y lo que
llevaron a un mejor dominio, ya que antes predominaban las piezas
pesadas, que en algunas ocasiones tenían un peso de varios kilos y
con escasa decoración, y el cambio favoreció a tener objetos
constituido por finas laminas trabajadas con unas habilidades muy
refinadas y sofisticadas para formar los llamativos conjuntos
orientalizantes, cuyo descubrimiento entusiasmó a todos aquellos
estudiosos de nuestro pasado. En los tesoros que brevemente
describiré más adelante, se vera las técnicas utilizadas y
visibles de los tesoros, el granulado, el laminado o la friligana, en
unas joyas que cuentan con una bella decoración en las que
prevalecen las formaciones vegetales y animales reales o fantásticos,
con una clara influencia oriental.
También, desde la
orientalización, los objetos que van saliendo de los talleres
artesanos se diversifica, como las arracadas, unos grandes pendientes
en la que la parte superior arranca una cadenilla para aligerar peso;
diademas decoradas con cabujones en donde se incrustaban gemas;
anillos, en el que algunas ocasiones iban complementado con sellos
donde podían aparecer escarabajos egipcios y otros muchos productos
colgantes o collares tan abundantes considerados tartésicos, la
mayoría asociados a atuendos ceremoniales femeninos como el hallado
en Aliseda y en contextos funerarios, aunque en las circunstancias
que se produjeron sus descubrimientos haga más difícil su
interpretación y por consiguiente conocer su funcionalidad. También
fueron otros objetos que se realizaron en oro como los cinturones,
algunos elementos de vajilla, como los candelabros, pero estos con
una característica y técnica en común, su origen es indudablemente
hispánico, lo que lleva a ser la evidencia más occidental de la
joyería orientalizante extendida por el Mediterráneo a partir del
siglo VIII a. C.
En
el caso de la plata, su utilización es bastante menor, pero en los
últimos años se han hallado algunos objetos que reproducen los
elaborados en oro, por ejemplo: estuches, colgantes y arracadas, a lo
que se puede añadir algunos vasos o el brasero de Aliseda.
Estos tesoros presenta
una naturaleza variada, algunos aparecen en un claro contexto
funerario, como los de Aliseda (Cáceres), Sines (Portugal) o el de
Villajoyosa (Alicante). Respecto al tesoro de El Carambolo (Sevilla),
hay un debate a la hora de interpretarlo, aunque recientemente se ha
considerado un atuendo para los animales destinados al sacrificio.
Algo
parecido ocurre con los objetos de bronce, cuya tipología se
diversifica de un dominio de armas y herramientas sobre el Bronce
Final a un creciente número de objetos de prestigio a partir del
siglo VIII a. C. Lo que lleva a partir de esa fecha, la presencia de
las armas prácticamente desaparece del registro arqueológico, lo
que se interpreta este fenómeno al alejamiento de las aristocracias
locales del mundo militar y guerrero.
También a los ajuares
aristocráticos, junto al oro y el bronce aparece el marfil,
representado ampliamente en los yacimientos tartésicos con unas
piezas de calidad extrema como la arquera de La Joya. En marfil se
han hallado, en abundancia con una serie de utensilios como peines o
lendielas con bella decoración escritas, lo que ofrece una amplia
información sobre las creencias mitológicas de los pueblos
tartésicos a partir del siglo VII a. C., pues en ellos se pueden
observar animales reales e imaginarios como esfinges o grifos, este
último es un híbrido con cuerpo de león y cabeza y alas de un ave
rapaz, otra clara evidencia de influencia de las religiones
orientales, al igual que las escenas míticas de origen fenicio, pero
de complicada interpretación.
El
Tesoro de Aliseda
Era el 29 de febrero
de 1920, cuando dos hermanos (Victoriano y Juan Rodríguez Santana)
estaban buscando arcilla para utilizarlas en unos hornos de tejas y
ladrillos de los que eran dueños, encontraron de forma casual a un
metro de profundidad unos objetos extraños en las proximidades de la
localidad de Aliseda en la provincia de Cáceres (Extremadura). Eran
dos personas de limitada educación y de su falta de bagaje cultural,
razón por la que ninguno de ellos dos se percató de la importancia
de los objetos que acababan de encontrar y ahora poseían, y por
supuesto desconocían en su ilusa imaginación, cuál podía ser el
origen de estas joyas que habían desterrado tan inesperadamente.
Varios días
después, los hermanos Rodríguez se subieron a un tren con dirección
a Cáceres con la intención de vender las joyas en una joyería. Una
tras otra no encontraron joyería alguna que quisieran comprarle las
joyas, pues el aspecto de los hermanos los joyeros no querían
comprar unas joyas que parecían robadas, a lo que algunos de ellos
quisieron denunciarlo a las autoridades, pues para estos joyeros
tenían pinta de sospechosos.
