domingo, 17 de julio de 2022

CHARLES DUDLEY WARNER - VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

 Ninguna parte de la ciudad, pese a su antigüedad la conserva ahora. Es totalmente moderna y falta de interés. El lugar sólo merece una visita por su historia y su pintoresca situación. Nada más existen dos objetos dignos de atención:  uno es la hermosa alameda y sus jardines de rosales, en la zona más nueva de la población desde cuyos balcones se observa un impresionante precipicio de rocas.

Charles Dudley Warner



Fecha del viaje: 1882 

A Roundabout Journey. Boston, 1884 

(Un Viaje de Ida y Vuelta)

Nació el 12 de septiembre de 1829 en el modesto pueblo de Plainfield, ubicado en el condado de Hampshire en el estado de Massachusetts, Estados Unidos. 

   Popular novelista y ensayista americano, fue uno de los editores del Harper´s Magazine, es una revista mensual estadounidense fundada en 1850, que trata temas políticos, financieros, artísticos y literarios. Escribió una treintena de libros, varios de ellos estudiaban la vida y la obra de Washington Irving, con quien compartía afición por los viajes. El de España formó parte de uno más amplio alrededor de los países mediterráneos.

   En una de sus etapas llega a El Bosque: "una sencilla y limpia aldea de calles mal pavimentadas y blancas casas". Mientras le preparan la comida visitan la iglesia en la que contemplan su interior, con sólo algunas pinturas e imágenes de escaso valor. Para que no se llamen al engaño, les comenta el cura que la gente del pueblo es tan pobre que es imposible que la iglesia llegue nunca a parecerse a la catedral de Sevilla.

   Warner, con la idea fija de visitar Ronda, que le es familiar, sin conocerla en persona, lo es por los escritos de compatriotas suyos, en especial Irving y Mackenzie. Antes, el camino le depara otra sorpresa:

A medida que bajábamos varios cientos de pies por un peligroso sendero de piedras sueltas, en un recodo de la carretera nos dio la bienvenida una vista magnífica. Era la ciudad de Grazalema bajo nosotros. Una población de diez mil personas con casas blancas compactas, tejados rojizos, calles irregulares, dos o tres torres de iglesias y la masa de un templo mayor levantándose en un hueco de la montaña gris que sobresalía detrás. Desde la distancia en que nos hallábamos, los verdes campos a nuestros pies parecían cercanos a la ciudad, pero cuando bajamos al valle al día siguiente, comprobamos que se encuentran por encima de éste. Grazalema fue una sorpresa para nosotros y, desde luego, vale la pena pasar dos días a lomos de mulas para verla. Mi compañero que había recorrido Europa, Asia y África, estaba encantado de visitar una ciudad que no mencionaba Murray en sus guías.

   Salen de Grazalema, y desde el valle contemplan en la privilegiada situación en la que se encuentra asentada entre peñascos. El trayecto a Ronda transcurre a través de un gran bosque de robles, encinas y alcornoques. Van por la carretera principal, aún inacabada, habiendo algunos trozos de la vieja forma parte de ella, como si llevara tiempo construida y sólo se usara para ir a caballo. Se confirma el hecho de no ver ningún vehículo hasta que salen de Ronda y nada que no fuera la diligencia o grandes carro de mercancías. Ronda se le escapa de su compresión una factura excesiva y una forma extraña de calcular el importe de su estancia:

Los posaderos españoles son expertos en matemáticos en los negocios, pero se exceden cuando dirigen un hotel. Sus facturas participan de lo peor de los sistemas europeos y americanos. A la suma que cargan por día la adornan de incomprensibles extras. Particular es su forma de calcular el tiempo. Llegamos a la posada de Ronda a la una en punto de una mañana. Salimos a las nueve de la mañana del día siguiente. La cuenta nos la extendieron por un día y medio. El desayuno no iba incluido en "el día". Intentando razonar con el dueño, le dije:
- Así que usted cree que es correcta.
- Es nuestra costumbre
- Lo siento, no por mí, soy un simple viajero y pronto estaré lejos de España, si es que la factura de los hoteles me permiten irme. Pero lo siento por vosotros, porque ningún país puede progresar si su gente estima que veinticuatro horas es un día y medio.

El dueño se encogió despreciativamente de hombros, como si le importara poco el destino del país, al tiempo que extendía su mano para exigir el dinero.

