sábado, 20 de agosto de 2022

CHARLES WAINRIGHT MARCH, VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

 No existe más que una Ronda en el mundo  y los españoles tendrían que haberla considerado la octava maraviglia en vez de al Escorial. Habría que tener en cuenta, no obstante, que esta última obra es el producto de la constancia del hombre, mientras que, en el otro caso, el panorama de Ronda lo es de la naturaleza.

Charles Wainright March





Fecha del viaje: 1852

Periodista y ensayista neoyorquino. Tiene gala, y lo hace constar en las primeras líneas de su obra, siendo uno de los primeros viajeros que limitan su recorrido solo por Andalucía, por estimarla de más interés que el resto. En los prolegómenos de su libro, se propone dejar claro que a la hora de escribir sobre nuestro país, tres compatriotas, el Trunvirato americano, que hace un tiempo que entraron ya a saco repartiéndosela: Irving, apropiándose de la España romance; Prescot, de la histórica y Ticknor, de la literaria. 

   Por parte del americano quiere, como uno más, adentrarse en el ambiente festivo que le rodea y para ello cuenta, en primer lugar, con su transformación exterior, a la que ve así:

Estaba en Ronda vestido de majo, quería actuar como si lo fuera. Era cierto que el color de mi cabello ni mi figura eran propiamente andaluces, ni mi deje recordaba siquiera al de la lengua castellana; pero mi deficiencias en estos aspectos la suplía dedicando mi atención al papel que había asumido: asistir a los espectáculos, familiarizarme con los fandangos y mostrarme amable con las muchachas. Eso fue, poniendo todo mi empeño, lo que hice.

   Entre los espectáculos que él presencia no podía faltar la corrida de toros, ya que lo defiende como un aficionado más de la tierra:

La corrida se iba a celebrar después del mediodía; antes fui con José a visitar la plaza en la que iba a tener lugar. Se alza en la Alameda, que se adorna con rosas y otras hermosas plantas y da a un barranco de inmensa profundidad. El parque incluye un panorama de montañas que es la vista más impresionante de Ronda y, puede, que del mundo. No existe más que una Ronda en el mundo  y los españoles tendrían que haberla considerado la octava maraviglia en vez de al Escorial. Habría que tener en cuenta, no obstante, que esta última obra es el producto de la constancia del hombre, mientras que, en el otro caso, el panorama de Ronda lo es de la naturaleza. A una persona que le apasione lo pintoresco, no debería hacer nada mejor que utilizar todos los medios a su alcance para visitar esta población.

   Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que en las funciones de toros intervenía lo más granado de la nobleza castellana. Hoy las cosas son diferentes y los modernos toreros actúan no por fama, sino por dinero. Arriesgan su vida por unas cuantas pesetas que, casi siempre, gastan en vicios.

   Tomé asiento en esta ocasión con José entre la canalla, en el lugar más cercano al toril, del que sólo nos separaba un pasillo de unos cuantos pies de ancho. La barrera, sin embargo, era lo suficiente alta y consistente como para que pudiera superarse fácilmente. Los toros, esta vez, eran de excelente casta y alimentados con los mejores pastos; tal vez Cuchares tendría que desplegar toda su sabiduría si pretendía salir con bien del enfrentamiento. En cualquier caso, no me propongo aquí detallar las fases del espectáculo, ya que la descripción que dejé del de Sevilla, con el mismo protagonista, además, responde por todos. Sólo diré que mataron sesenta caballos y doce toros en la función y en que la gira de verano que emprendió Cuchares, la corrida de Ronda se consideró como un hito en su carrera. Los toros fueron bravos y lucharon fieramente. El mismo Cuchares pareció actuar con amore y no simplemente por dinero. Se decía de él que mientras lo de su profesión despilfarraban alegremente las ganancias, él era muy ahorrativo.

   Una vez finalizada la corrida, aprovecha Charles Wainright la proximidad de la Alameda para dar un paseo. La encuentra llena de vida con toda clases de gentío que ostentan las más diversas prendas: "sucios judíos, moros de amplios pantalones, pintorescos contrabandistas, catalanes de rojos gorros, vistosos majos, fanfarrones toreros, oficiales  de Gibraltar y europeos de casi todos los países" y por supuesto muchachas de la vecindad, pues es creencia del americano que Ronda tiene un acceso demasiado difícil para justificar la presencia de mujeres de otras regiones. Dilata su paseo fuera de los límites de la ciudad y la atmósfera irreal que descubre, iluminada por la luz de la luna, le fascina:

Precipicios inminentes se levantaron sobre mí, dentados y amenazadores. Las rocas se apilaban unas sobre otras, confusamente, como si los mitológicos titanes hubieran intentado escalar los cielos por aquí. Entre la ciudad y mi persona aparecía el tremendo abismo, cuyos temores se hacían más profundos bajo los tímidos rayos de luna. El aliento de la montaña, alimentando durante el día con las incontables flores silvestres, cargaban el aire con su perfume. Feliz, pensaba yo, el hombre que puede contemplar tales escenas, que puede oír tales sonidos del agua, que puede inhalar tales dulzuras.

   Antes de marcharse de Ronda, el americano presencia otras funciones menos crueles que la de los toros, aunque con numerosos partidarios, en las que el protagonista es otro animal:

   Durante mi estancia en Ronda, asistí a una función de puercos, que es así como lo llaman. Y es que ¿por qué no van a tener los cerdos una función como los toros? En otras palabras: una lotería de puercos. El precio de los billetes era muy bajo, unos cuantos peniques solamente. Y el único miedo que tenía al participar era que me sonriera el éxito, ya que ¿qué iba a hacer yo con un cerdo si es que me tocaba?. Afortunadamente no tuve suerte y no me tocó.

   La cría de cerdo en España es excelente, quizás superior a la de cualquier otro país. Es la carne favorita de los españoles y no sé el motivo;  al menos que lo hagan para fastidiar al judío y al musulmán, ninguno de los cuales soportan al sucio animal. El que habían elegido para esta función era negro y tan gordo como para renunciar a moverse. Cuando se vendieron todos los billetes, el director de la función sorteó los números, como si llevara a cabo el más solemne de los deberes. El interés de los espectadores parecía tan grande como si el destino del reino, más que el del cerdo, dependieran del resultado. El favorecido por la fortuna fue un carnicero de profesión que marchó muy ufano con el premio aunque acompañado por los silbidos y comentarios soeces de sus desilusionados rivales. En esta ocasiones la sal andaluza suele surgir a raudales. En Ronda, donde los majos se encuentran en su ambiente, nunca faltan funciones. En la del cerdo, en concreto, hay motivos de sobra para las bromas.

   Pero las alegrías del alma humana son transitorias. Mis tres días en Ronda, la máxima estancia que me podía permitir, expiraron. Contemplando su insondable abismo y su línea de murallas, volví la cabeza con tanta pena, casi, como los moros expulsados por Fernando el Católico, camino de su destierro.


Bibliografía:


- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2007.


- "Viajeros del XIX Cabalgan por la Serranía de Ronda, El camino inglés". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2006.


- Otras fuentes en internet.