Cuando llegaron a
manos de los expertos, de forma inmediata reconocieron que era de
época prerromana y del enorme valor que tenían los objetos, y por
ello por una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública y
Bellas Artes se asignó este conjunto de piezas al Museo Arqueológico
Nacional, es cuando entra en escena el arqueólogo José Ramón
Mélida Alinari para saber y comprender la historia del tesoro. Lo
mandaron a Cáceres para recoger el tesoro que él lo identificó
como fenicio y con un valor artístico fuera de lo común, pero al
llegar al lugar de los hechos pudo comprobar, para terror suyo, las
lamentables circunstancias en la que se había extraído. Tras un
arduo trabajo de investigación fue incapaz de aclarar si los
hermanos habían encontrado las piezas en el interior de una vasija
de barro o si la hallaron dispersa en una superficie más amplia de
aproximadamente de unos dos metros cuadrados.
El arqueólogo puso
rumbo a Madrid desde Cáceres, porque en esta ocasión el estado
actuó con premura y unos meses más tarde, en septiembre de ese
mismo año, el tesoro ocupaba un lugar privilegiado en las vitrinas
del Museo Arqueológico Nacional de España.
Debido a la
innegable relevancia, lo hallado en esta pequeña localidad, se
convirtió en uno de los hallazgo más importante de la historia
arqueológica española. El tesoro de Aliseda parece formar parte de
un ajuar funerario, aunque todavía no lo pueden confirmar con
suficiente claridad, vinculado a un enterramiento de un hombre y una
mujer de la alta aristocracia tartésica, como lo demuestra la
presencia de un cinturón masculino y una diadema femenina. Dadas a
las circunstancias en la que se produjo el hallazgo impiden precisar
si dicho conjunto se se trata de un simple tesoro o de un ajuar, pero
de lo que están seguro es de que esta datado en el siglo VII a. C.
En un principio
llegaron a plantear la posibilidad de que dichas piezas llegaran
directamente desde Oriente, pero actualmente los especialistas
consideran que el tesoro fue elaborado, con mucha probabilidad, en
talleres peninsulares pero utilizando técnicas claramente fenicias.
Es un conjunto que
esta formado por unas piezas bellamente elaboradas, un vaso de plata,
un brasero, una jarra de vidrio y espejos de bronce, pero es el oro
el que más predomina del que se conservan 285 objetos o fragmentos,
la mayoría de ellos con piedras semipreciosas engastadas, cuya
realización fue mediante técnicas fenicias, como el granulado,
filigrana y soldadura.
Entre todas las
piezas la que más llama la atención es un espectacular collar
formado por varios colgantes y cuatro bolas. Hay unos que destacan
los estuches porta-amuletos rematados de forma magistral por una
cabeza de halcón, otros tienen forma de serpiente y otros imitan a
una luna creciente. En la parte posterior, estos colgantes presentan
un rodillo, lugar por donde pasaría el hilo.
La diadema no deja
de ser llamativa. Esta pieza esta formada por una serie de plaquetas
cuadradas formando una faja doble hilera de rosetas y festones, y con
esferas pendientes de pequeñas cadenas. Se supone que las rosetas
tenían incrustadas unas piedras decoradas, en la actualidad se
conserva una pequeña turquesa. Tan belleza obra se remata con una
decoración de motivos vegetales en cada uno de los extremos
triangulares, por los cuatros cabujones, con unas piedras que se han
perdido y por el borde del compartimentado.
Sobre el brazalete,
esta formado por una imponente lamina de oro con dos series de
espirales entrelazadas saliendo desde el centro hasta sus extremos, y
cuyos remates tienen formas de palmiteras decoradas con flores de
loto. También entre los objetos del tesoro hay un cinturón
llamativo, con cerca de 70 centímetros y formado por una serie de
pequeñas placas de oro que representan a una especie de héroe
luchando con un león y grifos alados. A pesar de no poder saber los
motivos que llevaron a encargar la fabricación de este objeto, por
la elaborada técnica con la que se hizo cabe indicar que fue por
orden de un caudillo local para, a partir de la icono grafía
oriental que representa, utilizando como un símbolo de poder y
reafirmar su autoridad.
La jarra de vidrio
verde de origen egipcio llama la atención por la existencia de una
decoración con escritura jeroglífica. Con un diámetro de 15
centímetros y presentando un cuerpo piriforme con un as y boca
trilobulada.
TESORO DE ALISEDA. MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL |
El
Tesoro de El Carambolo
A tres kilómetros
de la capital hispalense, Sevilla, hacia el Oeste, se encuentra una
serie de modestos cerros que se elevan a 100 metros del Guadalquivir,
que son conocidos con el nombre de Carambolos. En uno de los cerros,
próximo a la localidad de Camas se sitúa la Real Sociedad de Tiro
de Pichón de Sevilla. Esta ubicada en ese lugar desde que compraron
un terreno en 1940 para iniciar una serie de obras con la intención
de establecerse definitivamente en tan placido enclave. En esas
fechas hay algunos miembros de la agrupación son conocedores de una
longeva leyenda sobre la presencia de un tesoro oculto, pero nadie
presta interés a dicho relato que para ellos se alejan mucho de la
realidad.