   Su juicio de Ronda, puede que por hechos como los referidos, no es bueno:

   Ninguna parte de la ciudad, pese a su antigüedad la conserva ahora. Es totalmente moderna y falta de interés. El lugar sólo merece una visita por su historia y su pintoresca situación. Nada más existen dos objetos dignos de atención:  uno es la hermosa alameda y sus jardines de rosales, en la zona más nueva de la población desde cuyos balcones se observa un impresionante precipicio de rocas. Es el lugar preferido de paseo de los habitantes al atardecer y aunque cuando se acerca, el día estaba lluvioso y frío, numerosos caballeros sin ocupación, con largas capas, pretendía disfrutarlos. También lo hacían varios curas con negros sombreros de ala ancha, paseando de dos e dos y de tres en tres, como devotos cuervos. El otro sitio interesante es el Tajo, al que baja más que nada, porque se recomienda en la guía del viajes que maneja.

   Un último apunte que deja Warner de estas tierras es la descripción del trayecto en diligencia entre Ronda y Gobantes:

   La comunicación de Ronda con el mundo se lleva a cabo por medio de diligencia hasta enlazar con el ferrocarril en la estación de Gobantes, a casi treinta y cinco millas de distancia. Una crítica asamblea de holgazanes y mendigos se dan cita para ver la salida. El equipaje se asegura en lo más alto. Los pasajeros ocupan asiento. Subimos por la escalera al nuestro, situado en la cupé encima del pescante del conductor. Traen los caballos: dos, cuatro, seis, ocho animales; la mitad son mulas, vestidas de pesados arneses, y todos llevando tintineantes cascabeles. El conductor se sitúa en su asiento, agarra las dos riendas de los caballos y agita su largo látigo. El postillón, cuando el equipo está listo, salta a la silla junto al caballo principal sin hacer uso del estribo. Es un esbelto muchacho, en mangas de camisa, con un látigo corto y una corneta a su lado. El conductor de reserva, que también blande un látigo corto, se sienta al lado del cochero. Nos ponemos en marcha: los látigos restallando, las campanillas tintineando, el postillón y el cochero dando alaridos, el dando bocinazos; todo mientras volvemos las esquinas, y así vamos, a una velocidad de siete millas a la hora, sobre suaves caminos, en una alboroza mañana. De verdad que existen pocos placeres en la vida comparable a éste.

   La marcha se mantiene sin variación, grado más grado menos, a través de desmontes, largas curvas redondas, y sobre abruptas piedras en trozos recién reparados. Un trote que no se interrumpe ni un instante durante una primera etapa de doce millas. El postillón se sienta a sus anchas en la silla de montar y dirige al equipo; el cochero, ocasionalmente, usa su largo látigo; pero rara veces profiere alguna exclamación. La tarea del cochero suplente a conservar con el resto del equipo: charla incesantemente, llama a los caballos por su nombre, lanza salvajes gritos de ánimo o ensarta largos monólogos.

   La carretera es estupenda. Cada tres millas  aparece una diminuta y blanca casa, en la que viven los que cuidan la carretera con el nombre de peones camineros escrito sobre la puerta. Su color favorito es el rojo; fajas rojas y chaquetas del mismo color. Los lugares cultivados, sitos en elevados valles, son de un vívido verde.

   En la Cueva, una pequeña villa de paredes enjalbegadas sobre un valle, cambiamos de caballos; son nueve ésta vez. En la posada, al fondo del establo, todos tomamos café, tan malo como se podía esperar del lugar donde nos sirvieron. Cambiamos de caballos de nuevo en Peñarrubia y, otra vez, en Teba. A cada intervalo de cinco millas de recorrido nos encontrábamos dos gendarmes, siempre adoptando la misma actitud: uno en cada lado de la carretera, de cara a la diligencia y presentando armas. Los hombres pertenecen a la Guardia Civil que es el cuerpo más notable y más efectivo, quizás, del mundo. A las dos hicimos nuestra entrada en la insignificante estación de ferrocarril de Gobantes. Nuestro emocionante viaje había finalizado. El espabilado postillón, sombrero en mano, se aproximo buscando una propina. Solamente el cochero nos dijo adiós.



Según Francisco Garrido en su trabajo "Joaquín Peinado. Pintor de la Escuela de París" Málaga, 1998, p. 10. La dueña de la diligencia era María de la Concepción Vallejo, madre de Joaquín Peinado.

Falleció el 20 octubre de 1900 a los 71 años de edad en Hartford , capital de Conneticat, Estados Unidos. Con sepultura en el Cedar Hill Cemetery.

Bibliografía:


- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2007.


- "Viajeros del XIX Cabalgan por la Serranía de Ronda, El camino inglés". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2006.


- Otras fuentes en internet.