Durante varios meses
de trabajos a contra reloj, por el motivo de que estaban próxima las
fechas del evento internacional que se iban a celebrar en dichas
instalaciones, el arquitecto que dirigía las obras se dio cuenta de
que una ventana del edificio va a quedar a la misma altura que una de
las terrazas de la construcción, por lo que ordeno excavar 15
centímetros más antes de que colocaran el pavimento y así se
solucionaba el problema.
Fue el 30 de
septiembre de 1958, un albañil natural de Medina Sidonia, Alonso
Hinojo del Pino, fue a cumplimentar las ordenes trasmitidas por el
arquitecto, al poco de empezar, su pico impacta sobre un objeto en el
que produce un sonido extraño haciéndole detenerse para comprobar
que algo fuera de lo normal allí se encontraba enterrado en ese
mismo lugar. Sin saber este humilde albañil que iba ser protagonista
de uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la
arqueología española.
Dicho
descubrimiento, llamó la atención de varios compañeros que en ese
momento estaban alrededor de él. Empezó a retirar la tierra que
cubría el llamativo objeto, pudo observar una especie de brazalete
de color dorado que, sin tener conocimiento, resultó ser de oro de
24 quilates. Tras una primera evaluación comprobaron que faltaba uno
de los adornos, por lo que prosiguieron excavando en busca del resto
del brazalete, sin llegar a imaginar en el mejor de los casos lo que
iba a pasar a continuación. Varios minutos después el grupo de
obreros se topó con un recipiente cerámico cuyo contenido eran
otras muchas piezas, pero para mayor desgracia para los futuros
arqueólogos la falta de destreza de los obreros hizo que el
recipiente se rompiese en pedazos sin posibilidad de reconstruirlo.
La falta de conocimiento fue aún peor que la capacidad para
identificar la importancia que tenía el accidentado descubrimiento
mientra hacían su trabajo, pues todo ellos creyeron que todas esas
piezas solo eran simples imitaciones de joyas antiguas, hechas con
latón o cobre, razón por la que decidieron repartirla entres los
presentes, con tal desconocimiento que unos de los obreros, con una
falta de valor de dichos objetos, empezó a doblar repetidamente uno
de las piezas con forma de piel de toro hasta conseguir romperla por
la mitad, causando un daño irreversible a uno de los objetos más
llamativos del tesoro allí descubierto, El Carambolo.
Tal revuelo fue
provocado entre los trabajadores que poco a poco fueron llamando la
atención de algunos de los miembros de la directiva de la Real
Sociedad del Tiro de Pichón, terminaron de enterarse de los hechos,
con la fortuna de que tuvieron el buen criterio, pidiendo la
intervención de las autoridades para que determinaran con
detenimiento el tesoro. Al mando de las investigaciones pusieron a
uno de los máximos expertos en el mundo tartésicos, el arqueólogo
Juan Mata de Carriazo y Arroquia, que tras un riguroso estudio
presentó un informe alertando sobre el enorme valor del conjunto
hallado añadiendo la negligencia por parte de uno de los
trabajadores, que atemorizados por las responsabilidades por el trato
vejatorio hacia el tesoro arqueológico comenzaron a devolver de
forma inmediata y sin rechistar las piezas subtraidas.
El profesor Carriazo
describió el tesoro, según sus palabras, estaba compuesto por 21
piezas de oro de 24 quilates, con un peso total de 2.950 gramos, en
el que se destacaba una serie de joyas bellamente decoradas y
realizadas por un delicado estilo. La conservación del tesoro era
bueno a excepción de aquellas muestras que sufrieron durante el
descubrimiento. Sobre la cronología del hallazgo, el profesor
Carriazo decidió en no arriesgar demasiado por lo que estableció un
amplio margen temporal entre los siglos VIII y III a. C., para
después decir que estas riquezas eran digna del rey Argantonio. En
la actualidad, la fecha en que los investigadores datan de la
fabricación del conjunto es del siglo VII a. C., aunque el collar lo
datan de una fecha posterior, entre los siglos VI y V a. C.
TESORO DE EL CARAMBOLO (REPLICA). MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA. |
Sobre la naturaleza
del tesoro, al día de hoy hay una polémica sobre el origen de las
piezas, una idea secundaria por los trtesiólogos y ciertos sectores
del nacionalismo andaluz, creyeron ver en el propio tesoro una huella
lejana de la existencia de una civilización antigua y ampliamente
desarrollada mientras otro opinan que se trata de un ajuar propio de
animales sacrificados en templos fenicios y en honor a los dioses
Baal y Astarté (hipótesis esta última corroborada por recientes
estudios arqueológicos).
Por lo general, las
piezas que conforma el tesoro están abundantemente decoradas,
constituyendo una muestra de un arte majestuoso con una evidente
unidad estilista. Destacando el collar de oro, de un peso de 260
gramos, con dos cadenas de 30 centímetros, rematadas con una anilla
y un travesaño. La pieza cuenta con un pasador fusiforme, otras 16
cadenillas de reducidas dimensiones y 7 colgantes con apariencia de
sello signatario, cuya decoración es a base de filetes soldados,
representando triángulos o dobles arcos y discos con un botón
central. El pasador lleva incorporado un cilindro en el que se
insertan los dos ramales de la cadena por uno de sus lados, mientras
que por el otro se encajan 16 cadenillas.
Los pectorales es de
forma rectangular, con los lados cóncavos, terminando sus extremos
en tubos para poder introducir cordones o cadenas para sujetar la
pieza al pecho. Su peso de 245 y 200 gramos, es su decoración
distinta, pues la mayor es muy similar a la de los brazaletes, con
rosetas encapsuladas, semiesfera y filetes con pinchos, mientras que
la menor tiene más parcido a la de los colgantes del collar.
Los brazaletes
tienen 10 centímetros de altura y 12 de diámetro, siendo su peso de
550 y 525 gramos respectivamente. Formados por dos planchas, unidas
por sus extremos con unos remaches. La parte exterior está decorada
con cinco filas de semiesfera soldadas, alternadas por cuatros filas
de rosetas. También se encontró 8 placas formadas por dos láminas
separadas y unidas por remaches, con una extensión de 9 por 5
centímetros y un peso total de 380 granos para las 8 placas. Algo
mayores son otras 4 placas de 11 por 6 centímetros y un peso de 450
gramos, en este caso la decoración es parecida a la de los
brazaletes, destacando la unidad del conjunto, a las que debemos
añadir otras cuatro placas de 11 por 4,5 centímetros y un peso de
320 gramos.
El tesoro de El
Carambolo es un majestuoso trabajo de orfebrería fenicia, para la
que se emplearon diversas técnicas como el fundido a la cera
perdida, troquelado laminado y soldeado. La presencia de
concavidades en algunas de las piezas nos sugiere la utilización de
piedras preciosas o de origen vítreo ahora desaparecidas.
El tesoro original
esta custodiado en la caja fuerte de un banco, siendo una
reproducción el que esta expuesto en el Museo Arqueológico de
Sevilla.
El Tesoro de Ébola
Casi
un mes después del hallazgo del tesoro de El Carambolo, un joven
campesino llamado Francisco Bejarano encontró de forma casual una
pequeña vasija repleta de joyas de oro. Fue en la lejana fecha del
23 de noviembre de 1958 y ese día los trabajadores del cortijo de
Ébora en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, se empleaban a fondo para
arar unas tierras que habían adquirido y que hasta ese momento
habían estado sin uso, siendo el notable aumento del precio del
trigo lo que había llevado a esta situación.
CORTIJO DE ÉBORA, |
Un dato curioso de
este cortijo, es que siglos atrás perteneció a los Duques de Medina
Sidonia, pero en 1641 tras perder el señorío de Sanlúcar de
Barrameda, después de la sublevación de Andalucía, se vieron
obligados a vender su propiedad, por ser condenados por dicha
sublevación a pagar 200.000 ducados, situado en el contexto de la
profunda crisis acontecido durante el reino de Felipe IV por la
consecuencia de los reveses sufridos por la monarquía hispana
durante la Guerra de los Treintas Años, situación que aprovecharon
los portugueses para conseguir su independencia y por las partes
pudientes catalanas, acaudilladas por Pau Claris, canónigo de la Seo
de Urgel y presidente de la Diputación General de Cataluña, para
saldarse el mejor postor y poner a los catalanes bajo la soberanía
del rey Luis XIII, para de esta forma poder conservar sus privilegios
y aumentar su riqueza, pero ahora dentro de la Francia borbónica.
En Andalucía,
quisieron seguir el ejemplo portugues y catalan por el IX duque de
Medina Sidonia y el VI marqués de Ayamonte, quienes pretendieron
sublevar a Andalucía contra el rey para instaurar una monarquía
encabezada por el propio duque, pero cuyos planes se vieron
clausurados al más fiasco hundimiento al ser descubierto por los
agentes del rey.
El tiempo pasaba y
el cortijo de Ébora cayo al olvido, pero por el fortuito
descubrimiento del tesoro volvió a poner este modesto enclave
gaditano en el mapa a todos aquellos interesados en el estudio de
nuestro pasado. Pero por desgracia para el tesoro y su historia tuvo
el mismo trato degradante que los tesoros de Aliseda y El Carambolo,
los trabajadores no tuvieron sensibilidad con el enorme valor
arqueológico del conjunto encontrado, por lo que el trastorista y el
vaquero mayor de la finca no dudaron lo más mínimo para vender las
piezas a un joyero, que al joyero le faltaba tiempo para fundir las
piezas y así borrar el rastro de su procedencia, pero por fortuna
fue evitado por la Guardia Civil tras recibir un chivatazo de algún
desconocido del cortijo.
Un año después,
entre el 23 de julio y el 23 de agosto de 1959, los arqueólogos
comenzaron la excavación del lugar, con la intención de interpretar
el valor histórico del propio tesoro, y con la intención de
investigar la naturaleza del asentamiento cuya ocupación lograron
detectar desde los momentos finales del Neolítico. Fijando la
creación el poblado durante la Edad del Hierro. Siendo los restos
materiales encontrados similares a los de los enclaves turdetanos de
su entorno. El análisis del registro arqueológico, en especial los
ajuares domésticos y los restos de cerámica, permitió a dichos
investigadores poder relacionar este yacimiento turdetano con los
poblados tartésicos del interior andaluz. Sobre el estudio de los
elementos habitacionales, se pudo detectar la destrucción de los
edificios, con la probabilidad para el aprovechamiento de los restos
arquitectónicos para la construcción de nuevos espacios,
evidenciando una importante secuenciación de culturas.
Referente al tesoro,
el descubrimiento se puede dividir en tres etapas. La primera fue el
hallazgo del tesoro por Francisco Bejarano el 23 de noviembre de
1958, cuando salieron a la luz un total de 43 piezas de oro. La
segunda etapa estaba dirigida por la constancia de las autoridades en
recuperar parte de las piezas que habían tratado de ser vendidas
ilegalmente, y por último estuvo relacionada con la propia
excavación del lugar, en la que el buen labor de los arqueólogos
encontraron 30 nuevas piezas de oro junto a otras 38 de cornolina.
Las cuales fueron entregadas en su totalidad al Museo Arqueológico
de Sevilla en el año 1961, lugar donde están depositada para poder
ser contempladas a todas aquellas personas que quieran presenciar tan
espectacular tesoro, de cuyos objetos más significativo destaca la
conocida como la gran diadema o los fabulosos colgantes, similares a
los que se pueden observar en la Dama de Elche.
TESORO DE ÉBORA. MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA. |
La gran diadema, se
puede considerar como una gran obra de orfebrería, y eso que se
encuentra incompleta. Destacando su magnifica decoración de rostros
humanos en la que tienen una similitud a las halladas en Aliseda e
incluso en la hallada en la localidad de Jávea, con un sistema de
articulación para adaptar la pieza a la frente. Con relación a la
diadema se encontró dos colgantes con cadenas y barriletes,
probablemente unidos a la diadema conformando una auténtica obra de
arte. Si la diadema recuerda a lo encontrado en Aliseda, los
colgantes se aproximan a los vistos en El Carambolo, configurando
unas formas estéticas que se desarrollaran en la cultura ibérica. A
pesar de no llegar a tener el valor de las anteriores, también se
encontraron otras piezas, como varias cuentas de collar, tanto de
cornalida como de oro, incluso una serie de anillos, arracados y
zarcillos de bella factura.
El Tesoro de Villena
Era
la década de los sesenta del siglo XX cuando se produce la
definitiva apertura de la economía española hacia el exterior. El
auge del turismo y el comienzo de nuestro verdadero despegue
industrial provocaron el crecimiento de la clase media y un
esparcimiento demográfico que vino acompañado de un proceso de
crecimiento de la vida urbana en las regiones con mayor vitalidad
económica de España. Este aumento de la actividad urbanística se
detectó en la localidad alicantina de Villena, lo que forzó la
búsqueda de lugares más apartado de la localidad con la intención
de extraer materias primas como grava para la fabricación de
hormigón.
Fue
en el mes de octubre de 1963, en el transcurso de una obra en la
calle Madrid de dicha localidad, estaba trabajando uno de los
albañiles de nombre Francisco García Arnedo, quién de forma
fortuita encontró una pieza metálica entre la grava que él
considero que era una simple pieza metálica del engranaje de un
camión. Sin dudarlo, fue en busca del capataz, al igual que el
albañil sus conocimientos sobre historia eran nulos, a lo que el
capataz no tuvo otra idea que dejarlo en un lugar visible para ver si
llamaba la atención de alguien más perspicaz que él. Pasaban los
días y la pieza, a pesar de estar a la vista, era invisible para los
que allí pasaban y sin nadie saber que estaban muy cerca de provocar
una auténtica conmoción entre los arqueólogos españoles.
Hasta que llego un
día, unos ojos se fijaron, fue otro albañil, Francisco Contreras
Utrera, quién decidió hacerse con él y llevárselo a casa, pero no
con la noble intención de proteger y estudiar el objeto para saber
de su pasado, si no para poder sacar tajada con la venta de la pieza
que para él debía tener un alto valor económico. No se equivocó,
su mujer, Esperanza Fernández, decidió llevarla a una joyería
regentada por Carlos Miguel Esquembre Alonso, fue el día 22 de
octubre de 1923, quien de forma inmediata se percato de la
importancia de lo que parecía ser un brazalete, y decidió avisar al
arqueólogo local José María Soler García, quien no dudo un
instante en poner en conocimiento del juez de instrucción de Villena
antes de comenzar a indagar para averiguar si el hallazgo podía
estar relacionado con la existencia de un conjunto arqueológico da
mayor importancia.
Desafortunadamente,
las circunstancias en la que se produjo el descubrimiento hicieron
imposible continuar con la investigación, pero fue otro hecho
fortuito el que puso al arqueólogo Soler García sobre la pista, fue
el 25 de noviembre del mismo año, recibió otra llamada del mismo
joyero avisándole de que un nuevo brazalete de oro, de las mismas
característica, había caído en sus manos. En esta ocasión fue
por Juan Catalayud Díaz, transportista de gravas, acompañado por su
pareja Esperanza Martínez Morales, los que se presentaron en su
joyería con el brazalete para venderla, en la que la pareja
aseguraba que pertenecía a una de las abuelas de Esperanza. Cuando
el joyero advirtió a la pareja sobre la longeva antigüedad del
brazalete, y con un aparente descaro, alegó la mujer que su abuela
era una mujer muy anciana, sin llegar a imaginar que la edad a la que
hacía referencia era de miles de años. La conclusión que le llevo
al joyero a comprobar que la pareja mentía con un descaro evidente y
su habilidad para reconocer las antigüedades se le añadió la falte
de la simple molestia de limpiar las adherencias terrosas del
brazalete, que por cosas del destino resultaron ser de las mismas
características que las aparecidas en la anterior.
Una vez analizado el
brazalete por el arqueólogo, decidió poner el caso en manos de la
Justicia, algo que llenó de temor a Juan Calatayud, quien se
presento el día 26 en la casa del arqueólogo para reconocer toda la
verdad: le contó, que el brazalete había parecido en una rambla
cercana a la localidad, en las faldas de Sierra Mordón. Por dicho
motivo, el juez de inspección ordenó que se llevase a cabo una
inspección ocular del terreno el día 30 de ese mismo mes,
iniciándose la búsqueda del que tendría que ser uno de los más
importantes tesoros de la arqueología española.
El 1 de diciembre,
el arqueólogo José María Soler se personó en la Rambla del
Panadero, emplazado a cinco kilómetros de Villena, con la compañía
de los hermanos Enrique y Pedro Domenech Albero y con los hijos de
este último. El arqueólogo ya estaba familiarizado con la zona,
pues en las proximidades se habían encontrado las ruinas de unos
barracones islámicos en mal estado de conservación. Después de una
exploración del lugar, el equipo consiguió localizar una pequeña
círea de unos 30 metros cuadrados en donde podrían haber aparecido
los brazaletes. Inmediatamente, José María Soler tomo la decisión
de hacer caso a su intuición, iniciando unas excavaciones en una
zona con restos de incineración, pero el trabajo realizado fue
insustancial. En ese lugar apenas se podía hacer algo más y esa
misma tarde decidió arrojar la toalla y regresar a Villena. Fue en
ese instante cuando se produjo un hecho fortuito que dio como
resultado final lo que el arqueólogo buscaba, fue cuando Pedro
Domenech se desplazó unos metros en un último intento volvió a
utilizar su asada pera profundizar en el terreno y descubrir un par
de brazaletes junto al borde de una vasija.
Pero la oscuridad
hizo acto de presencia gradualmente y para desgracia del equipo
carecian de los medios necesarios para desenterrar el conjunto de
piezas con un mínimo de garantías. El arqueólogo José María
Soler no se llego a plantear la posibilidad de cubrir el hallazgo y
regresar cuando las circunstancias fueran más favorables, por lo que
tomo la decisión de enviar una nota a su abogado Alfonso Arenas
García pidiéndole que se pusiera en contacto con un fotógrafo para
conseguir los medios necesarios de iluminación para poder trabajar
en esta cuyuntura tan poco favorable. Se presento el abogado con un
fotógrafo en la zona al poco tiempo, el fotógrafo Miguel Flor Amat
tomó algunas fotografiás del hallazgo, para posteriormente extraer
la vasija y con un taxi llevar el hallazgo hasta el despacho del
arqueólogo.
La primera
exposición no se hizo esperar, siendo en las navidades de ese mismo
año. El escenario escogido fue en las dependencias del Museo
Arqueológico de Villena, que desde ese mismo instante, dicho tesoro
se convirtió en el núcleo principal, siendo la pieza clave de un
museo que cada año recibe miles de visitas. Debido a la importancia
que llego a tener el hallazgo, también fue expuesto en Madrid y
Alicante, llegándose a trasladar hasta Japón para ser expuesto en
las ciudades de Tokio y Kioto. No es de extraño interés que tiene
este país del Lejano Oriente, siendo el tesoro de Villena uno de los
hallazgos más destacables de la Edad del Bronce europea, cuya
magnitud le convierte en la vajilla áure más importante de España
y en la segunda de Europa, solo por detrás de la descubierta en las
Tumbas Reales de Micenas (Grecia).
TESORO DE VILLENA. FOTO: MUSEO ARQUEOLÓGICO DE VILLENA |
Conformado
por 66 piezas, la mayoría de oro y otras de plata hierro y ámbar,
con un peso que roza los 10 kilógramos, entre los que predominan 28
brazaletes y 11 cuencos de oro. Los brazaletes en términos generales
se caracterizan por no tener los estiemos separados y tiene un
diámetro que no sobrepasan los 6 centímetros, con un peso medio de
184 gramos. Su fabricación se llevo a cabo a partir de una serie de
operaciones: primero se procedió a la fusión de tiras planas
convexas y después se obtuvieron una serie de surcos de las molduras
que dejarían en el fondo de las ranuras unos pequeños filetes.
Luego se llevo a cabo una perforación de los calados centrales con
un punzón o cincel y finalizado con la transformación de las
molduras en aros.
Los
cuencos están fabricados con una chapa de oro con formas de casquete
semiesférico y cuello corto, lo que se asemejan a los modelos
presentes en las vasijas argáricas. Su decoración es geométrica y
a partir de una serie de puntos en relieves realizadas con un punzón
desde el interior de la pieza. El tercer grupo esta compuesto por
frascos, tres de plata y dos de oro, pero todos tienen la misma forma
y decoración. Con un cuerpo en forma de esfera y con un aplanamiento
en la base y de cuello cóncavo. Su decoración de lleva a partir de
dos molduras horizontales y paralelas. Además, el tesoro cuenta con
otras piezas con broches o botones, cuencos semiesféricos, carretes,
láminas o anillos con diversas funciones, y cuyo estudio resultó
fundamental para procurar de averiguar el origen y la cronología del
conjunto.
El
arqueólogo José María Soler, fue el primero en desafiar el enigma
y todos los interrogantes que fueran apareciendo a tan prodigioso
descubrimiento, quien relacionó el tesoro con el que previamente se
había descubierto en el Cabezo Redondo, por las evidentes
similitudes entre los objetos hallados, en especial a los brazaletes
del tesoro de Villena y en los cuencos áureos. Y por si fuera poco,
el arqueólogo Soler detectó que en la vasija donde se había
ocultado las piezas de ambos conjuntos eran argáricos. Según Soler,
el tesoro debía de haberse elaborado en un taller local con mucha
probabilidad está relacionado con el existente en el poblado de
Cabezo Redondo, mientras su cronología debía de encontrarse en los
albores del I milenio a. C., en un contexto del Bronce Tardío, como
indica el tipo de decoración siendo muy parecida a la presente en
otros yacimientos españoles y europeos.
El
arqueólogo Soler y el historiador Joan Maluquer insisten la
importancia de relacionar el tesoro con los poblados de la Edad del
Bronce situados en las proximidades de Villena en las que las
artesanía indígenas halladas es de tendencia argárica. Según el
historiador Maluquer, las piezas del tesoro podrían formar parte de
una orfebrería indígena pretartesia, según él, con una técnica
primitiva y en la línea del vaso camapaniforme. La utilización de
este tipo de objetos nos revela sobre la existencia de una sociedad
acostumbrada a la opulencia y a la ostentación, y poder asimilar los
influjos culturales fenicios desde las colonias del litoral-
La Riqueza de
Tartessos
El aumento de los
contactos comerciales con los pueblos colonizadores de oriente
favoreció al incremento en las comunidades tartésicas, fenómeno
claramente constatado gracias a los hallazgos múltiples tesorillos
disperso en un territorio tan amplio como el que comprende entre el
Sur de Portugal hasta la provincia de Alicante.
Al margen de lo
visto hasta el momento, hay otros que llamaron la atención por su
gran valor arqueológico. Siendo uno de ellos los mal llamados
Candelabros de Lebrija, mal llamados porque en realidad estos objetos
fueron utilizados en ceremonias religiosas como objetos de culto,
probablemente para quemar perfumes. Fueron descubiertos el 26 de
abril de 1923 en la finca de la Higuera del Pintado, situadas en las
inmediaciones del castillo de la majestuosa localidad sevillana de
Lebrija, siendo su cronología establecida para los siglos VII y VI
a. C.
Se compone de seis
objetos siendo bastante similar, con forma tubular, con dos discos
superpuestos y con una altura aproximada de 70 centímetros, con un
diámetro mínimo de 3 centímetros en la parte más estrecha y de
11,3 la más ancha, y con un peso superior a 1 kilógramos. Se cree
que fueron utilizados por los tartessos en el periodo orientalizante,
situándolos en un altar durante las ceremonias religiosas o
funerarias.
El tesoro de
Serradilla, actualmente conservado en el Museo de Cáceres, es junto
con el de Aliseda un buen ejemplo de lo que fue la orfebrería
tartésica en el área extremeña. Para entender las circunstancias
en la que fue encontrado, debemos retroceder al verano de 1965. Era
una cálida mañana de verano en la que un hombre tullido, tratando
de protegerse de un sol abrazador entre unas calles estrechas de
Plasencia llego a una calle dónde se encontraba la relojería Vega,
para mostrarle al joyero unos fragmentos de cadenas y joyas de oro
con la intención de conseguir un buen pellizco por ello. Sin saber
la reacción del propietario y del que se supone que le joyero quedó
bastante impresionado tras examinar minuciosamente las piezas de oro,
lo que le ofreció la tentadora cantidad de 100.000 pesetas, que en
esa fecha era una cantidad muy golosa, a lo que este hombre acepto.
El joyero le invitó a que esperara en la joyería mientras el iba al
banco a por la pequeña fortuna.
Pasado varios
minutos, Julián Cardador Gómez, es como se llamaba el tullido y
portador del tesoro, observó como el joyero traspasaba el umbral de
la puerta, pero no con el dinero, sino con la compañía de dos
guardias que procedieron al arresto y el traslado hasta las
dependencias policiales. Con estos hechos parecía resuelto el robo
que había sido denunciado unos días atrás cuando un desconocido y
del que no se tenía pista alguna y había robado sacrílegamente
unas joyas en una de las iglesias de la comarca.
Fueron pocos los
miramientos que tuvieron con Julián, al que se le conocía con el
desafortunado mote de “Madame” (voz españolizada de la
francesa madame empleada como cortesía, equivalente a señora. En
ocasiones usado de forma irónica o sarcástica), fue llevado ante el
juez que no se lo pensó, he inmediatamente ordeno el ingreso a
prisión de este barquero de Serradilla, localidad enclavada en el
corazón del parque de Monfragüe. Hundido en el pantanoso terreno de
la desesperación, el pobre Madame se pasó los días posteriores
clamando su inocencia, pero de nada podía servir. Una tras otra
aseguraba que él no era un criminal, que simplemente había
encontrado un tesoro en el interior de una vasija enterrada cuando
labraba en unos cancholes en el paraje de Cholrito, a unos 3
kilómetros de Serradilla.
Mientra Julián se
debilitaba en el calabozo de Plasencia, unos guardias se personaron
en su hogar para tomar declaración a su fiel esposa Francisca, quien
no dudó en ningún momento en ratificar la versión de su marido.
Según Francisca, su marido había encontrado las joyas en unas
tierras de su propiedad. Posteriormente, continuó la esposa, que su
marido las había guardado en su casa sin tener la más mínima
sospecha del gran valor que tenían.
El testimonio de
Francisca no fue lo suficiente convincente para sacar a su marido de
la cárcel, y a lo que parecía que la situación se le ponía más
difícil al infeliz Julián, se produce un repentino giro de
acontesimientos cuando el párroco de la iglesia expoliada
certificando que esas piezas de oro llevadas hasta la relojería Vega
no eran las que habían sido robadas, por lo que Julián pudo
recuperar su libertad después de tan nefasta experiencia con el
condenado tesoro tartésico del que no quiso saber nada más.
Inmediatamente las piezas fueron inspeccionadas por un experto grupo
de Bellas Artes, que dictaminaron que dichas joyas podían
considerarse orientalizantes y con mucha probabilidad de ser
tartésicas.
El tesoro esta
compuesto por 24 piezas de oro con un peso total de 103 gramos,
destacando las arracadas, cadenillas y placas, aunque lo más
significativo es el hecho de que algunas aparezcan fragmentadas y a
medio fundir, por lo que se interpreta como un simple atesoramiento
de productos de desechos para refundirlos y aprovechar el oro para
una nueva fabricación de piezas. En términos generales, podemos
destacar la barroca decoración de filigrana y el granulado de unas
piezas, al igual que el detallismo con el que son tratados las
arracadas y las placas, lo que llevo al arqueólogo e historiador
Almagro Gorbea a datar el tesoro en un momento avanzado entre el
siglo VI y V a. C., aunque no faltan lo que retrasen la fecha hasta
el siglo VII a. C. por las semejanzas con el tesoro de Ébora.
Una nueva
demostración de esta fastuosidad asociada a las clases dirigentes de
la sociedad tartésica se encuentra en los anillos de oro encontrados
en yacimientos como La Joya (Huelva), donde apareció uno de estos
ejemplares decorado con un grifo en posición sedente y con las alas
desplegadas muy similar al aparecido en Tamassos.
En el sur de
Portugal también han aparecido joyas, por ejemplo el tesoro de
Baias.
En estos casos aquí
mencionados han tenido algo en común, que el hallazgo de cada uno de
ellos ha sido de una forma lamentable, ocasionando unos daños
irreparables.
Bibliografía:
-”El
Enigma TARTESSOS”.
Ramos, Javier;
Martínez-Pinna, Javier. Editorial ACTAS
-”Breve
historia de TARTESSOS”.
Carrillo, Raquel.
Editorial Nowtilus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario