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domingo, 18 de febrero de 2024

FRANCISCO FLORES ARROCHA alias "ABOGADO DE SECANO"

 "A tales tierras, tales hombres. Unos y otros primitivos."

Florentino Hernández Girbal


   En la década de 1930, al igual que en décadas anteriores, en los pueblos de la Serranía de Ronda la vida cotidiana era muy dura, una vida mísera en unas tierras inhóspitas. Girbal lo describe de la siguiente manera: "...en cuyas inmediaciones sólo se comprendía la existencia del corzo y de la cabra montés, vivían personas. Costaba trabajo creerlo, pero allí estaban. Y en contra de lo que podía esperarse crecían sanos y hasta fuertes".


Fuenfría Alta, lugar dónde se cometieron los hechos.







   Circunstancias que, a dichas personas, además de crecer sanos y fuertes también se caracterizaban por su extraordinaria viveza. Siempre al acecho para caer con rapidez sobre cualquier cosa que les permitiera sobrevivir. Con las mismas ocupaciones que sus ancestros hace trescientos años con rebaños de cabras y ovejas, otros tundían y trazaban esparto, el cultivo y cortaban y quemaban árboles para hacer carbón.

   Allí nadie sabia leer. Los más afortunados únicamente podían juntar con trabajo las letras. La mayoría de las personas ignoraban el día, el mes y el año en el que vivían. Muchos desconocían su edad. Se alimentaban de pan negro, patatas cocidas y de vez en cuando tocino. Los garbanzos era un manjar. El chocolate sólo lo probaban cuando enfermaban. Y si la vida se le escapaba por momentos, como último y exquisito bocado le daban pan blanco. Sólo en aquel supremo instante comían de él hasta hartarse. También se decía que si en casa de un pobre entraba un jamón, el jamón estaba malo o en la casa hay un difunto. También se de decía que en Igualeja solo se veía calcetines los días que el alcalde, de vez en cuando, iba a Ronda. Sin embargo hay ricos.

   En las noches largas y gélidas de invierno, apretados en los rústicos camastros, surgía el amor salvajes e incestuoso. La hermana se quedaba embarazada del hermano o la hija del padre. Y el crío vivía o moría según la circunstancias.

   En ocasiones se llegaba al crimen por desesperación del momento por el que se esta viviendo. Como le sucedió a una mujer conocida por el sobrenombre de "la Rijada". Vivía en una choza, junto al río, sin marido, madre de seis hijos pequeños y su padre muy anciano, medio paralítico y ciego. Todos a su cargo. Tras varios días lloviendo en el mes de abril se inundaron las tierras, quedando borradas las trochas y veredas. El agua crecía y crecía. La familia se quedo aislada. Al tercer día se quedaron sin pan. Pasaron dos días más sin probar bocado alguno. Los niños hambrientos, clamaban sin cesar:

   -¡Pan, madre, pan!

   Y el padre les acompañaban, cargante:

   -¡Pan, hija, pan!

   A los pocos días, la mujer, empujada por aquellos lamentos que hora tras hora llenaban la choza, se echó decidida al agua. En varias ocasiones estuvo a punto de ahogarse. Consiguió, al fin, llegar a un caserío y compró dos panes. Apretándolos feliz contra su pecho emprendió el regreso. Cuando estaba cerca de su casa, se apresuro para llegar cuanto antes y así calmar el hambre, pero a punto de ganar la orilla, los dos panes se les escapo de entre sus brazos hasta caer en el agua y, se alejaron arrastrado por la corriente.

   Con las ropas chorreando "la Rijada" entró en la casa y se acurrucada en una esquina impotente y llorosa. Sus hijos la rodearon. Miró entre lágrimas los ojos implorantes y escuchó de sus labios las mismas palabras:

   -¡Pan, madre, pan!

   El abuelo, con voz afligida, repetía:

   -¡Pan, hija!...

   Pasaron lentísimas las horas sin que ni unos ni otro callaran. Al caer la noche y el cansancio durmió a los niños. Pero su padre, no. Incansable, sollozaba:

-¡Pan, hija!

Ella se tapó los oídos para no escucharle. También se sentía devorada por el hambre, pero sufría en silencio sus dentelladas. La petición del padre, que no podía satisfacer, siguió sonando en toda la choza. Las dos palabras se le clavaban lentamente como dos agudos puñales en la mente. Hasta tal extremo es su desesperación que hasta se olvidó de su propia hambre. Lo que más quería en ese preciso momento era no seguir oyendo la voz implorante y torturadora del anciano padre. De pronto se levanto. Enloquecida, buscó el martillo de tundir el esparto y se acerco al anciano.

-¡Pan, hija!-murmuró.

Alzó la herramienta y le golpeó en la frente con todas sus fuerzas. El deteriorado anciano vaciló en su asiento y dejó caer un gemido. Un hilo de sangre empezó a resbalarle por el rostro, abriéndose paso por sus arrugas. Moribundo aún pidió con un hilo de voz:

-¡Pan...!

No llego a tiempo de decir "hija" al igual que en otras ocasiones. Le golpeo una segunda vez y le hizo enmudecer para siempre. Y allí se quedo sin vida, desangrándose. Ya era uno menos a pedir pan.

Durante muchos años en los pueblos de la serranía se produjeron hechos dramáticos. Hechos  que se iban deformando cuando iba avanzando de boca en boca. Y de algunos de ellos salían los bandidos que posteriormente iban a la protección de la sierra y con ellas se fue escribiendo las historias trágicas de la Serranía de Ronda. Luchando en contra del orden establecido he imponer su propia ley. Hubo muchos, pero ninguno de ellos llego a la talla y a la forma de José María "el Tempranillo" o de Diego Corriente. Por lo general fueron hombres de pocos arrestos y escasa inteligencia que supieron hacer, a lo largo de su corta vida más derroche de crueldad que de honor y valentía.

Sobre los habitantes de Igualeja en Ronda decían: "Los de Igualeja todos iguales, todos iguales".

Aunque era generalizar, porque en el pueblo había pastores, contrabandistas, labradores y arrieros. Se dice que el nombre de la villa se debe, curiosamente, tras pasar a manos castellanas, de haberse repartido por igual entre los repobladores cristianos. Situado en lo mas profundo de un barranco, justo a orillas del espectacular y considerado nacimiento del río Genal. Sus casas de hasta tres y cuatro plantas, extraño en esta parte de la Serranía, alzándose al cielo como los árboles en busca de la poquita luz y claridad que allí penetra. El puente que cruza el río divide al pueblo en dos barrios: el Barrio Bajo y el Barrio Alto o de Santa Rosa.

   Francisco López García, antiguo alcalde de Igualeja, escribió una novela "La maldición de los Caileres" en el año 1983, describió al pueblo y sus vecinos, aunque simulado su nombre por el Jereña, escribía lo siguiente:

   El pueblo no tenía horizontes, la montaña se le caía encima, lo aplastaba. Por eso decía el reverendo, medio en broma, que estas gentes, tenían pocas luces. Y es que, en verdad, en Jereña charlan, pelean, y discuten hombres y mujeres, porque la vida le extraen de la sustancia de la tierra. La posesión de una pequeña parcela, un castaño, la encina lindera, son motivos suficientes para odios de años. Se lleva el sufrimiento a cuestas.

   En Igualeja vio nacer a dos conocidos bandoleros. A "el Zamarra" y Francisco Flores Arrocha, del que nos ocupamos en esta ocasión. Flores Arrocha en su niñez vivió los horribles crímenes del "Zamarra" y su teniente "el Niño", ambos de Igualeja, y éste último el brazo ejecutor de las ordenes de su jefe y tío de del futuro y temible bandolero Flores Arrocha, nacido en 1896.

   Era el verano de 1931, entre los vecinos de Igualeja había uno de baja estatura, rubio, muy escurrido en carnes y bastante ágil. No bebe, ni tampoco fuma y era de poco comer. En cuanto a las mujeres, era un sultán cuentan los vecinos y con la escopeta no era muy diestro. De nombre Francisco Flores Arrocha de 35 años de edad, casado con María Gil González, con la que tiene cinco hijos: Pedro, Francisco, Antonio, Isabel y María, esta última cuando su padre andaba por la sierra.

En Igualeja a Flores Arrocha y a su familia los llaman "los Periquitomarqués", pues calculan que tienen cinco mil duros por las ventas de un rebaño que había robado. Su madre, "la Marquesa" es como la llamaban, una mujer cargada de arrugas, vivía en una casucha de lo más pobre sin más muebles que su camastro y abrazada a una lata, que antaño contenía pimentón y ahora varios miles de pesetas, o tal vez no pase de una fantasía.

    Digamos que en Igualeja no goza de buena fama Flores Arrocha, y en cuanto pueden le huyen. Aunque no hay quien lo pruebe, le acusan junto a su padre de la muerte del alcalde Juan Macías, hecho que ocurrió hace unos años. La mayoría de los vecinos evitan tener discusión con él y esto le hace crecerse. Pero no todos se dejan amedrentar a su voluntad. En varias ocasiones hubo denuncias en la Guardia Civil, las cuales llegaron hasta el Juzgado.

   Aunque nunca a sabido juntar algunas letras para formar palabra alguna, es bastante espabilado y de verse tanto entre abogados y jueces dicen que sabe tanto de ley como el que la hizo, lo que le lleva a tener maña para defender su derechos y para mermar la de los demás. A muchos sabe confundir con su palabrería. Sostiene con aparentes razones, sutiles argumentos que sólo le dicta su mala fe y su egoísmo. Se gano el apodo de "abogado de secano".

   Como su ambición no ve horizonte, se le antoja a poseer más tierras y en el mes de otoño de 1931, se le mete en la cabeza la idea de hacer suya la finca de su suegro Salvador Becerra. Llama la atención, que los apellidos de la esposa de Flores Arrocha, María Gil Gonzáles no coincide con los apellidos de su padre, Salvador Becerra. Girbal, en su trabajo "Bandidos Célebres Españoles" expone que se ha informado en un gran número de fuentes periodísticas y en todas aparece con el nombre de Salvador Becerra y en cambio, en la partida de defunción de Flores Arrocha, se dice que el nombre de la esposa es María Gil González. No coinciden los apellidos. ¿Becerra podría ser un apodo?. Lo hubiera aclarado la partida de casamiento de Flores. Fue a Igualeja en el archivo parroquial como en el Registro Civil, pero ambos resultaron destruidos durante la Guerra Civil entre los años 1936-1939.

   En Igualeja, ya se conoce y se habla sobre las intenciones de Flores Arrocha de comprarle la finca a su suegro.

   -A Flores no le vende Salvador la finca.

   -Se la vende a un primo suyo, según dicen.

   -Si eso es verdad, Flores los mata.

   -¡Y tanto!

   -Hasta la mujer lo asegura.

   -Un cabrero de Parauta le ha visto ante de anoche rondando la Fuenfría.

   -Eso hará carne.

   -¡Y pronto!

   Lo conocen bien y aciertan con el pronostico.

   La finca en cuestión esta situada en la Fuenfría Alta, en la Sierra de las Nieves, lindando con el Valle del Genal. La Fuenfría, además también se encuentra dividida entre los términos de Ronda e Igualeja. Lo que da a que exista la Fuenfría Alta y la Fuenfría Baja, situadas en Ronda e Igualeja respectivamente.


Fotografía sacada del libro "Bandidos Celebres Españoles". Girbal


   Cabizbajo y sombrío camina durante largo tiempo por las calles de Igualeja. Él no ha sido de los que bebe, pero las circunstancias le lleva a entrar en varias tabernas y apura bastante las copas, después de ir por las calles de Ronda de abogado en abogado para ver cuál de ellos le daba la razón a su idea. En todos recibía la misma respuesta:

   -Si su suegro no le quiere vender a usted la finca, no se la venderá. Nada ni nadie le puede obligar a ello.

   Con el tiempo, las presiones de Flores Arrocha por hacerse  con la Fuenfría Alta, se convirtieron en amenazas: O es mía o no es de nadie.

   Se aprovisiona de cartuchería, tocino y pan en Ronda. A primera hora de la tarde regresa a Igualeja. Camina apacible, mientras va meditando amenazador su proyecto. A su espalda lleva una vieja escopeta y un zurrón serrano de piel de cabra en la que ha guardado sus compras. Viste con una tosca camisa, pantalón de pana y un zamarrón gris. Calza unas alpargatas de esparto y cubriéndole la cabeza una gorra de orejeras que le caen sobre las mejillas y con barba de varios días. Sin saber que aquella va ser su mortaja.

   En el camino se cruza con un vecino del pueblo, que le pregunta:

   -¿Dónde vas tan armado, Flores?

   -A pájaros. A unos pájaros muy grandes que me salen por la Fuenfría.

   -¿Perdices?

   -No. No son pájaros de comer

   -Que se te de bien.

   -Eso quiero yo. Con Dios, que voy con prisa.

   Y emprende el camino hacia la sierra, hasta internarse en la Fuenfría.

   La Fuenfría Baja pertenece a la familia de los Flores y la Fuenfría Alta que es la que dirige directamente Salvador Becerra, que es por la que Flores Arrocha tiene tanto interés, llamada La Mentirola, de allí es muy conocida las patatas y los habitantes de las poblaciones cercanas iban a la Fuenfría a comprarlas.

   Ya en la casa de su suegro, él le recibe de malísimo talante. A poco de comenzar la conversación, esta sube de tono. Siendo Flores el que más grita, si no se la vende por las buenas será por las malas. Asustada, sale de la casa Anita, una de las hijas de Salvador y cuñada de Flores. Éste se enfurece con el suegro y se echa un paso atrás y levanta la escopeta y al tiempo que apunta, la joven se adelanta para proteger a su padre. Suena el disparo y Anita se desploma en el suelo sin vida. Y Salvador, herido de gravedad, dobla su cuerpo y también cae. Finge estar muerto para engañar a Flores Arrocha. Tras el sonido del disparo acuden algunas personas, y mientras en el lugar de los hechos se lamentan de lo ocurrido, Flores huye buscando refugio seguro en las zonas escarpadas de la sierra que tanto conoce.

   En el pueblo domina el miedo y la sospecha. En los bares se hablaba en voz baja, casi en susurros los comentarios. A partir de los crímenes, tanto en la Fuenfría Alta, propiedad de Salvador y en la Fuenfría Baja, propiedad de la familia Flores, ante el temor de represalias, algunos quedaban en guardia de día y de noche con  la escopeta cargada, esperando al hipotético ofensor. La lucha fría y abierta entre las dos familias era una realidad.

   Entre copas de aguardiente de la Serranía de Ronda, los hombre seguían comentando:

   -La mujer de Flores decía convencida de que su marido mataría a su padre.

   -Yo me calculaba lo que iba a pasar, me encontré con un cabrero de Parauta y me dijo que ayer por la tarde se encontró a Flores Arrocha rondando la Fuenfría con una escopeta al hombro.

   -Yo lo he visto esta mañana a su mujer y no parece que le haya afectado mucho la muerte de su padre, porque la noté contenta.

   -¡Esa es una mujer con malas tripas! ¡Si señor! ¡Eso es lo que s dice tener mala leche!

   -¿Y la Guardia Civil ha dado con alguna pista para encontrar a Flores Arrocha?

   -¡Que va a dar!¡Flores Arrocha conoce la sierra como la palma de su mano!¡No les será fácil dar con él!

   -Y mucho menos con lo que prometió cuando huyó.

   -¿Que dijo?

   -Que volvería para terminar con toda la familia de su mujer.

   -¡Y eso lo hace!-sentenció otro

   La Guardia Civil inicia los preparativos para realizar la persecución de Flores Arrocha, pero como en casos similares, los obstáculos que se encuentran para dar con él son innumerables, dos de ellos son el dominio que tiene Flores sobre el terreno, que tan bien conoce y la otra, la ayuda que recibe de algunos vecinos dando información falsa de donde se encuentra.

   Hay una tradición de hace muchos años de cuando un hombre se echa a la sierra, los pastores del lugar, junto a los familiares que viven en cortijos están bajo su escopeta y si estos no se chivan el bandolero además de respetar sus vidas y sus fincas, las protege.

   Muchos vecinos de Igualeja que antes no podían ni verle, ahora están a su lado. Situación que dificulta las labores de búsqueda de la Guardia Civil, que en un comienzo había designado a cincuenta miembros para apresar a Flores Arrocha en una sierra que él conoce de sobra que abarca desde Ronda hasta los pies de Marbella y Benahavís. Un terreno muy amplio a cubrir, mientras tanto le llegan comentarios en los pueblos de como una vecina del pueblo que un día iba a caballo para subir a un cortijo a la sierra y se encuentra con Flores Arrocha.

   -¿Que hace usted aquí? -le preguntó sorprendida.

   -He sabido -le responde- que la señora iba al cortijo, y como en estos tiempos están pero que muy malamente frecuentados, pues me he dicho: ea, vamos acompañarla, no le vaya a ocurrí algún disgusto.

   Durante el trayecto no fue a su estribo por temor a encontrarse con alguna pareja de la Guardia Civil por el camino, pero él sigue de muy de cerca,, saltando de risco con la agilidad de una cabra montés.

   -De cuando en cuando -continua contando ella- veía brillar el cañón de su escopeta cuando le alcanzaba la luz del sol y me sentía tranquila y segura.

   El desanimo de los guardias es cada vez mayor. Llegan al pueblo los pastores dando la voz de alarma diciendo que han visto a Flores Arrocha en el castañar o en algún camino en concreto y allí que iba la Guardia Civil en urgencia para ponerle los grilletes y después de varias horas de búsqueda sin resultado, eran cuando se dieron cuenta de la falsa alarma siendo el momento en el que el bandolero Flores Arrocha llegaba al pueblo para el aprovisionamiento de víveres y municiones y se ha marchado tranquilamente.

   De vez en cuando la Benemérita oye las voces desafiantes de Flores Arrocha desde lo más alto de un risco. Los guardias intentan atraparlo mediante emboscadas. Pero en los pueblos les conocen y en todo momento saben cuanto son dónde están. Todos los espías, los hombres, mujeres y niños. La única manera de dar con él es por un chivatazo y a esto nadie se atreve.

   Pasan los meses y Flores Arrocha sigue campando a sus anchas sin que puedan dar con él. En varias ocasiones hace frente a la Guardia Civil e intercambian disparos y luego él desaparece sin saber por dónde. El mito empieza a surgir. De la repugnancia por su crimen da paso a la admiración por su valor. No existe día sin que lleguen a Igualeja noticias del bandolero a través de pastores o carboneros.

   -Ayer iba por el Arroyo Negro -comenta uno- Me pidió un chivo para asarlo y me dio dos pesetas.

   -Por las noches, siempre esta al acecho en la Fuenfría. Dicen que lo han visto por esa zona. El suegro esta sentenciado, y lo sabe.

   -Entonces puede darse por muerto.

   Transcurre un año desde el crimen de la Fuenfría en la que falleció Anita y ha tenido poca repercusión en la prensa. Y la presencia de Flores Arrocha en la sierra parece disminuir. Sigue en busca y captura, pero con moderada actividad. Es una sierra tan intricada que no se le da gran importancia a la vida de un hombre. Suponen que es cuestión de tiempo que se le encuentre sin vida para darle entierro y paz. Cuenta más, muchísimo más la gallardía del matador que se salta valeroso la ley y la de imponer la suya frente a un haz de fusiles sin otras armas que su astucia y su escopeta.



Charco Malillo. Se cuenta que bajo el agua había la entrada a una cueva subterránea en la que en ocasiones se escondía Flores Arrocha de las batidas de la Guardia Civil.

   También se cuenta un hecho acontecido y poco conocido, fue en las proximidades del Puerto Capuchino entre el Alcojona y el Abanto, en el que un día descansaba el bandolero acompañado de uno de sus hijos. Había encargado al niño que vigilara y éste se quedó dormido. Motivo por el que no se dieron cuenta de la proximidad de una pareja de la Guardia Civil, dándole tiempo a coger la escopeta y salir corriendo, dejando en el lugar el zurrón con el niño. La pareja de la Guardia Civil formada por el cabo Lanzas y el guardia Corbacho marcharon con el niño. Llegaron a una casa en la parte alta del río Verde, de la familia Agüera. La mujer puso tres tazas de café y el guardia Corbacho le recriminó que pusiera café al hijo de un asesino, a lo que el cabo Lanzas respondió, quien tenía una relación de respeto mutuo con Flores Arrocha, que el niño no era culpable de lo que el padre fuera. Tras el café, retomaron la marcha de regreso subiendo por la empinada cuesta de las Lajas. Mientras tanto, el bandolero que había estado observando, llegó a la casa, tomó una taza de café y entre el Puerto Capuchino y la ladera del Alcojona llegó al camino de La Nava, donde esperó a los guardias y al niño. Tras encañonarlos, les ordenó que le devolvieran el zurrón y dejaran libre al niño, que corriendo marcho a Igualeja. Los despojo de sus armas y les dijo que la depositaría en un lugar del camino para que las recuperasen y les prometió que por él no se iba a conocer esta historia, que si ellos querían contarla, que la contaran, lógicamente no lo hicieron.

   Otro hecho ocurrido poco conocido, ocurrió en el Cortijo de la Cruz, dónde vivía José Domínguez Moreno y sus hijas, Ana y Francisca de ocho y seis años de edad, cocinando habichuelas cuando apareció Flores Arrocha por la puerta, entró en la casa y en la puerta dejó la escopeta y el zurrón en el quicio de la puerta. José le recriminó lo descuidado que era; en ese justo momento pasaban una pareja de la Guardia Civil que, viendo la escopeta y el zurrón, imaginaron que el bandido se encontraba dentro de la vivienda: Dieron el alto, a lo que Flores respondió con un rápido movimiento que le permitió alcanzar la escopeta y encañonar a los civiles que huyeron despavoridos hacia el río, en medio de los disparos.

   Los guardias, que los componía el número Castilla (la R.A.E define al número, en su entrada número 8, al "Individuo sin graduación en la Guardia Civil) y a otro al que llamaban Gorbachón, subieron hacia el cortijo varias horas después. Durante ese transcurso de tiempo Flores ya se había marchado.

   Para que Flores Arrocha llegue a alcanzar un renombre nacional sólo hace falta que se cebe con los de la Fuenfría, y es algo que él ha prometido. La muerte de su cuñada no le satisface porque él iba a por el padre. En sus largas horas de soledad entre los riscos de la sierra envueltos por la gélida niebla, días de sol resplandecientes y al amparo de las estrellas. Su mujer tiene razón: "Todavía no saben quien es Flores". Pronto lo sabrán.

   Es otoño de 1932, la Guardia Civil sigue vigilando, pero todo lo ocurrido esta cayendo en el olvido. Las noticias recibidas son escasas y muy poco se escucha en corralillos y tabernas. Y las que hacen correr carecen de importancia.

   -La mujer de Flores está embarazada. Y dicen que es el marido.

   -¡Claro! Viene de noche.

   Mientras tanto los guardias siguen preguntando a los vecinos por dónde han estado y si han visto a Flores Arrocha. Mientras tanto saben que el bandido es capaz de mandar a toda la familia al camposanto, y es una situación que la Guardia Civil sabe que va a pasar, razón por la cuál en casa de Salvador llevan viviendo más de un año una pareja de la Benemérita.

   El hijo pequeño de Flores, llego corriendo hasta llegar a un chozo en busca de Pedro Cerrerías, sobrino del bandido: 

   -¡Pedro! ¡Pedro! ¡Dice mi padre que subas a la sierra con él y que no te olvides de llevar tu pistola!

   Pedro sentía una gran admiración por su tío Flores Arrocha, se dispuso a ponerse en marcha sin vacilar. La madre le pregunta:

   -Pedro ¿vas a hacer lo que te ha dicho el chico?

   -Claro que sí, madre.

   -¿Y si fuera tú padre el que te lo pidiese, también lo harías?

   -También lo haría, madre.

   La madre lo miró fijamente y le dijo, lo que toda la Fuenfría sabía desde hacía años:

   -Pues ve con Flores, porque Flores no es tu tío; es tu padre.

   Pedro cogió la pistola y marchó hacia la escarpada sierra y en el camino se encontró con Flores Arrocha.

   -¿Estás dispuesto a ayudarme? -le pregunta Flores.

   -Y to´lo que usted ordena -le contestó.

   -Vamos a terminar con esos canallas de una vez. Por su culpa estoy yo perseguido y escondido en la sierra.

   En la fría mañana del 30 de noviembre de 1932, al alba, en la Fuenfría Alta, Salvador y su hijo Juanito, un joven de 16 años, araban con una yunta de mulos en un pequeño barrancal. De acuerdo con las instrucciones de la Guardia Civil debían mantener a corta distancia una escopeta para así defenderse. Encima de ellos, en el cero de la Mesa, en un saliente, dónde crecen abundante jara, encinas y pinos.

   Padre e hijo entretenidos en la faena, el hijo le pregunta al padre:

   -¿Lo dejamos ya, padre?

   -Unas vueltas más-le contesta-. Hay que aprovechar que hoy está alta. ¡Quién sabe el tiempo que hará mañana!

   Siguen callados barriendo la tierra al paso calmado de la yunta. La claridad aumenta.

   -¿Nos vamos ya, padre?-insiste el hijo.

   -Una vuelta más, hijo.

   Atentos a su labor, están a punto de concluir, ajenos al peligro que los espera. Son Flores Arrocha y su hijo Pedro deslizándose por las aulagas para hacer cumplir sus amenazas.

   De pronto, la voz airada del bandolero sale poderosa entre los arbustos:

   -¡Toma! ¡Ríete luego de Flores!...-dice.

   Al tiempo retumban dos disparos. Los pájaros salen asustados de entre los árboles y rasgan el aire con agitado revoleteo. A continuación suena otra descarga. Salvador se desploma sin vida sobre el terreno. Su hijo, que ha quedado herido, grita desesperado:

   -¡Padre! ¡Padre!...

   Y corre a su casa a toda prisa. En aquel preciso momento aparece el sol barriendo la niebla. Bajo su resplandeciente luz continúa la feroz venganza. Pedro realiza varios disparos sobre la yunta de mulos. Las bestias, lanzando unos penetrantes y dolientes relinchos, pugnando inútilmente por romper las ataduras. Unidas como están, doblan sus patas y caen con un sordo estruendo sin sacar las cabezas del yugo. La sangre de Salvador y de las bestias es absorbida por la tierra.

   Flores se adelanta y dispara sobre la fachada de la casa. Josefa, la mujer de Salvador, aparece por la puerta y en sus brazos su hija Isabelita de pocos meses de edad. Agarrado a la falda, Juanito mira a los bandidos con mucho miedo y con la otra mano apretándose la herida del hombro manchada de sangre. Los tres salen llorando por el miedo.

   Flores se vuelve hacia Pedro y lo anima:

   -¡Matémoslos a todos!...¡Que no queden testigos!

   Con ojos desorbitados, con todo su cuerpo temblando, Josefa tiende hacia él su mano huesuda para implorar piedad, mientras con la otra aprieta fuertemente contra su pecho a la niñita. Intenta hablarle, pero las palabras no llegan a salir de su garganta, el pánico se lo impide. Momento que Flores dispara a discreción sobre el indefenso grupo. Juanito, que en el momento del disparo cae al suelo asustado, busca su salvación en la huida. Con la agilidad de sus pocos años no le alcanza los disparos que contra él dirigen los bandidos y se pierde en el pinar.

   Embriagados por la sangre, Francisco y Pedro lanzan gritos de júbilo. Luego, animados por un sadismo de lo más salvaje, se entregan a horribles mutilaciones con el cuerpo de Josefa.

   -¡Déjalo Pedro! -le dice el padre- Dará aviso a la Guardia Civil, vámonos.

   A continuación se le ocurre una macabra idea.

   -Suelta a los cochinos y que hagan el trabajo por nosotros.

   Durante toda la noche los cerdos se cebaron con los cuerpos de Salvador, Josefa, Isabelita y los mulos.

   A la mañana siguiente, la Guardia Civil llega al lugar de los hechos y se encuentra con los huesos ensangrentados de todos ellos.

   Este crimen tan atroz de la Fuenfría produce un gran impacto en toda la Serranía de Ronda. Los vecinos, no sólo de Igualeja, sino de los pueblos cercanos, piden la pronta captura de los asesinos. La Guardia Civil inicia su persecución, pero Flores y Pedro, amparados a lo escarpado del terreno, logran burlarles. Toda la prensa nacional da amplias informaciones de lo sucedido. Algunos periodistas abultan los hechos rodeándolo de sensacionalismo y presentan a Flores Arrocha como una resurrección del bandolero clásico, cuando lo cierto es que esta muy lejos de ello. Sin embargo su nombre suena a todas las horas en las tabernas, en los cafés, casinos y en las barberías de toda Andalucía. En torno a él se intenta tejarse una leyenda. Su andanzas por la sierra esquivando la persecución de numerosas fuerzas son mesurado con admiración en pueblos y cortijos. Se dice que su romance llega a tentar a Federico García Lorca, hasta cuya casa e Granada llegan los sucesos, pero no será el quien lo escriba. Lo hará poco después, con acierto, el poeta malagueño Miguel Pérez Martos. También la actriz cinematográfica Rosa Díaz Gimeno quiere aprovechar la fama del bandolero y anuncia que va a internarse en la Serranía de Ronda para tratar de encontrarse con él y hacer una película sobre su vida.

   Dicha película se realizó en Barcelona en el año 1933, con el título "Sierra de Ronda" y el argumento y la dirección fueron de Florián Rey. Tuvo por intérpretes a Leo de Córdoba, Alfredo Hurtado, Pedro López Lagar y José Calle. Se estrenó simultáneamente en Teatro Alcázar de Madrid y en el Salón Kursaal de Barcelona el 23 de abril de 1934.

   A los diez días del horrible crimen de la Fuenfría, el viernes 9 de diciembre de 1932, circula por Ronda, llevada por no se sabe quién, la sensacional noticia  de que Flores Arrocha y Pedro Cerrerías han encontrado refugio en una casilla de peones camineros del Puerto del Madroño, en el kilómetro 28 de la carretera de Ronda - San Pedro de Alcántara, dispuesto hacerse fuerte vendiendo cara sus vidas. Corre la nueva con toda rapidez y la imaginación popular la rodea al punto de efectos melodramáticos. Se dice que el matrimonio de camineros ha huido antela presencia de los bandidos y que éstos han tomado como rehenes a dos de sus hijos de corta edad. Ronda se angustia ante la suerte que pueda correr las criaturas.

   Inmediatamente se dirigen para el lugar seis parejas de la Guardia Civil y otros tantos vestidos de paisanos y armados. La meteorología se pone en contra de la partida de la Guardia Civil. Hay nieve en abundancia y cae sin cesar una llovizna helada que les azota los rostros y entumece las manos. Avanzan penosamente por el frío. Divisan la casilla y extreman las precauciones. No se escucha ningún ruido ni ven ninguna luz. Paso a paso se van cercando en silencio. De un golpe abren la puerta sin resistencia y penetran a la reducida vivienda. Allí no hay nadie. Inspeccionan los alrededores en un gran radio y, como a unos quinientos metros, uno de los guardias ve saltar a dos bultos entre los árboles. Les da el alto y reciben un disparo como respuesta. Se escuchan voces de "¡Alto!" mezclado con el sonido de los disparos. En pocos segundos el tiroteo se intensifica. La niebla se llena de destellos de los disparos mientras que la sierra se estremece  a los estampidos de estos. Perseguidores y perseguidos se combaten con ardor durante unos interminables minutos. Cada árbol es una trinchera, cada ribazo una fortaleza. Pero la noche es cerrada en nieve y ventisca hace por momentos dificilísimo el acoso. Los bandidos, grandes conocedores del terreno, saben aprovechar las ventajas que les dan dicho conocimiento del terrenos. Amparándose en los peñascos se van alejando de sus perseguidores sin dejar de disparar. Al poco desaparecen por un profundo barranco. Una vez más se queda todo en silencio. Francisco y Pedro han escapado. Al igual que hace un siglo, el bandolerismo ha dejado clavada en la sierra su bandera.

   Cuando los agentes de la Guardia Civil regresan a Ronda pasmado de frío, cansados y de malísimo talante se enteran de que todo aquello de los niños prisioneros y el matrimonio asustado y huido era todo una falsa. Ni siquiera habían estado en la casilla. Fue un cabrero que vio a los bandidos merodeando cerca de ella y de ahí salió todo.

   Esta audaz acción de Flores Arrocha, enfrentándose en la noches con la fuerza pública hace crecer su popularidad y su prestigio entre los gentes del campo. Otros los admiran sólo por temor a la escopeta, y no faltan quienes saben ser ciegos y mudos porque su cartera bien repleta obra milagro de rendir voluntades. Para no ser menos que quienes antecedieron a Flores Arrocha dicen, pues, chitón. Y ponen por obra el prudente refrán de que en boca cerrada no entran moscas.

   Transcurren los días y Flores Arrocha sigue siendo dueño de la sierra, sin que nadie logre alcanzarle. La prensa airea sin cesar su nombre. Las autoridades ordenan a las provincias acabar lo antes posible con aquel anacrónico brote de viejo bandolerismo. La Guardia Civil no descansa en su búsqueda.

El jueves 29 de diciembre, tras un mes de inerte persecución llega a saberse, por un escrito anónimo, que Flores y Pedro se mueven por la zona del Puerto del Robledal, situado a 1.283 metros de altura. El capitán de la compañía de Ronda, don Rodrigo Hernández Gutiérrez, en colaboración con la de Marbella, dispone de todo lo necesario para cercarlos. Moviliza los puestos de Parauta, Cartajima, Igualeja y Benahavís y a la doce de la mañana del viernes 30 de diciembre tiene bajo estrecha vigilancia todos los accesos. Estratégicamente han distribuido las fuerzas sin dejar el menor resquicio para la evasión. Todos llevan guías facilitados por los Ayuntamientos. El mismo día, por la tarde llegan varias parejas más, procedentes de Ronda y Marbella entre una densa niebla a la Sierra Palmitera para reforzar el cerco. Durante toda la noche permanecen en sus puestos.

   Al amanecer del sábado 31 de diciembre la niebla se ha disipado. Con timidez, el sol ilumina la sierra. El cabo del puesto de Parauta, Francisco Lanzas Duplás, llega con un grupo que manda al lugar denominado Majadilla de la Encina, a treinta kilómetros de Málaga, cerca del nacimiento del río Verde. Se encuentra en el lugar la Cueva Pequeña dónde, según un confidente, suelen pernoctar los bandidos. Desde la distancia la observa. Un lugar de fácil defensa. Sólo se puede llegar a él por un camino de herradura que puede dominarse totalmente desde la boca. Si los bandidos están dentro no pueden sospechar que, después de una noche de tan intensa niebla, que nadie haya podido aventurarse por aquellos peligrosos vericuetos en su busca.

   El cabo Lanzas tiende la vista por los alrededores y a los pocos minutos ve correr por un cerro, en dirección a la cueva, a Flores Arrocha y a Pedro Cerrerías. Llevan la escopeta al hombro y el segundo sostiene en la mano un zurrón. Inmediatamente pone sobre aviso a los guardias.

   -¡Muchachos-le dice-, por allí bajan Flores y Pedro Cerrerías!

   Seguidamente les dice que se despojen de los tricornios, pues sus brillos pueden ofrecer un blanco seguro a los bandoleros. Alza la voz dándole el alto y a continuación manda a disparar para impedir que puedan ocultarse y hacerse fuerte entre las quebraduras del terreno. Ellos responden inmediatamente con más disparos. Los bandidos con gran agilidad, avanzan para guarecerse en la cueva sin dejar de replicar con las armas, mientras lanzan a los guardias frases de desafío.

   En medio del tiroteo el cabo Lanzas ve aparecer a un niño de unos siete años. Dando pruebas de un gran valor inconsciente, se mantiene en el sitio de mayor peligro, junto a los atacados. Es el hijo menor de Flores que, obedeciendo a su padre, acude frecuentemente al lugar que éste le señala para llevarles víveres y municiones.

   Sin dudar ordena el alto el fuego. Momento en que aprovecha Flores y Pedro para llegar a la cueva. El pequeño les sigue. Adelantándose el cabo y grita:

   -¿Quién es ese muchacho que os acompaña?

   -Es mi hijo -contesta Flores.

   -No irás a permitir que muera contigo, ¿verdad? -continua el cabo Lanzas, sin aguardar respuesta añade-. Te damos cinco minutos de tregua para que el chico salga de la cueva y se aleje. Luego haremos fuego sin compasión si antes no decides entregarte.

   -¡Eso nunca! ¡Sólo nos cogeréis muerto! Y cuidadito que pienso llevarme a alguno por delante.

   Las voces suenan claras en la gélida mañana. El sol, colándose sus rayos por la ligeras nubes,  no logra deshacer la blancura del rocío que brilla en los arbustos y en el suelo. Por la cercanía en las que se encuentran, los guardianes ven con claridad la entrada de la cueva. El corto plazo señalado por el cabo Lanzas, a todos le parece una eternidad. Ha transcurrido poco más de un minuto cuando Flores sale con su hijo pequeño, con su recia mano en el pequeño hombro. Mira su pequeño rostro durante unos largos segundos, al fin, con voz ronca, le ordena:

   -¡Hijo, márchate!

   El niño, obediente, da unos pasos. Se detiene y se vuelve para con sus pequeños ojos mirar a su padre. Antes de que haga intención de continuar el camino Flores se abalanza sobre él y le estrecha emocionado entre sus brazos. Los guardias presencia inmóviles, con las armas en reposo, la dramática escena. Besa después el chiquillo a su padre y sale corriendo.

   -¡Con Dios... hasta cuando sea! -se despide Flores de su hijo.

   El niño no toma la dirección a Igualeja. Quiere estar allí hasta el final. En una corta carrera gana una altura próxima y en pie, recortada su pequeña figura sobre el cielo gris, se dispone a presenciar lo que inevitablemente ha de ocurrir.

   El bandido, ya alejado de su hijo, da fin a la tregua. Con la escopeta en la cara y en unión con Pedro reanuda el combate con la Guardia Civil. Durante un largo periodo el tiroteo es intensísimo. Saltan ramas y piedras por los impactos de los proyectiles. Flores y Pedro, tenaces y valerosos, no dan muestras de cansancio ni de temor. Los guardias tampoco. El cabo Lanzas comprende la ineficiencia del fuego, que amenaza con terminar con las municiones, pide un voluntario para acercarse a la cueva. Quien se ofrece primero es el Guardia Civil Teodoro López Sánchez, de veintiocho años de edad, soltero y natural de Salamanca. Con la bayeta calada y protegido por algunos de sus compañeros que van tras él, logra avanzar en medio de aquella lluvia de fuego. Poco a poco consigue ir cortando distancia que le separa de la boca de la cueva dónde los dos bandidos están atrincherados. Cuando se encuentra a diez o doce metros, un tiro certero de Flores le alcanza de lleno en la garganta y rueda muerto por la pendiente.

   Los compañeros que le siguen tratan de auxiliarle y, comprueban que se encuentran sin vida, intensifican los disparos. El cabo Lanzas, que desde su posición domina el punto donde está el bandido, decidido de terminar cuanto antes con aquella situación, hace una arriesgada salida. Flores, al verle se dispone a disparar sobre él. El cabo se anticipa y consigue alcanzarle en el hombro derecho, que tenía al descubierto. Al sentirse herido, deja escapar un terrible juramento y, lleno de ira, intenta incorporarse. El guardia aprovecha el momento y le vuelve a disparar y el proyectil le de en el pecho. Flores cae a tierra. El cabo avanza hacia él, pero con un desesperado esfuerzo el bandolero consigue recoger su escopeta. Aún estando herido de gravedad, tiene fuerza para levantar el cañón. El Guardia Civil Antonio Jiménez, que no le pierde ojo, avisa a su compañero:

   -¡Cuidado cabo!

   Pero éste no se encuentra desprevenido. Dispara por tercera vez sobre el bandido a muy corta distancia. Cae Flores Arrocha y rueda por la pendiente sin soltar el arma. Queda muerto boca abajo, junto a un arroyo cuyas aguas van tiñéndose poco a poco de rojo.

   Su hijo, que ha presenciado impasible le terrible lucha, desaparece de la altura donde se encontraba.

   Pedro Cerrerías sigue disparando contra los guardias durante unos instantes. Consigue herir en una mano al Guardia Civil Félix Ochaiza Pérez, perteneciente al Tercio Móvil. Luego huye envuelto por la niebla, que comienza a invadir rápidamente la Majadilla de la Encina. El Guardia Civil Luis Ramos García trato de perseguirle y sufre una aparatosa caída y se produce varias contusiones. Todo hace suponer de que Pedro va herido. Los guardias sigue su rastro y este supuesto se confirma porque, a no mucha distancia, se encuentra su gorra llena de sangre, con cabellos adheridos. En esa búsqueda encuentra al hijo de Flores escondido entre la maleza, llorando desconsoladamente. A la pregunta de los guardias dice que Pedro se ha marchado no sabe dónde después de lavarse las heridas en un arroyo.

   También le informa que llevó a su padre setenta cartuchos. Como en los bolsillos del cadáver había solo ocho, Flores disparó casi en la batalla del Puerto del Robredal sesenta y dos, lo que da idea de la intensidad del tiroteo.

   Mientras varias parejas continúan la persecución de Pedro Correrías, pese a lo cerrado de la niebla, el cabo Francisco Lanzas envía a otra pareja a dar cuenta de lo sucedido a sus superiores. Dicha pareja también lleva al hijo pequeño del bandido con orden de entregarlo a sus tíos en la Fuenfría.

   Al mediodía llega el juez para proceder al levantamiento de los cadáveres. Lo componen el Teniente Coronel don Gerardo Conde, en funciones de juez instructor, don Mariano Gómez, juez de Instrucción de Marbella, los médicos don Félix Cea y don Adolfo Lina y el secretario don José Cervillo. En dos mulos son conducidos los cuerpos a Marbella, pues en cuando todas las diligencias han sido hechas en Ronda, los últimos hechos han acaecido en el término de Benahavís.


PARADA DE REGRESO A MARBELLA CON EL CUERPO DE FRANCISCO FLORES ARROCHA Y SU ESCOPETA SOBRE UN MULO.


   La partida de defunción de Francisco Flores Arrocha dice así:

   En Marbella, provincia de Málaga, a las doce y quince minutos del día primero de enero de mil novecientos treinta y tres, ante don Antonio Romero, juez municipal, y don Antonio Carrasco Sánchez, secretario, se procede a inscribir la defunción de Francisco Flores Arrocha, de cuarenta años, domiciliado en Igualeja y de estado casado, falleció en el lugar llamado Arroyo Hondo, del término de Benahavís, el día treinta y uno de diciembre pasado, a las siete, a consecuencia de herida en la región temporal producida por arma de fuego, según resulta de la orden de la superioridad y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el Cementerio de esta Ciudad. Esta inscripción se practica en virtud de orden del Sr. Juez de Instrucción de este Partido, habiéndola presenciado como testigos D. Manuel Cantos Lima y D. Luis Suárez Nieto, mayores de edad y vecinos de esta Ciudad. Leída este acta se sella con el del Juzgado y la firman el Sr. Juez y los testigos de que certifico.-Antonio Romero.-Manuel Cantos.-Luis Suárez.-A. Carrasco.

   Al margen de la expresada acta aparece la siguiente nota:

   Como ampliación se consigna de orden de la superioridad que Francisco Flores Arrocha es de treinta y seis años, hijo de Pedro y María, natural y vecino de Igualeja, Casado con María Gil Gonzáles, de cuyo matrimonio deja cinco hijos llamados Pedro, Francisco, Antonio, Isabel y María. Marbella, 4 de enero de 1933.- El Juez Municipal: Antoni Romero. El Secretario: A. Carrasco

Registro Civil de Marbella. Sección 3ª. Tomo 76. Folio 173 vuelto.


   Así terminó Francisco Flores Arrocha, como él había elegido: morir matando.

   Y como normalmente ocurría con estos casos, la excesiva imaginación de las personas sencillas vieron en él, no al autor de los horribles crímenes acaecidos en la Fuenfría Alta, sino a la figura gallarda del bandolero tradicional, generoso, valiente, atractivo y, por supuesto, invencible.

   Tan invencible, que tras conocerse la muerte a manos de la Guardia Civil no creyeron que fuese Flores Arrocha. En Igualeja y en los pueblos vecinos circulaba la noticia que el muerto del Arroyo Hondo era un pobre pastor, padre de seis hijos y que solía andar por aquella zona. Aseguraban con toda certeza que Flores Arrocha había escapado y que para capturarlo en una sierra tan bien conocida por él "hubieran hecho falta un regimiento y lo menos cincuenta aeroplanos".

   Tan verídica historia tiene un inesperado colofón. Un telegrama de prensa fechado en Ronda el 30 de enero de 1933, un mes después de la muerte de Flores Arrocha. Telegrama que fue publicado en bastantes periódicos.

   Dice así:

   El sobrino de Flores Arrocha, que huyó herido el mismo día de la muerte de su tío, parece haber dicho que le vengaría exterminando a toda la familia de los Becerra. La Guardia Civil le persigue sin descanso.

   Hoy José Becerra "el Pinacho" salió de Igualeja en dirección a la Fuenfría acompañado de su esposa y una hija de corta edad, las dos montadas en una yegua. El iba agarrado a la cola. Al llegar al kilómetro 22 de la carretera de San Pedro, oyó una voz que decía: "¡Ya caíste!". Inmediatamente sonaron varios disparos que partían de una corraliza próxima. José resultó con tres heridas en el brazo derecho, cintura y codo. El herido volvió rápidamente la caballería y marchó a todo galope a Igualeja, mientras Pedro, el sobrino o el hijo del bandido, seguía disparando sobre él y su familia, sin que afortunadamente hiciera blanco.

   Al ruido de los disparos acudió la Guardia Civil, y mientras varias personas conducían al herido para ser atendido, los guardias salieron en persecución de Pedro, sin que hasta el momento lo hayan encontrado.

   Pedro había jurado matar a "el Pinacho", por creer que fue él quien denunció  a la Guardia Civil el lugar donde se encontraba Flores Arrocha.

El día 3 de febrero del mismo año, también llegaron a publicar en los periódicos, lo siguiente:

   En un autobús marcharon a la Serranía de Ronda veinticinco guardias civiles de la comandancia de Málaga para cooperar a la captura de Pedro Cerrerías, sobrino de Flores Arrocha.

   El día 18 del mismo mes hubo otro tiroteo  con la Guardia Civil en el Puerto del Robledal y en el mes de marzo, ya muerto "Pasos Largos", seguía en busca y captura.


BIBIOGRAFÍA:

-FLORES DOMÍNGUEZ, RAFAEL. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, ANDRÉS. "Sierra de las Nieves. Guía del excursionista". 3ª Edición. Editorial LA SERRANÍA. Ronda, Málaga. 2008

-GARCÍA CIGÜENZA, ISIDRO. "Bandoleros en la Serranía de Ronda". Primera edición en la Editorial La Serranía: mayo de 2008. Ronda, Málaga. 2008.

-HERNÁNDEZ GIRBAL, FLORENTINO. "Bandidos Celebres Españoles. En la historia y en la leyenda. Segunda y última serie. Ediciones LIRA, Madrid. 1973.

-PÉREZ REGORDÁN, MANUEL. "El Bandolerismo Andaluz". Herederos de Manuel Pérez Regordán. Librería Raimundo, Cádiz. 2019. 

domingo, 17 de septiembre de 2023

LOS BAGAUDAS




 
La palabra Bagauda (bagaudae en latín) designa a un tipo de personaje del imperio romano tardío o Bajo Imperio que participó en diversos levantamientos o rebeliones contra los terratenientes y el poder romano en Hispania y en las Galias entre los siglos III y V. 

Sus integrantes eran soldados desertores de las legiones o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos, forajidos o indigentes que se enfrentaron a la opresión laboral tanto el sistema militar como del "prefeudal" de grandes propietarios que surgió en el Bajo Imperio, y por lo tanto se les adjudicó un carácter prácticamente revolucionario. Alternativamente se les ha juzgado como grupos marginales equiparables a un bandidaje local. En todos los casos se presentaban como líderes locales  en torno a los cuales sectores de población diversa, esencialmente campesina, buscan seguridad.

Hidacio, en el año 443, asocia a los bagaudas con la ciudad de Aracellum, probablemente la actual Arbizu, en Navarra. Se trata de una zona con influencia vascona.

Sus primeras acciones se remontan entre los años 283-284, siendo los enfrentamientos más intenso en Hispania entre los años 411 y 454, localizados  en la zona noroeste de la Tarraconense y el Valle del Ebro. La estrategia que practicaba la bagaudica militia es la guerra de guerrillas. Las bandas armadas que pudieron disponer de algún puesto fortificado atacaban por sorpresa, saqueaban campos  y capturaban botín de las ciudades asaltadas, sus acciones de violencia culminaron en ocasiones con la esclavización de propietarios y la muerte de los cautivos, como el obispo de Tarazona.

En el libro "Entre Fenicios y Visigodos" de Jaime Alvar Ezquerra define la organización y táctica de los bagaudas:

...como bandolerismo complejo, pues el movimiento poseía una rudimentaria organización militar similar a la de un ejército bárbaro, dirigida por jefes carismáticos y otros dirigentes secundarios, probablemente reclutados entre los elementos más romanizados. Pero su nivel de coordinación y organización no debió ser muy elevado.


La forma de reclutamiento de los bagaudas eran aleatorias.

Sobre la localización geográfica no llegaron a dominar de forma estable  ninguna de las zonas por las que se desplazaban, siendo las revueltas en zonas localizadas.

La composición social del bagaudismo, según las fuentes literarias lo describen como un movimiento muy heterogéneo, tal y como lo reflejan la vaguedad de los términos empleados para aludir a los rebeldes, expresiones como: rusticus y agricola.

Las causas que provocaron estas revueltas están relacionadas con la difícil situación económica de sus integrantes, que padecen la opresión ejercida por el Estado romano y sus representantes.


BIBLIOGRÁFIA:

-ALVAR EZQUERRA, JAIME. Entre Fenicios y Visigodos. La historia antigua de la Península Ibérica. Editorial  La Esfera de los Libros, S. L., 2008.  28002 Madrid.

-DÍAZ MARTÍNEZ, PABLO C., MARTÍNEZ MAZA, CLELIA Y SANZ HUESMA, FRANCISCO JAVIER. Hispania tardoantigua y visigoda. Ediciones Istmo, S. A., 2007. Sector Foresta, 1. 28760 Tres Cantos, Madrid.

-THOMPSON, E. A., Los godos en España, Madrid 1971. Tercera Edición 2014.

domingo, 30 de octubre de 2022

CURRO JIMÉNEZ alias "EL BARQUERO DE CANTILLANA"

   -¡Ríndete, Curro, y prometo interceder a tu favor!- le grita el capitán.
   -Se lo agradezco, señor oficial -contesta-, pero al "Barquero" nadie le pone la mano encima como no sea muerto.



  
 Ardua tarea es la de intentar reconstruir, después de tan dilatado tiempo, sobre la vida de un famoso bandolero cuya triste memoria subsiste casi exclusivamente por la tradición popular, presenta, en ocasiones, obstáculos insuperables. Escasa bibliografía sobre un tema en concreto, encontrando poca información desperdigada en alguna obra.
En esta ocasión hago referencia al conocido Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana", conocido por muchos por ser el bandolero elegido al azar para la serie creada por Televisión Española a mano del difunto dramaturgo uruguayo Antonio Larreta, consta de tres temporadas emitidas en los años 1976, 1977 y 1978. Siendo la mayoría de las anécdotas y pasajes de la vida de diferentes bandoleros, pues históricamente no se puede contar con la presencia de Curro Jiménez en la Guerra de Independencia porque el protagonista no nació hasta el año 1820. No obstante, nuestro respeto y admiración a la obra con amenas historias de bandidos y exposición colorística, pero nunca como biografía de uno de ellos.

   Florentino Hernández Girbal sobre el fenómeno del bandolerismo: "... éste tenía una potente carga política y social; unos sucesos dramáticos que, siempre interesantes, van de la nobleza a la crueldad, del amor al crimen; un hondo valor humano por ser lucha violenta y armada de un hombre, desgajado de su medio, frente a la justa o injusta ley de la sociedad en que vive..."

   De la partida de bautismo de Curro Jiménez no se sabe, pero por manifestaciones propias del bandido, testigos y partida de enterramiento, se sabe que nació en 1820, sin poder concretar el día y el mes. De nombre Francisco Antonio, aunque todos lo conocen por el diminutivo de Curro, hijo de Antonio Jiménez y Manuela Ledesma. Todo comienza en 1835 cuando tenía 15 años. El pueblo sevillano de Cantillana, en la ribera del Guadalquivir, la modesta familia de Curro Jiménez vivía de las ganancias que su padre obtenía pasando mercancías y pasajeros en una barca que atravesaba el Guadalquivir. Él ayuda a su padre, aunque no sepa leer y escribir con destreza, pero si para nadar y remar como muy pocos mayores que él pueden hacerlo. Curro, al que describen como un muchacho apuesto, sencillo e ingenioso, lo que motivo que en la comarca todos lo apreciaran y conocieran. Además de ser servicial en extremo y, en ocasiones, valiente en servicio a los demás.
   En una noche, en el pueblo de Cantillana se produjo un incendio y allí acude Curro para socorrer en lo que sea menester. Las llamas asoman como un demonio insaciable por las ventanas de una casa. Constante y vivo es el movimiento de los vecinos para acabar con las llamas ve a su llegada, y entre voces y lamentos oye que en el interior de la vivienda se encuentran unos niños a los que debe sacarse a todo trance. Curro, sin pedir ayuda a nadie, va decidido al interior de la vivienda muy decidido haciendo caso omiso a unos hombres que quieren detenerlo. Al poco tiempo, sale sofocado de la vivienda en llamas con el pelo y la ropa chamuscada, casi ciego, trayendo a los pequeños  de corta edad, consiguiendo salvarlos de la muerte segura y tan solo con algunas pequeñas quemaduras.
   Desde aquel día ya no lo tienen en Cantillana como un niño, lo tienen por un hombre valeroso.
   Pasa el tiempo y su padre comienza a tener una salud precaria, lo que le lleva en ocasiones a sustituir al padre con la barca y dejar otros trabajos que le iban saliendo para llevar más dinero a casa. Curro empuña los remos yendo sin cesar de una orilla a otra, ayudando a las mujeres y a los ancianos, cuando un pobre necesita cruzar no sólo lo hace en balde, sino que le socorre al desembarcar.
   Transcurre más de un año y la salud de su padre empeora hasta el agravio de que durante meses no puede moverse de la cama. Curro lo suple y, a pesar de su juventud, se convierte de hecho en el barquero de Cantillana. En el pueblo todos lo aceptan  a excepción de don Antonio, el alcalde de Cantillana, que nunca los ha mirado con buenos ojos. Como si existiera sobre ellos una vieja y oculta venganza. Cansado de ver que sirve solo la barca, el alcalde nombra un sustituto y Curro se ve forzado, no sin pesar, a dejarle los remos.
   Faltos él y su madre de ingresos, Curro Jiménez comienza a trabajar en el pueblo de Cantillana en todos los trabajos que buenamente le ofrecen, como cuidar cerdos y acarrear leña. Enrique, el hijo del alcalde y sus primos Emilio y Juan, al verlo trabajar en tas humildes menesteres, no descuidan la ocasión de burlarse de él, pero Curro hace oídos sordos a las provocaciones. No quiere disputa y guarda silencio.
   Una de las tardes, llega a casa tras una dura jornada de trabajo, encuentra a su padre agonizante. Al alba fallece. Acompaña al cuerpo hasta darle tierra y al día siguiente hace presencia en el río para relevar al sustituto y hacerse cargo de la barca. El hombre le dice que sin orden expresa del alcalde no puede entregársela. A él acude con el mismo propósito. La respuesta le deja confuso y desconcertado. El Ayuntamiento ha acordado rescindir el contrato que tenía con su padre, alegando falta de cumplimiento, lo cual supone la pérdida del depósito. A lo que Curro dice que no hubo tal abandono, ya que mientras faltó su padre él atendió el servicio sin la menor queja. Dicha protesta no fue escuchada. Llega a la conclusión que lo que don Antonio quiere es quitarle la barca su joven sangre se enciende. Frenando con trabajo sus ímpetus, ruega al principio y exige más tarde que le sea entregada. Ante la expresión desdeñosa del alcalde, es llevado por la ira y le amenaza con cobrarse algún día aquella injusticia. Don Antonio ve tan firme resolución en sus ojos que trata de apaciguarle. En breve se anunciará nueva subasta y podrá concurrir a ella. Llegado el momento eleva el arrendamiento hasta una cantidad que excede con creces las posibilidades de Curro y, al no poder hacer frente a dicha cantidad, concede la barca a un partidario suyo abonando él la diferencia.
   Ya no es Curro Jiménez el barquero de Cantillana, pero hasta su muerte le conocerán por este nombre.
   Si el adolescente, rebelándose furioso ante el atropello, siente el imperioso deseo de vengarse del alcalde, tampoco éste olvida sus amenazas. Para huir de la miseria, Curro trata de encontrar trabajo en Cantillana, pero los partidarios de don Antonio se lo niegan. Los contrarios a él, temeroso a enemistarse con la primera autoridad municipal, le dan la misma respuesta.
   Dicha situación no quebranta su firme voluntad. Con buen ánimo marcha a la vecina aldea de Burguillos, donde pronto encuentra trabajo. Desde entonces sale a muy temprana hora y regresa hasta bien entrada la noche. La mayoría de las veces hace el trayecto a pie, pero en ocasiones se encuentra con algún conocido y hace el recorrido en carro o a caballo. No se siente feliz, mas tampoco desgraciado. Con dieciocho años ve y acepta las cosas con una seriedad y aplomo impropios de su edad.
   Una tarde de invierno, cuando vuelve a del trabajo y de camino al pueblo se encuentra con María, unas de las mozas más bonitas de Cantillana, hija del Teniente Alcalde, de la que hace tiempo se siente secretamente atraído. Nunca ha osado en decirle nada por la diferencia de clase que hay entre ellos y conocedor de que se encuentra prometida con Enrique, el primogénito del alcalde, pero la casualidad hace acto de presencia  y Curro gustosamente la aprovecha. La joven María también debe pensarlo así, pues al ver a Curro se adelanta a sus criados y, pone a la mula al trote hasta ponerse a la altura de él y le saluda. Ella le cuenta que viene de asistir a una boda de una prima suya. De este tema y otros mantienen una conversación muy amena cuando vienen a darse cuenta están en Cantillana. Tan animada charla se les hizo corto el camino.
   Muchas cosas se quedarían por contarse, que antes de despedirse, acuerdan continuar con la conversación esa misma noche en la reja de la casa de María, que da a un callejón sin salida por la que no transita nadie. A la hora convenida Curro, oculto en una manta y con el sombrero calañés inclinado sobre su rostro, acude a la cita. En la oscuridad, mantienen la conversación con palabras apenas murmuradas, se hacen más íntimas y tiernas. Conversación que mantienen antes de despuntar el alba. Ya les unen firmes juramentos de amor que esperan ver triunfar ante la adversidad.
   Noche tras noche se ven sin ser descubiertos, piensan que podrán mantener el romance en secreto el tiempo que ellos deseen. Pero siempre sucede, cuando más confiado están son descubiertos.
   Es el alguacil, por casualidad, les sorprende. La oscuridad del lugar le impide saber quién es galán, con paciencia, y tras varias jornadas de espera. Llego el momento, ve como se separa de la reja y entrar tranquilamente en la plaza. Es Curro Jiménez. A la mañana siguiente lo pone en conocimiento del alcalde de quien quiere birla la novia a su hijo. Inmediatamente idean un plan para dar escarmiento a Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana". Un recuerdo que le dure toda la vida.
   Como viene siendo habitual entre ellos, Curro se dirige a su cita diaria con María en el mismo lugar. María abre la ventana y junta las manos con las de su amado y hablan descuidado. De pronto oyen unos pasos y por inercia Curro vuelve la cabeza y ve entrar en el callejón a tres hombres que se dirigen a él con pasos decididos. A la luz de la luna los reconoce. Son el hijo del alcalde, Enrique con sus dos primos, Juan y Emilio, bien saciados de vino y con navajas y palos. Le pide a María que cierre y acto seguido, sin apresurarse, deja caer la manta de los hombros, se la tercia en su brazo izquierdo y en su mano diestra empuña una navaja que saca de la faja, espera la cometida.
   Quien toma la iniciativa es Enrique. Curro lo aguanta sereno esquivando ágil los golpes. En la primera oportunidad hacer brillar como un rayo su arma y le deja en una de sus mejillas un corte limpio, que al punto se delata una línea roja. Al delatarse la sangre Juan y Emilio hacen un gesto para retroceder; pero apostrofados por "el Barquero de Cantillana" vuelven al ataque. Pelea con ardor y consigue mantenerlos a raya sin que ninguno le de alcance. La destreza de Curro con la navaja, con movimientos veloz y zigzagueante. En varias ocasiones hace llegar su punta junto al pecho de los mozos con único propósito de asustarlos. Lo consigue, poco a poco éstos van cediendo terreno por su impotencia. Curro ve venir un garrote directo a su cabeza, salta para librarse de la trayectoria del objeto con la mala fortuna que resbala y cae. No le da tiempo a levantarse, dada la situación se abalanzan cobardemente sobre Curro lo apalean salvajemente. Los golpes suenan sordos al golpear el cuerpo. Curro, incapaz de moverse, no deja oír la más mínima queja. María, que ha presenciado la pelea con angustia, pide auxilio con todas sus fuerzas. Satisfecha la venganza del hijo del alcalde y sus dos primos, dándoselas de valientes, abofetean el rostro de su enemigo y huyen al mismo tiempo que ríen.
   Yace Curro en el suelo sin conocimiento en la gélida noche. Llegan algunos vecinos en respuesta de los auxilios de María. Vecinos que ven la huida de tres individuos y posteriormente a María agachada junto a un cuerpo inmóvil, al que reconocieron como Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana". Lo trasladan a su casa para darles primeros auxilios, comprobándose que presenta varias fracturas de las que tardará en sanar varios meses. En su casa llega el médico y el juez, al que le declara quienes son sus asaltantes y sus nombres, que fueron detenidos en poco tiempo, aprovechando la influencia del alcalde, se procuro que la culpa caiga sobre Curro como primer agresor, hecho que desmiente tanto él como la testigo María, la que lo había presenciado todo. La acusación realizada por el alcalde no prosperó. Mientras tanto, el juez, ha abierto sumario para aclarar los hechos acontecidos aquella noche y castigar con arreglo a la ley a los autores, pero el juez es coaccionado por las autoridades municipales, a lo que el juez sobresee el caso sin culpar a nadie. Tal resolución es comunicada anticipadamente a Curro por María, que en ningún momento a dejado de estar en relación con él.
   Transcurrieron cinco meses la convalecencia de Curro Jiménez. Cinco largos meses tanto para él como para su madre que, con su exigüidad económica, se tuvo que endeudar más y más hasta la curación de su hijo Curro. Pudo contar con la ayuda de su amiga Matilde, que al ser conocedora de la situación, deja temporalmente su casa para instalarse en su hogar dando cuanto tiene y con María, el gran amor de Curro, siempre atenta a sus necesidades.
   Vuelve a la aldea de Bollullos para reingresar en su puesto y se lo encuentra ocupado, lo que le lleva a mendigar un trabajo en Cantillana sin éxito, algunos amigos le aconsejan que pida perdón al alcalde, Curro prefiere el hambre antes que pedirle perdón.
   La necesidad le lleva a efectuar pequeños robos con los que salvar, de momento, tan angustiosa situación. Siendo los primeros jalones de la vida de aventuras que estaba por llegar.
   Una tarde, al llegar a su casa, le entrega a su madre tres onzas de oro. La madre le pregunta que como las había conseguido, miente y le dice que las tenía ahorrada para el día de su boda. Antes de ponerse a cenar, con la excusa de ir a ver a una persona que le ha prometido ocupación, va a casa de Matilde, la amiga de su madre. Le dice que se ve en la necesidad de marchar del pueblo sin saber cuanto tiempo va a durar su ausencia, le pide que cuide de ella. En ese momento pone en su mano seis onzas y le insiste a Matilde de que no diga nada de su visita, algo en lo que Curro le insiste y Matilde le da su palabra.
   Curro Jiménez ya ha tomado su resolución. Lo empujan a la guerra; pues la tendrán. Ahora dará a conocer a todos quién es en verdad Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana".
   Era una mañana soleada de domingo, se presenta a las diez de la mañana en la plaza. Se encuentra la plaza rebosante de personas charlando en grupo y otras pasean por ella con sus trajes de fiestas a la espera de la hora de la misa mayor. Entre ellos se encuentran Enrique con sus primos Emilio y Juan, siempre juntos y con el mismo aire de perdona vidas. Entre ellos pasa sin mirarles, dirigiéndose a la casa del alcalde. Le siguen con la vista sin salir de su asombro. Al llegar a la puerta principal se la encuentra abierta, entra y, al dar con el despacho de don Antonio, hace lo miso sin pedir permiso. Al verle irrumpir tan bruscamente, que ya estaba dispuesto para salir, se detiene sorprendido. Curro adelantándose con decisión y el retrocede temeroso. Su actitud y mirada le impresionan. Lo que le lleva a pensar que será capaz de cualquier cosa. Don Antonio intenta pronunciar algunas palabras a lo que Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" le ataja. Viene a liquidar todas aquellas injusticias que desde el día que le quitó la barca ha venido cometiendo contra él. Nada ni nadie podrá impedirlo. Diciendo esto, abre despacio su navaja colocándole la punta a la altura del corazón. Aunque puede matarlo en ese preciso momento, no lo hará todavía. Desde ese preciso momento, siempre se verá amenazado para que pase muchos días de miedo y sufrimientos. Y para que todos  le conozcan y maldigan lo que por su culpa va a pasar ese domingo en Cantillana, blande veloz la navaja y le señala un largo corte en la cara, igual que a su hijo. Alza un grito llevándose la mano a la sangrante mejilla. 
   Curro abandona la casa, y al cruzar el umbral se tropieza con Enrique, que había acudido sospechando algo. Sobre él cae la mirada cargada de odio de Curro y, sin mediar palabra alguna, le quita la vida a navajazos. Sale a la plaza, su anterior frialdad a desaparecido. Esta excitado, con la ropa manchada de sangre. En su mano derecha mantiene la navaja, con la ancha y puntiaguda hoja ensangrentada brillando amenazadora.
   Inmóvil bajo la cegadora luz del sol como un dios atroz mitológico. Con mirada febril busca  a Emilio y a Juan, al dar con ellos se dirige velozmente. Ellos, al percatarse intentan huir, pero el miedo les paraliza. Todo sucede en cuestión de segundos. Como una fiera, Curro va repartiendo puñaladas a uno y a otro, hasta hacerlo caer a tierra. La sangre corre violentamente. Los allí presentes se apartan aterrorizadas. Las mujeres gritan enloquecidas. Con una destreza inaudita, Curro levanta a Emilio junto al pilón de la fuente y, recostándole contra las piedras, de un golpe atroz le parte el cuello. La cabeza cuelga muerta y el agua de la fuente se va tiñendo de rojo. En ese momento comienza el sonoro repique de la campana, que indica el comienzo de la misa mayor. Durante un instante el eco del sonido de la campana tiembla en la plaza, a lo que una bandada de pájaros rasga el cielo con presuroso aleteo. Juan, yace en el suelo por estar herido de gravedad a poco pasos de Curro Jiménez, levanta hacia éste el rostro desencajado y con gesto mudo, implora su compasión. Pero "el Barquero de Cantillana", despiadado, no perdona. Se aproxima, y de rodillas le hunde la navaja en el corazón. El cuerpo sin vida, rueda a sus pies con un caño de sangre en el pecho.
   Consumada su violenta venganza, el furor de Curro decrece. Durante un instante se queda quieto, como abrumado, junto a sus víctimas. De los presentes en la plaza, testigos de tan violenta venganza, se quedan paralizados por el terror de lo que acaban de presenciar, intentan acercarse a él. Al momento Curro comienza a caminar despacio, con la cabeza inclinada, deja  resbalar la navaja ensangrentada de sus dedos teñidos de sangre. Lanza ésta al caer un leve destello y su hoja ensangrentada deja viva constancia de los crímenes sobre la tierra solitaria. Sin ser molestado por nadie, Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" abandona el pueblo.
   Durante algunos meses nada se sabe de él. Algunos suponen que se ha ido a Portugal y otros que se ha unido a cualquier cuadrilla de bandidos de los que merodean por la región. El alcalde, don Antonio, enfurecido por los hechos acaecidos, arma y sostiene a su costa unas partidas con orden expresa de cogerle vivo o muerto, mas no logra dar con su paradero. La única persona que lo sabe es Matilde, persona que recibe frecuentemente dinero de Curro para su madre. Pero Matilde, quebrantada su escasa salud por los constantes sufrimientos, no tarda en morir. Al enterarse Curro, considera al alcalde responsable de la muerte de Matilde y busca en dañar a don Antonio en donde más le puede dolerle. Una noche, las campanas de Cantillana tocan insistentemente. Uno de los guardas avisa a don Antonio que en el cortijo donde almacena su cosecha esta ardiendo. Con rapidez monta a caballo y acompañado de sus criados al galope van hacia el lugar. En un recodo del camino oyen una voz que los manda detenerse y poner pies en tierra. Al verse rodeados por doce jinetes con los trabucos dispuestos, obedecen. De entre ellos ven con asombro adelantarse a Curro Jiménez, su capitán. Señalando éste el cortijo,  que a lo lejos se aprecia como arde vivamente iluminando la noche, dice que le ha dado fuego de su propia mano, y les aconseja que se ahorren la molestia de llegar hasta allí porque en muy poco tiempo sólo quedará el terreno quemado. Curro manda a sus hombres que desarmen a sus hombres y criados. Desde allí podrán ver mejor el espectáculo. Cumplida la orden, golpean a los caballos y éstos toman al trote el camino de Cantillana, donde llegan sin jinetes. La cuadrilla de Curro Jiménez desaparece bajo la oscuridad de la noche.
   Estas fechorías y las constantes denuncias de robos importantes efectuados en la comarca hacen que los alcaldes de los pueblos de la comarca entre los que están La Algaba, Posadas y Cantillana, se dirigen a la presencia de don Jaime de Almirola, corregidor de Sevilla, con la urgente demanda de que los caminos sean vigilados y se dé caza a los bandidos. La urgente demanda es atendida, el corregidor moviliza algunas partidas de migueletes; pero son escasas veces la que se enfrentan a la partida de Curro Jiménez y en todas ellas, los migueletes son derrotados estrepitosamente. En una ocasión un numeroso grupo, presa del pánico, abandona las armas y, perseguidos por los caballistas, dicho grupo llega vencido a Sevilla.
   Los continuos fracasos de la fuerza pública hacen crecer las alarmas. Los que tienen algo que perder no se sienten seguros. Se repiten los robos en poblaciones y asaltos en los caminos. El nombre de "el Barquero de Cantillana" y su partida es pronunciada con respeto y temor. No tardará en ser aureolado por la admiración popular y en gozar de una triste celebridad.
   Cuenta con veintiún años Curro Jiménez, y es un mozo bien plantado. Quienes lo han visto, dicen que goza de una estatura aventajada. De agradables facciones, ojos negros y de mirada tranquila, nariz aguileña y frente espaciosa. Le enmarca el rostro unas patillas de boca hacha.
   Solía vestir con elegancia, Florentino Hernández Girbal describe como salía al campo: "Suele usar en el campo pantalón de punto azul tina, chaqueta jerezana con botones de plata, chaleco con muletillas de oro, canana a la cintura, de cuya charpa penden dos pistoletes y, asomando por entre la faja, un cuchillo toledano. Le cubre la cabeza, bajo el sombrero calañés, un pañuelos de Indias y rodea su cuello otro de seda encarnado, sujeto con una sortija de oro. Sujetas a los zapatos pespunteados lleva espuelas vaqueras".
  
 Curro Jiménez consiguió en un breve espacio de tiempo una partida de un buen puñado de hombres enteros y templados, de los que no se echan atrás y su fama se extendió tan rápida a la misma velocidad que el fuego recorre la pólvora. Una partida de quince miembros, siendo un estepeño de mediada edad y curtido en muchos lances apodado "el Mochuelo", y al "tío Carranque, un gitano de gran astucia como los tenientes de la partida. Otros miembros de la partida responde a los apodos de "Malos Pelos", "el Espinaca", "el Zurdo", "el Algarrobo" y el resto de igual linaje.
   La fama de Curro Jiménez va en aumento, también sus aventuras amorosas. Es curioso hacer la observación de como a cierta clases de mujeres tienen una extraña y perniciosa atracción sobre todos los bandidos, aun siendo los más bastos, bestiales y sanguinarios. Es como el sólo hecho de pensar el poder ser acariciadas por sus manos asesinas, envueltas en el áspero olor montaraz de su cuerpo, rendidas sumisamente a su  feroz animalidad, fundiéndose con él durante unos instantes en la sangre y en el crimen, hallasen, por morbosidad o por una corrompida sexualidad, un embriagador afrodisíaco capaz de trastornarles los sentidos.
   Después de aquel dramático domingo en Cantillana, hechos que hicieron imposible seguir sus relación con María, de la que nunca volvió a saber de ella, a Curro Jiménez nunca le han faltado los romances. En su mayoría, amores fáciles, de los que mueren al poco de nacer, algunos de ellos alteran más de una vez su vida.
   Uno de esos amores le conquista, una bellísima joven, alta, de cabello rubio y de figura airosa con un encanto particular. Se desconoce las circunstancias por las que se conocieron. De nombre Amparo. Vive con un tío suyo, siendo el caprichoso destino sea don Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba, uno de los más encarnizados perseguidores de Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana". Se ven de noche, siempre que a Curro Jiménez le es posible ir al pueblo, y sabe por la joven que, al quedarse huérfana, recibió una importante herencia, que hasta ahora a su tutor para negocios dudosos, sin verse en la obligación de rendir cuentas.
   Curro esta perdidamente enamorado de Amparo y sólo piensa en el momento propicio de separarla de las manos de aquel sujeto para hacerla su esposa. Amparo sabe de buena tinta de quien es Curro y lo acepta tal como es. Pero antes de que puedan idear algún plan para la huida, el señor de Guzmán se entera de su romance. Escandalizado porque el pretendiente de su sobrina sea, nada menos que Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana", a quien jurado exterminar, hace que sus criados de confianza vigilen a su sobrina para evitar, en lo sucesivo, que Curro se pueda acercar a ella, y menos todavía que unan su mano.
   Por este motivo aumenta los efectivos de la partida que ya tenia para su captura, y los sueldos y los premios, hasta alcanzar éstos unas cantidades por demás crecidas. Cien reales de vellón paga al capitán, ochenta al teniente y sesenta y cinco a cada uno de los hombres. A ello anexiona premios de cuatro mil, dos mil y mil quinientos pesos respectivamente el día en el que le presenten el cadáver de Curro Jiménez. Razón por la que algunos vecinos de La Algaba se lanzan a recorrer los caminos, atraídos por la cuantía ofrecida, con la esperanza de que la suerte les ayude a la captura del bandido.
   Pero Curro Jiménez es debidamente informado de todo el plan por uno de los criados del señor Guzmán llamado Periquillo quien, por un defecto de la vista es conocido con el sobrenombre de "el Bizco", el cual hace oficios de tercería en sus amores y al que paga con generosidad. Para extremar las precauciones, suspende las entrevistas.
   Tenaz persecución es la que tiene sobre el bandido, pero sin resultados. Pero Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" no es hombre que se deje sorprender. Burla una y otra vez a sus perseguidores, y cuando se enfrenta a ellos, la partida los mantiene a raya con inusual movilidad, de tremendo arrojo y de fuego mortífero de sus trabucos.
   Las partidas de migueletes y voluntarios están acortando el cerco a Curro, aún con eso no pierde el contacto con Amparo. Para ello sigue con la inestimable ayuda de Periquillo alias "el Bizco". Durante un tiempo, los amantes sólo se entiende por carta. La joven Amparo teme que en cualquier momento su tío la lleve lejos, angustiada por la situación, pide a Curro que, cuando antes la libre de su actual situación. Con la valiosa complicidad de "el Bizco", que, diligente y astuto, elimina los obstáculos, una noche de invierno de 1841, monta a su caballo "Pantalones" y, acompañado de su partida, entra en La Algaba. Nadie cree que pueden ser tan osados como para entrar en el pueblo. Al aumentar el número de partidas hay mayor números de personas en el campo buscando la partida y por ello la vigilancia es menor en las calles de La Algaba. Con mucha facilidad reducen en silencio a unos guardas. La partida se aposta en un callejón, por si fuese necesario intervenir en caso de sorpresa. Curro Jiménez se acerca a la puerta principal y ésta es abierta por Periquillo para darle paso. Con sigilo se acerca a las habitaciones principales. Se une el ansia de ver al fin logrado su amor y el deseo de vengarse del alcalde. Amparo, que le espera impaciente, al fin se une a él. Deben salir de allí antes de que su tío se de cuenta. El camino esta libre. Tan pronto se encuentran en la calle, pone a la joven bajo la protección de sus hombres, les dicen que le esperen, Aún tiene que encontrarse con don Juan de Guzmán para zanjar un asunto personal.
   Nuevamente vuelve a casa y entra en el dormitorio del alcalde. Don Juan de Guzmán reconoce al intruso y se queda mudo tras su sorpresa. Un largo puñal le apunta amenazador en el pecho. Curro ya tiene ante él al hombre que busca con ahínco. Le pide al alcalde que le entregue los cuatro mil pesos que a ofrecido al capitán el día que le entregara a "el Barquero" muerto. El alcalde don Juan sabe que no le queda otra alternativa que la de obedecer a la demanda de Curro Jiménez para poder salvar su vida. Conducido por el puñal en sus espalda, llega a una gaveta. La abre y extrae de ella una talega de monedas de oro, la deposita en la mesa al alcance de la mano del bandido. Curro da por satisfecho la humillación y el despojo. Aunque podría matarlo, no lo hace. Le amarro con el cordón de una cortina, y posteriormente lo amordaza. Se planta ante él y, diestro, le deja en la mejilla un corte hondo como testimonio de su presencia. Con mucha calma toma el dinero y se marcha. Monta a Amparo en su corcel y los dos amantes se marchan, custodiados por sus caballistas, abandonan la localidad de La Algaba con dirección al cortijo de "Las Cañas", en el término de Posadas, donde Curro Jiménez siempre ha sido bien recibido. Además de Amparo, se ha unido a la partida Periquillo alias "el Bizco".
   Curro Jiménez y Amparo quieren casarse. Mientras esto se hace posible, sabe que no puede tenerla mucho tiempo en el cortijo. La frecuente presencia de arrieros, caminantes y migueletes hacen el lugar poco seguro. Amparo recuerda una parienta lejana del señor Guzmán, residente en Bollullos, que siempre ha sentido por ella tanto afecto como desprecio la ha inspirado el alcalde. Consultada por Curro, accede.
   De nombre Dolores Muro y se cuenta de ella es mujer de larga y agitada vida amorosa. Natural de Écija y de padres labradores, se ve cortejada a sus catorce años por la bizarría de un alférez de lanceros. Un día abandono la casa paterna y tomó con él el camino a Sevilla. Como los recursos del militar eran escasos, el idilio murió marchitado por las estrecheces. Poco tiempo después, con el anhelo de una vida mejor, cambió sin dolor por un acaudalado escribano de la Audiencia, a quien dos años de lujos y vida regalada le dejó sin otra pluma que la que mojaba en el tintero. Posteriormente fue amante de un encargado de almadrabas y, finalmente, como colofón de su precoz y provechosa carrera, vino a caer en sus brazos a su próxima victima, nada menos que al corregidor de Sevilla, don Jaime de Almirola. Persona que se dedicaba a prestar más atención a las bellas damas que a sus responsabilidades como corregidor, y pagó gustoso, a muy buen precio. Mucho duró el púdico romance, pero en el transcurso de dicho romance, la conducta de Dolores Muro no fue un ejemplo de fidelidad, se valió para tener abstraído a la primera autoridad de Sevilla y amasar un capital suficiente para que en lo sucesivo la pusiera a cubierto de los altibajos ocasionados por la merma de su belleza a lo largo de los años. Como todo tiene un final, al terminar el romance de Dolores con el corregidor se retiró a Bollullos, y sin tener la obligación de vender sus gracias al mejor postor, las cedía siempre que se presentase alguna ocasión de su gusto.
   Cuando Curro Jiménez deja a su amada en casa de Dolores es, a sus treinta y tantos años, una dama cuya belleza natural a madurado en unos otoñales encantos por demás apetecibles, que contrastan con los serenos y plácidos de Amparo.
   Fue ver a Curro y punzarla al deseo de sumarle al número de sus conquistas. Su dilatada experiencia le dictaba la táctica a seguir y durante las frecuentes visitas que el bandolero hace a su novia trata, utilizando sus numerosos recursos que hasta allí le dieron armas irresistibles, de envolverle en su turbadora seducción. Muy cerca esta de lograrlo, creyendo Amparo tenerlo rendido, Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantilla", fiel a su amor hacia Amparo, la rechaza con violencia.
Ninguna mujer perdona dicha ofensa y Dolores Muro menos. Al ver despreciado lo que otros hombres buscaban codiciosos, su vanidad herida sólo la aconseja venganza. Ofuscada, piensa en delatar al bandido haciendo que la justicia le prenda en una de sus visitas, pero teme que por dicha traición la haga pagar con su vida a mano de cualquiera de sus hombres, por lo que desiste. Entonces decide atacarle donde más le duele, Amparo será su víctima. Dominada por el odio, sabe fingir astutamente. Fingiendo dulzura y cordialidad de su trato, pero callada y metódicamente va, día tras día, quebrando la salud de Amparo con un lento veneno. La joven advierte pronto la carencia de fuerzas y que el fresco y rosado semblante se marchitan. Curro Jiménez, alarmado, piensa que es un mal de ojo. Requiere la presencia de un curandero y éste no consigue que le mejore la salud. Día tras día, la muerte se va acercando. La luz tan dulce de su mirada ya es sólo una tenue chispa y su tierna sonrisa de antaño una mueca lastimosa. Durante unos largos días Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana", alejado de su parida, no se aparta de la joven. Abrumado por el dolor ve cómo la vida de su amada se extingue silenciosamente al igual que una llama. Una tarde, teniéndola en sus brazos, se le escapa el último suspiro.
   Por primera vez en muchos años, Curro Jiménez como unas lágrimas ardientes le nublan los ojos. Bruscamente se limpia los ojos y puesto en pie contempla incrédulo el cuerpo inmóvil de su amante.
   En ese preciso momento aparece Dolores Muro. Parada en la puerta del alcoba, deleitándose por su obra. Curro advierte su presencia y al volverse hacía ella, no ve en su rostro la expresión lastimera que esperaba encontrar, sino otra de arrogante triunfo, mal dominada, que da un especial resplandor a sus facciones. En sus ojos hay un aire de reto y en sus labios una sonrisa de desprecio. En esta ocasión, Dolores Muro no ha sabido fingir. Sus gesto la ha vendido. Curro Jiménez, por instantánea revelación, de manera clara y rotunda la verdad.
   Le invade una oleada de ira y de odio que le sube violentamente al pecho haciéndole presa en la garganta. Respira agitadamente y en el arrebato, siente como sus sentimientos se le ahogan. Con el rostro desencajado por el odio repentino hacia Dolores, de su faja saca una gran faca que blandeó ante la aterrorizada mirada de Dolores hundiéndole el arma una y otra vez en su pecho y garganta encontrando la muerte en cuestión de segundos. El bandolero que estaba dispuesto a regenerarse se ha visto con el efecto contrario, a partir ahora, es su agresividad la que se ve aumentada convirtiéndose el resto de sus días en uno de los bandoleros mas sanguinarios de la historia del bandolerismo andaluz.
   Encontrados ambos cadáveres, la justicia culpa de las dos muertes a Curro Jiménez, por la que las partidas de fusileros fueron aumentadas por parte del corregidor, y publicando edictos revalorizando la detención de Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana".
   En varias provincias andaluzas se ve un aumento de bandidaje, siendo las provincias de Córdoba y Sevilla las más castigadas.
   El alcalde de La Rambla se dirige al alcalde de Fernán Núñez el siguiente oficio:

Las repetidas instancias de los principales hacendados y labradores vecinos de esta villa, han dado lugar a que su Ayuntamiento trate de establecer una partida de escopeteros que se ocupe de recorrer esta campiña con el fin de exterminar las cuadrillas de bandidos que la infestan y evitar los robos y exacciones de gruesas cantidades a las personas que logran aprehender.
   Con este objeto ha determinado que el comandante de dicha partida lo sea don Juan Arabuja, vecino de la ciudad de Écija, atendiendo a que es el más apropósito para este intento, por su eficacia, celo y vastos conocimientos que tiene del terreno, respecto a que antes de ahora ha desempeñado igual comisión.
   En el día de mañana y hora de la diez, se ha de verificar en estas Casas Capitulares una reunión de todos los hacendados de esta villa y los de Santaella y Montalbán, para tratar con el Don Juan Arabuja, que se hallará presente, el número de individuos de que se ha de componer la partida y sueldo que han de disfrutar, y en esta virtud, me dirijo a usted rogándole se sirva invitar a los hacendados y labradores de esa villa, para que concurran a la expresada junta como interesados en el asunto.
   La Rambla, 23 de agosto de 1843.

   Aproximadamente tres semanas después es la Diputación General de Córdoba a quien ordena a todos los pueblos de la provincia:

   Cuando todos los distritos de la campiña, la parte más rica y hermosa de esta provincia, se encuentra hoy invadida por diferentes cuadrillas de bandidos perfectamente armados y montados, que tienen a su laboriosos habitantes en una continua angustia, porque ninguno cuenta con seguridad ni aún en su propio hogar; cuando sus bienes son arrebatados de la manera más cruel y violenta sufriendo perjuicios incalculables y llegando a la infame conducta de aquellos malvados hasta el extremo doloroso y horrible de violar a honestas jóvenes en presencia de sus propios padres y cuando la autoridad militar no puede prestar auxilio de la fuerza de caballería, única útil para la persecución en la campiña, por carecer de ella, según manifestación verbal que ha hecho el señor Comandante Militar de la provincia a la Diputación, no puede ésta permanecer pasiva espectadora de tantos crímenes y desastres, y ha creído, por lo tanto, llegado el momento de adoptar determinaciones activas y eficaces para el exterminio de los bandidos y poner a cubierto a los habitantes de los pueblos de sus saqueos y desmanes.
   La Diputación Provincial ha acordado que se adopten las medidas siguientes: se organizarán en cada una de los Partidos Judiciales de la provincia una partida montada, con fuerza de doce hombres y un comandante. Los Ayuntamientos de cada Partido Judicial facilitarán los armamentos necesarios para dichas partidas, para lo cual harán un repartimiento entre sus vecindarios, debiendo contribuir cada pueblo, según el número de sus vecinos. La Diputación dará las debidas instrucciones para la rápida organización de estas partidas.
   Córdoba, 12 de septiembre de 1843.

   Cuando más se intensifica la persecución de los bandoleros en toda Andalucía, Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana", como si de algún modo quisiera vengar el asesinato de Amparo, pone mayor crueldad que nunca en sus actos de violencia. Y siempre que se le presenta la oportunidad a la autoridad de los poderosos, para así fortalecer la suya. Entre ellos, especialmente al corregidor de Sevilla, cuyos migueletes, alentados por tan importante premio, han prometido capturarle. Curro Jiménez lo sabe y esta a la espera de la ocasión para dar un sonado escarmiento. Dicha oportunidad no tarda en presentársele.
   En el camino de Posadas hay un viejo caserón convertida en una venta regentada por Juan Galindo, que fue un gran amigo de su padre y conoce a desde niño, al que guarda un gran afecto al igual que su mujer Carmen y la hija de ambos, a la que pusieron de nombre Frasquita, una moza de quince años. En su bautizo fue sacada de la pila por Curro por se elegido su padrino por la estrecha amistad que los padres de ambos se tenían y en la que ni él se imaginaba con echarse al monte. El nombre de Frasquita se lo pusieron en honor a su padrino. Curro Jiménez siempre ha tenido presente a esta familia, y aún en su imponderable vida aventurera siempre le trae algún detalle a ella cuando para en la venta en busca de descanso o para ocultarse.
   La muchacha tiene devoción a su padrino, rezando por él muchas noches cuando sabe de sus apuros y con ternura maternal le aconseja que abandone la peligrosa vida que lleva. Cuando conoce en su entorno de alguna amenaza hacia Curro, sabe dónde acudir para poder informarle.
   Un día a lomos de su corcel, se dirige a la venta de Juan Galindo, lugar en el que había quedado con su teniente "el Mochuelo". Se encuentra muy cerca de la venta cuando por sorpresa se pone delante del caballo impidiéndole el paso Frasquita. Curro se detiene en seco y ella le avisa que dentro de la venta descansa una compañía de migueletes compuesta cerca de cincuenta hombres, los que aseguran arrogantes que aquel mismo día harán preso al bandido Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana".
   Curro pide a Frasquita que vuelva con sus padres sin demora, mientras que él acompañado de su teniente se ocultan entre los olivos a la espera del resto de la partida, a la que se han adelantado. Una vez llegado el resto de la partida, idean un plan de ataque. Divide a sus hombres en tres grupos, enviando a dos de ellos al fondo del extenso olivar, aguardando el momento de intervenir. "El Barquero" se queda con el resto desplegado convenientemente a cubierto tras unos viejos olivos aguardando el paso de los migueletes con las armas dispuestas. Una vez llegan, Curro da orden de que abran fuego ocasionando las primeras bajas a la compañía de los migueletes, tras una breve escaramuza, en las que al menos veintes migueletes han cados heridos, Curro finge una retirada y se dirige a donde se encuentra el resto de la partida, a lo que los migueletes emprende la persecución tras los bandoleros sin saber que están entrando en otra trampa. Creyéndose los migueletes que están cerca de su victoria, llegan a la zona donde se encuentran los dos grupos que dispuso Curro Jiménez y en cuestión de segundos los migueletes se encuentran en una emboscada. En vano buscan una salida. Se encuentran rodeados por una línea de fuegos produciéndoles numerables bajas quebrándose la moral de los migueletes. Viendo que es inútil cualquier esfuerzo de huida, los que quedan de pie se rinden a los bandidos.
   En el lado de la partida, sólo han tenido algunos heridos y "el Barquero de Cantillana" se muestra misericordioso con los vencidos. Ordena destruir sus municiones, dejándoles las armas y les perdona la vida. Sólo le piden al capitán que cuente la verdad de lo ocurrido al corregidor y, que si desea evitar más derramamientos de sangre, no envíe más fuerzas en su persecución, porque nunca podrá prenderlo vivo. Sólo muerto lo tendrá.
   A la misma conclusión llegan las autoridades, viendo con la libertad que el bandido se mueve, recibiendo ayuda en los pueblos y en los campos a espaldas de las autoridades.
   En los mese siguientes se ven incrementados los delitos en nombre de Curro Jiménez y su partida. A lo que "el Barquero de Cantillana" le llegan noticias por varios de sus espías que le están siendo imputados robos de ganado y dinero que él no ha cometido. Los hechos le produce natural extrañeza. Sabe con certeza que nadie ha intentado disputarle el reinado que ejerce en la comarca y en su partida nadie pone en duda el liderazgo de Curro piensa, con acierto, que debe ocultarse algún misterio cuya razón he de interesarle mucho aclarar. Dispone una red de informantes para recabar información seria para aclarar los hechos acontecidos, pero antes de que le puedan facilitar alguna noticia cierta, ocurre un hecho simple y corriente, que para Curro es el pan de todos los días, viene a brindárselas abundantes.
   Fue una mañana en la que fue a la venta de Juan Galindo para hacer una visita, cuando "el Mochuelo" se adelanta con la partida para asaltar a una diligencia, entre ellos se encuentra un cura. Tan mal se siente el cura por verse desposeído de sus dineros por los bandidos, que no hace otra cosa que dirigir injurias a ellos. Razón por la que al clérigo lo amordazan. En ese momento llega Curro Jiménez y ante la situación hace que sus hombres devuelvan una parte a los viajeros, y solicita la presencia del clérigo. Ya ante él pide que los despojen de la mordaza. Pero el cura, como su ministerio manda, llevar a aquellas almas descarriadas por el buen camino, vuelve a soltar injurias, ahora dirigidas a su capitán. Escuchándole admirado Curro por tan manifiesta ausencia de humildad, ordena a sus hombres que se lo lleven y le den su merecido. Al oír esto el cura, intuye que su última hora a comenzado, el miedo le invade, se dirige a Curro implorando clemencia y por ello le hará importantes revelaciones. Curro Jiménez le contesta que está dispuesto a escucharle si con ello alivia su conciencia, pero que no puede prometerle nada. Durante unos instantes el cura queda pensativo pero al fin se decide a revelar lo que hasta entonces guardaba, no por secreto de confesión, sino por temor y complicidad, había silenciado.
   Desde hace algún tiempo, funciona una asociación secreta constituida por importantes personajes, amparados por su influencia y el prestigio de los cargos que ocupan y, sobre todo, por su aparente honorabilidad, a manos de terceros, han creado una partida compuesta por personas bien pagadas, las cuales actúan con total impunidad y cuyas fechorías son todas cargadas a nombre de Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana". Siendo el único propósito que la de auspiciar a la terrible fama de la que ya goza el bandido, para justificar el poder emplear medidas más extremas para el extermino de Curro y su partida y de paso obtener, sin el menor escrúpulo, algunos beneficios.
   El cura deja de hablar creyendo que con lo dicho sería suficiente para que no le hicieran daño alguno, pero para Curro Jiménez no era suficiente, dicha información le sirve más bien poco, lo que le pide nombres. Dudar el pater por un momento, pero finalmente acede y le da los nombres, cita a don Rufo, el alcalde de Posadas, y a don Sebastián, rico propietario de la misma villa, como cabezas visibles de la asociación, recibiendo órdenes de su principal promotor, don Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba. Dicha unión, presionan sin cesar al corregidor de Sevilla don Jaime de Almirola, que, ignorante de sus planes, les sigue el juego.
   Ya tiene bastante información para idear un plan. Los nombres coincide con los que Curro pensaban. Hace que "el Mochuelo" traiga los avíos de escribir y obliga al cura a que escriba de su puño y letra una esquela a don Rufo avisándole de que, por una confidencia merecedora de todo crédito, que Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" que aquella misma noche acudirá solo a la venta del Zurdo, llevado por una aventura amorosa, lo cual le brinda una buena ocasión para prenderle.
   Curro lee la carta y ve que esta en regla, la despacha a Posadas, mientras retienen al cura hasta que la misión se complete. Marchan a la dicha venta, de la cual el ventero se posesiona con mal disimulado disgusto. Al caer el sol, en el exterior de la venta se posicionan algunos de los hombres de centinelas apresando a quienes se acerquen y bien amarrados lo lleven a presencia de Curro.
   Pocas horas después se oyen unos disparos en el camino. Sale "el Mochuelo" a informarse. Es una noche clara, sin nubes y con una enorme luna. Bajo la luz de la luna ve a tres jinetes y un caballo sin montura. Caído en tierra, uno de los centinelas lucha con un hombre. Alza su trabuco y le da un terrible culetazo. Uno de los jinetes hace entonces ademán de disparar su pistola contra el agresor, pero "el Mochuelo" es más rápido y se anticipa hiriéndole en una pierna. Mientras esto ocurre llega el resto de la partida y, rodeando a los jinetes, se hacen dueño de la situación.
   El primer herido, es don Rufo. Los otros acompañantes eran don Sebastián dos criados armados. Todos fueron reducidos y maniatados. A pie los conducen al interior de la venta y, momentos después están ante la presencia de Curro Jiménez. Curro se dirige al alcalde de Posadas, don Rufo. Quiere conocer más detalles sobre la asociación. El alcalde se resiste, pero los finos y lentos cortes de un cuchillo su pecho al desnudo, anunciándole que si sigue callado, le cortara la lengua.
   Confiesa que, en efecto, dicha asociación existe y confirma que dicha asociación fue creada por el alcalde de La Algaba. Cuenta con veinte socios en el campo y cincuenta en los pueblos. Todos tienen la orden terminante de hacer fuego contra Curro Jiménez allí donde lo encuentren y éstos la de robar en cuantas casas se le mande. La lista con los nombres están en uno de los cajones de la mesa de su escritorio.
   Todo lo dicho lo hace constar en un escrito obligando a don Rufo y a don Sebastián a firmarlo. A continuación ordena que los presos sean bien amarrados y provistos de mordazas. Cumplido esto los hace montar a caballo y, rodeados por la partida, toman todos el camino a Posadas.
   Llegan bien entrada la madrugada. Silenciosamente entran por las calles solitarias. Para ello, los cascos van cubiertos con trapos para acallar el golpeteo de los corceles al caminar. Despacio, se dirigen a la callejuela donde da la parte trasera de la casa del alcalde. Desmontan, y tras atar a la caballería, se disponen a entrar. Abren la puerta con las llaves de don Rufo. Mientras que dos de los bandidos quedan fura para avisar si algo pasa y proteger la salida, otro retiene y vigila a los prisioneros en la primera habitación.
   Curro Jiménez, acompañado del resto de la partida, sube con sigilo al piso más alto, donde don Rufo ha dicho que se encuentra su despacho. Prenden fuego a una bujía y descerrajan los muebles y se apoderan de una gran suma de dinero. Siguen registrando y hallan más dinero y algunas alhajas en el escritorio y al fin, en unos de los cajones, encuentran en uno de los cajones, los papeles que el alcalde se había referido. Los papeles están doblados y sujetos con una cinta encarnada. Curro comprueba los papeles y ve que son las famosas listas unidas a otros documentos no menos interesantes y se los guarda en la faja. Da orden de abandonar la casa. 
   Con las mismas precauciones, vuelven por las solitarias callejuelas y salen a la solitaria plaza. El único sonido, el constante verter del agua de una fuente situada en el centro de la plaza. Se detienen en la entrada principal de la casa del alcalde. Con una rápida mirada, Curro inspecciona la fachada y da con lo que necesita. Un balcón de fuertes hierros y un amplio saliente que cae sobre la puerta le vendrá que ni pintado. Uno de ellos trepa ágil hasta él. Desde abajo le tiran unas cuerdas de cáñamo y las pasa por las más gruesas barras. Al dejar caer las puntas, otro de los bandidos se adelanta y diestro, hace sendos nudos corredizos. Las argollas, flexibles y siniestras, se mecen unos segundos en el aire y sus sombras, reflejadas en la pared por la luz de la luna, copian, a la paz, el estremecedor movimiento. Don Rufo y don Sebastián, miran llenos de espanto los preparativos. No le caben duda de que su fin esta cercano y en un inútil forcejeo intentan librarse. Empujados por los hombres de Curro, éstos los colocan bajo las cuerdas y cuando disponen a hacerles pasar los lazos por el cuello, se escuchan unos pasos en una de las boca calles. Todos se vuelven hacia allí. En la esquina aparece el sereno. Viene tranquilo con paso cansado. Para descuidado y dice monótono la salutación del arcángel para anunciar a continuación la hora. Justo antes de darla se le ocurre dirigir la mirada a la plaza y lo que presencia sus ojos le deja helado. Con una rapidez inusual, uno de los bandidos se adelanta y lo sujetándolo, le amordaza con un pañuelo. Con la punta del puñal apoyado en su espalda se ve convertido, involuntariamente, en el único testigo de las ejecuciones.
   Los presos con las cuerdas en la garganta, y los extremos son atados a los arzones de dos monturas. Unas palmadas a los caballos hacen que éstos arranquen con brío. Los cuerpos se elevan y durante unos segundos se balancean en lo alto al tiempo que les agita un estremecimiento. Al instante quedan inmóviles, con las cabezas hundidas en los pechos, las lenguas colgando y ojos desorbitados, fijos en la claridad del cielo.
   Así es como se los encuentran al alba aquellos vecinos que salen al campo. Ipso facto dan voces de alarma. Acuden los vecinos quedando mudos del terror mientras que otros gritan de espanto, contemplando el terrible espectáculo de los dos ahorcados del balcón. Todos acusan a Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana". El sereno, que fue liberado de sus ataduras, confirma los hechos.
   Mientras tanto, Curro Jiménez piensa la forma de utilizar a su favor los papeles hallados en la casa de don Curro. Piensa en ponerlos en manos del corregidor de Sevilla, don Jaime de Almirola y obligarle a que lo haga público, no si antes tener una garantía que asegure el cumplimiento. Para ello es muy necesario que tenga una entrevista con él a solas, y esto no es una empresa fácil. Entrar a su palacio burlando la vigilancia lo considera imposible. Sorprenderle en cualquier lugar también, porque, por lo general, va en coche acompañado. Menos aún de noche, cuando esta escoltado por los alguaciles.
   A Curro Jiménez le viene a la memoria lo mujeriego que es el corregidor de Sevilla, única cosa en el mundo que le aleja de los altos deberes de su cargo, y supone, sin temor a equivocarse, que alguna moza de buen ver le habrá hecho olvidar, con el atractivo de sus encantos, los largamente gustados de su antigua amante Dolores Muro. Necesita conocer de quién está prendado don Jaime, y para ello no duda en presentarse solo en Sevilla. Allí se vale del escribano Lanzagorda, sujeto ambicioso a quien paga largamente pequeños servicios. El escribano le habla de una bellísima morena de nombre Araceli, a la que conoce, que vive en el Arquillo de Colón, donde recibe con frecuencia la visita de tan importante personaje. Es mujer alegre, que baila y canta con mucho salero y arte y, al igual que sus antecesoras en el favor del señor don Jaime de Almirola, compensa las blandas caricias de éste con las más ardientes que su fogoso temperamento exige, siempre que un galán le entra por los ojos. Casi a diario concurre un establecimiento de bebidas de un montañés, donde se reúne la gente más bulliciosa de Sevilla.
   Aquella misma noche Curro se cita con el escriba y acuden en su busca. La buena planta de Curro impresiona favorablemente a Araceli. Esto da una calidez de simpatía a las primeras frases y la joven es invitada a un trago por parte de Curro, ella acepta. Poco después viene una buena cena con vinos excelentes, reina entre los tres la mayor cordialidad. El escribano Lanzagorda hace valer sus buenos oficios y apadrina los deseos de Curro. Estos no son otros que los de hacer llegar al corregidor la documentación, junto a una carta, ciertos interesantes papeles, los cuales exculparán a Curro de algunos delitos que injustamente le son achacados. Araceli escucha interesada, y sin quitar los ojos de Curro, va asintiendo con la cabeza a lo que el escribano manifiesta. Antes de que Curro pueda exponer especiales condiciones con que los documentos deben ser entregados, Araceli opina con acierto que tales asuntos son cosas de hombres y que sólo entre ellos deben ser tratados. Por lo dicho, invita a Curro a su casa, donde, acabada la ronda, acudirá el corregidor y personalmente podrá decirle cuanto le interese.
   Así lo acuerdan. Finalizada la cena, salen y Curro monta a Araceli en su corcel "Pantalones" y la acompaña a su casa del Arquillo de Colón. Una vez en ella la hace que despache a la sirvienta hasta el día siguiente con cualquier pretexto. La sirvienta obedece y, al quedarse solos, revela a Araceli quien es, pero ella no siente temor alguno. Sólo lamenta que don Jaime pueda creer que lo ha vendido. Pide al bandolero que no le haga mal alguno y éste se lo promete.
   Don Jaime de Almirola llega a la hora de costumbre. Saca la llave de su bolsillo y la introduce en el bombín y abre la puerta y, extrañado de que Araceli no salga a recibirle como es habitual, entra confiado en la sala. Apenas a entrado a ella y aparece Curro Jiménez, y antes de que el corregidor don Jaime se reponga del susto tiene sobre el corazón la punta del puñal. Al ver ante sí al bandido contra el que ha dado órdenes terminantes de captura y prisión y comprobar que se encuentra por entero a su merced, atónito cae en un sillón. Arroja una mirada acusadora sobre Araceli, que en silencio presencia la escena, y "el Barquero de Cantillana", advirtiéndola, le dice que ella no es culpable. Ignora quien era y con engaños ha hecho que la conduzca hasta allí. Toma asiento frente al corregidor, y le advierte que no intente nada, ya que le puede costar la vida y, sin abandonar el arma, le muestra en su mano izquierda los papeles del alcalde de Posadas. Cuenta lo que sabe de la asociación, quiénes las compone y cómo dos de ellos se han tomado la justicia por su mano. Don Jaime accede y dará orden de que se publique los textos de los documentos en la prensa para desenmascarar a los culpables y él quedara libre de toda sospecha.
   El corregidor don Jaime le ofrece hacerlo al día siguiente, pero a Curro Jiménez no le satisface mucho lo inseguro de la respuesta, le pide como garantía de que escriba unas líneas de su puño y letra que él mismo le dicta. En ellas alude a la entrevista que en aquel momento celebran, al contenido de los papeles y su promesa de que los dará a la prensa. El corregidor las firma , Curro la guarda y pone en aquellos en manos del corregidor.
   Concluido el negocio, durante el cual el bandido se ha mostrado cortés, no contento, al parecer, con haber humillado a la primera autoridad de Sevilla, decide también robarlo. Le pide que le entregue su reloj y cuanto dinero le lleva encima. Don Jaime, sin pronunciar palabra alguna, sobre la mesa deposita el reloj con una larga cadena de oro, una sortija con un grueso brillante y una bolsa bien repleta.
   Curro se apropia del alijo y a continuación se disculpa a don Jaime por verse en la necesidad de atarle. Lo hace con mucha fuerza con el cordón de una cortina y posteriormente le introduce un pañuelo en la boca. Ante de abandonar la casa, Curro Jiménez le informa que, cuando consiga soltarse de las ataduras, podrá coger la llave, que echará por debajo de la puerta.
    Una vez en el exterior, monta a su caballo "pantalones" y se marcha al trote con la compañía de Araceli.
   Una hora más tarde, el corregidor se libra de sus ataduras, da con la llave y pronto se encuentra en su palacio. Inmediatamente requiere la presencia del jefe de los migueletes. Le dice que por una confidencia fiable que "el Barquero de Cantillana" se encuentra en la capital. Le ordena que con la máxima rapidez se redoble la guardia en todas las puertas de la ciudad, se registren las casas de huéspedes, los paradores, los mesones y, tan pronto den con él, lo lleven ante su presencia. A continuación ordena llamar al director del periódico "El Mercantil", al que entrega los papeles del alcalde de Posadas pidiéndole que los inserte, guardando la mayor reserva sobre el conducto por el cual le han llegado.
   Al alba se retira de su despacho y un oficial de los migueletes le comunica que todas las pesquisas para hallar al bandido han sido inútiles.
   Los documentos son publicados en "El Mercantil" produciendo un gran escándalo en Sevilla. Son muchas las personas de relieve que censuran al corregidor el haber entregado alcaldías a personas que no se las merecían, y los más atrevidos envían un ejemplar del periódico a Madrid pidiendo, en nombre de los vecinos de la ciudad de Sevilla de la destitución del señor don Jaime de Almirola.
   Pasados dos días de la publicación, le llega un ejemplar a Curro. Al comprobar que el corregidor cumplió con su promesa, él no quiere faltar a la suya y, por un corsario, hace que le sea entregado en mano la declaración que le obligó a firmar.
   En los meses posteriores, Araceli y Curro Jiménez, que tienen una relación sentimental, ella acompaña a la partida en todas las incursiones, montando a caballo con bastante maestría, aprende a manejar el trabuco y, en ocasiones, es ella la que da en los camino el alto a las galeras, arrieros y caminantes.
   Una mañana se hallaban en el cortijo de "Las Cañas", Curro Jiménez recibe una nota escrita en las que uno de sus confidentes le anuncia que para un asunto urgente y que sería muy conveniente se encontraran aquella misma tarde en un lugar próximo, cuyas señas le da. "El Barquero de Cantillana" no duda en acudir, pero es una persona previsora, hace que la mitad de sus hombres permanezcan en el cortijo con la orden de unirse a ellos, si no reciben aviso, media hora más tarde. Llegado el momento, él, con todos los demás, bien armados, dispone la marcha.
   Toman el camino, y en menos de media hora se encuentran en el lugar indicado. Por un sendero estrecho llegan a una pequeña explanada. Desmontan y atan a los caballos, empuñan las armas y con las debidas precauciones, y procurando no ser un blanco fácil, se disponen a entrar en el claro. Entre unos árboles se alza una voz llamando a Curro, es el individuo que le avisó, con paso lento se adelanta entre los troncos. Como respuesta recibe una nutrida descarga. Sale ileso. Antes de que el eco de los disparos se extinga ya ha dado orden de que se retiren todos, parapetándose detrás de las rocas. Rápidamente comienza a responder al fuego de los migueletes, que son los que han tendido la emboscada. Araceli, que teme por la vida de Curro, no se separa de él y también dispara con su trabuco.
   Los migueletes les aventajan en número, pero conseguirán mantenerlos a raya hasta que llegue el resto de la partida le permita el ataque. Curro Jiménez indica a sus hombres que se distancien y Araceli, al verle descubierto, de un salto se coloca frente a él. Nada más hacerlo, es alcanzada por un tiro en el pecho. Suelta un fuerte grito y su cuerpo inerte cae en los brazos de Curro. Con la voz quebrada llama a Araceli sin recibir repuesta, abraza fuertemente el cuerpo inerte de Araceli. La deposita con delicadeza sobre la hierba. El tiroteo continúa. Curro Jiménez alias " el Barquero de Cantillana", es poseído de un repentino y ciego furor, lo hace combatir con ardor. La partida le imitan, lo que ejerce mayor presión a los migueletes que se ven obligado a rectificar sus líneas, tras ocasionales algunas muertes en sus filas, mientras en la partida de Curro sólo algunos heridos leves. Llega el resto de la partida y con ella la victoria para los bandoleros. Los migueletes huyen viéndose obligado a abandonar a los heridos. Curro Jiménez ordena que rematen a los heridos, siendo los últimos tiros que suenan en el bosque.
   Fuera toda amenaza en el campo, Curro se inclina sobre Araceli. Inmóvil ante ella, mordiendo en silencio su dolor. Los bandidos cortan unos ramajes y con él forman una rudimentaria parihuelas en las que depositan el cuerpo sin vida de Araceli. Sostenido por dos de los más robustos de la partida, emprenden el regreso a la venta de Juan Galindo. Caminan despacio. Detrás, a pie, Curro con su caballo "Pantalones" tomado por las bridas. Le siguen sus hombres, montados a caballo. Nadie pronuncia palabra alguna.
   Al llegar a la venta, el ventero junto a su mujer y su hija Frasquita ven la triste carga. Frasquita, sin poder contener sus lágrimas, pero con una entereza en ella desconocida, dispone con rapidez la sala principal. Depositan el cuerpo sin vida de Araceli sobre una mesa improvisada como altar con dos velas y una estampa de la Virgen del Carmen. Amortajan el cadáver de Araceli, Curro Jiménez no se separa del cuerpo hasta caer la tarde, enterrándola en el cementerio de Posadas.
   Pasado un tiempo de estos sucesos, el alcalde de La Algaba, don Juan de Guzmán, que ha logrado salir libre de los cargos contra él, y se dispone de formar una nueva partida para perseguir y apresar a Curro Jiménez y a su partida. Después de los asesinatos de don Sebastián y don Rufo, y las amenazas de Curro Jiménez le ha dirigido, la única forma de defender su vida es acabar cuanto antes con la vida del bandolero, y a ello destina su tiempo y su dinero.
   Piensa a quién le puede confiar tan arriesgada empresa y fija su atención en un recién llegado al pueblo, un hombre que había pasado unos largos años en prisión, y que imponiendo su autoridad en tertulias que mantenía en mancebías y en tabernas. Pasadas dos semanas no había nadie que haya osado hacerle frente. El alcalde había ordena al alguacil que lo encuentre y lo lleve a su presencia.
   Don Juan de Guzmán tiene en su presencia a un hombre de unos treinta años corpulento, de gran altura y su rostro marcado por innumerables cicatrices sus cotidianas discusiones decididas por la faca y la manta. De voz recia formada por las largas noches de juerga y las tempranas mañanas junto a una copa de "cazalla". Es conocido por su apodo: "Matasiete". Según proclama que ha matado a tantas personas como para llenar un cementerio. Su presencia realmente impresiona, y no duda don Juan de Guzmán en nombrarle capitán de la partida.
   En el libro "El Bandolerismo Andaluz" recrea la entrevista entre don Juan de Guzmán y "Matasiete":

   -Tengo la pretensión de formar una partida de hombres para terminar de una vez con "el Barquero de Cantillana". Necesito un jefe que sepa dominar a todos los caballistas. ¿Quiere ser tú?
   -Pa terminá con Curro Jiménez no necesito yo a nadie.
   -No te confies. Es demasiado listo.
   -Po vaya usté largando lo que quiera, que aquí está "Matasiete" pa lo que haya que jacé.
   -Vente mañana para el ayuntamiento, sobre las doce, y encontrarás aquí a los hombres que te acompañaran en la partida.
   -¿Y de "pasta" qué?
   -Tú cobrarás cinco reales diarios.

"Matasietes" acepta y se marcha sin despedirse y dando un portazo al salir. Pero tiene un mes de plazo para capturar a Curro Jiménez vivo o muerto.
   Tiene que completar la partida con un total de entre veinte y veinticinco hombres a caballo, bien armados. Esa misma noche sale a las afuera de La Algaba a una posada cercana, lugar de reunión de una gran diversidad de hombres pícaros, canallas, bribón o como se quiera llamar. Entre ese grupo de calañas tendría que encontrar para formar la partida. Sin cesar de echar desplante contra "el Barquero", consigue, gracias al atractivo señuelo de cuarenta reales y abundante vino, reunir enseguida los hombres que precisa. Lo que él no sabe es que la posadera, de nombre Luisa, es una viuda de buen ver, es galanteada sin éxito, por el propio don Juan de Guzmán. En cambio, rinde complacida sus encantos a Curro en secretas entrevistas que sólo su teniente, "el Mochuelo", conoce. Con cautela, la mujer observa, con fingida indiferencia, mientras atiende a sus clientes, los movimientos de "Matasiete". Todos cuantos cabo consigue atar la advierten de que el ex-presidiario está disponiendo de una importante acción armada contra Curro Jiménez por encargo de alguien. Y como éste no puede ser otro que el alcalde don Juan de Guzmán, por lo que decide que al día siguiente, por medio de un pretexto, averiguar lo que de cierto tengan sus sospechas.
   Don Juan de Guzmán, sorprendido y halagado por su presencia, se muestra afable y locuaz en extremo. Luisa, diestra y astuta, jugando con tacto, miradas y sonrisas, le deja entrever un paraíso de embriagadores goces al tiempo que, muy próxima a él, se duele de su desamparo. Le cuenta de que se encuentra sola en aquella posada, donde acude gente de todo tipo, la mayoría poco recomendable, cualquier día puede ser maltratada por los feroces hombres de Curro Jiménez. El alcalde la tranquiliza, diciéndole que él mismo irá todas las noches a visitarla si lo desea, y en cuanto al bandido, no debe de preocuparla. "En muy poco tiempo habrá purgado, balanceándose en la cuerda, sus horribles crímenes", "tengo reunido en mí cortijo una numerosa  partida para capturarle, la cual saldrá al amanecer con dirección a Posadas".
   Sabido lo que desea, Luisa busca inmediatamente a uno de los espías de Curro Jiménez, llamado "el Chato", y le encarga que informe sin demora de tiempo a su jefe de cuanto contra él se prepara. Así lo hace. Una vez informado "El Barquero de Cantillana" intercambia opiniones con "el Mochuelo", su teniente, dispone que "el Chato"  se dirija allí y espere a la partida de "Matasiete", a la que deberá seguir hasta el lugar donde tenga establecido su cuartel. Conocido éste y los puestos de vigilancia, volverá a reunírseles en el atajo que conduce al Alto del Ciervo, donde ellos le esperarán.
   "El Chato", buen armado, va a cumplimentar el encargo. Recorre un largo camino hasta llegar al lugar indicado. Toma posición junto a un gran peñasco, sin quitar la vista del camino y haciendo uso de sus provisiones y fumando, van pasando las horas. Al ocaso, escucha el sonido de unos cascos. Es "Matasiete", seguido de sus hombres. Luego de verles pasar les sigue manteniendo la distancia entre las breñas, hasta que se detienen en un viejo ventorrillo conocido por el del "Tuerto de Aguilar". Desmontan y penetran en  él. Tratan de pasar allí la noche. Las precauciones que toman lo confirman. Dos hombres armados montan guardia cerca de la casa. "El Chato", que tiene una posición privilegiada que le da el peñasco, graba bien en su memoria las peculiaridades del terreno y la posición que los centinelas ocupan. Luego, marcha a reunirse con Curro Jiménez, a quien da cumplida información de cuanto ha visto.
   La partida de Curro Jiménez, con él a la cabeza, se dirigen al ventorro de madrugada, y a menos de una legua de dicho ventorro, se detienen. Se apean de sus monturas, atan los caballos a unos troncos, y avanzan en silencio. Comprobaron cuanto se les habían contado. Distinguen a dos centinelas, a lo que Curro ordena a "El Chato" se encargue de ellos, depositando su manta y su trabuco a uno de sus compañeros, y sigilosamente se acerca a ellos con un puñal. Al primero se lo encuentra adormilado, salta sobre él y de un golpe certero le clava el puñal en el corazón. A continuación, y con idénticas precauciones, da la vuelta a la casa. Llega hasta donde esta el otro centinela por la espalda, lo apuñala por detrás al mismo tiempo que con la mano libre le tapa la boca. A continuación, el cuerpo sin vida lo hace rodar por un barranco próximo.
   El camino queda libre, y "El Chato", con una señal acordada, avisa a "el Barquero de Cantillana" y éste se acerca con los suyos hasta la puerta de el ventorro. Curro y los suyos se apean de sus monturas y ordena a los suyos que esperen afuera hasta que oigan la señal. Golpea la puerta y es el ventero el que abre y sorprendido con su único ojo al ver que es Curro, al que avisa:
   -¡Huye, Curro, que te quieren matar! -dijo el "Tuerto"-.
   -¡Aparta, que de esos bravucones me basto yo sólo! -le contesta Curro-.
   En el interior, la partida de "Matasiete" comen, beben y alborotan, ajenos a que el hombre que buscan lo tienen a dos pasos de distancia. Curro amartilla en sus manos las dos pistolas. De una fuerte patada cierra la puerta y acto seguido grita:
   -¡Todo el mundo a tierra, que lo manda "el Barquero de Cantillana"!
   Un silencio absoluto se hizo en la habitación. Sus perseguidores, con los rostros desencajados por tan repentina y autoritaria aparición, durante unos eternos segundos paralizados por el terror, con ojos desorbitados, componiendo un grotesco cuadro. Con un tiro al aire de "el Barquero" acaba con el escenario y se produce un enorme revuelo. Cumplen con la conminativa orden, todos se esconden como conejos. Sólo "Matasiete" se mantiene en pie, aunque con miedo. Le falta valor y, si alguno la tuviese, se los quitaran los compañeros de Curro Jiménez que hacen acto  de presencia en la habitación amenazando con sus trabucos.
   Curro ordena atar a todos y los lleven al exterior para ser ahorcados. Mientras lo hacen, sin que ellos intente la menor resistencia, él se pone en frente de "Matasiete"  y le da un enorme bofetón que el hombre de don Juan aguanta sin réplica.
   -¿Dónde se han ido todas las fanfarronadas que lanzaste contra mí en La Algaba? -le espeta Curro-. Los bobos a quienes conseguiste engañar ya están purgando con la vida la temeridad de querer medirse con "el Barquero". Si tú aún estás vivo es porque quiero matarte cara a cara. Ahí tienes un cuchillo. ¡Defiéndete!
   El arma cae a sus pies. "Matasiete" la agarra y, sin incorporarse, procura coger desprevenido a su rival, intentando herirle en el vientre. Curro lo esquivo y espero que se incorporara. En un solo lance la faca de Curro se hunde en el pecho de "Matasiete", con desesperado esfuerzo logra sacar la faca de su pecho mal herido y, al instante un chorro de sangre le brota de la herida. En vano intenta taponársela con las manos. Entre sus dedos corren pegajosa y caliente su sangre, da un último suspiro y cae de bruces. Está muerto.
   Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" le empuja con el pie con desprecio y le ordena a dos de sus hombres que saquen de allí el cadáver.
   El resto de la partida termina pronto con el trabajo encomendado y con ello la partida contratada por don Juan de Guzmán y encabezada por "Matasiete" pasa a la historia. Todos penden rígidos de los árboles, entre las sombras, hechos macabros frutos, como en una delirante pesadilla. Estampa que pone espanto el corazón, menos a Curro, que los contempla impasible. Los descuelgan y los atan a cada uno en su propio caballo. Le entregan al atemorizado ventero cuanto dinero llevaba encima "Matasiete", para compensarle del gasto hecho y después inician la marcha. Delante va él con su teniente, seguido del resto de la partida que, unidos uno a otros, van los caballos con los veinte cadáveres.
   El camino hasta La Algaba es largo, lo hacen en silencio. Curro, con su macabro cargamento, quiere llegar antes del amanecer. Llegan a las afuera del pueblo sin tan siquiera la tímida luz del alba apunta en el horizonte. Por las blancas y silenciosas calles llegan a la plaza. Por suerte no se encuentran con nadie ni ven tras las ventanas el menor resplandor. El suelo polvoriento silencia los cascos. Una vez en la casa del alcalde descabalgan y atan a los caballos con sus jinetes muertos. Hecho esto, "el Barquero" y sus hombres salen del pueblo sin ser visto.
 Al amanecer llegan los primeros vecinos que extrañados de ver tantas bestias en la puerta de la casa del alcalde. Se acercan curiosos y comprueban que en cada una de las monturas, hay colgados bocabajo y amarrados como fardos, un hombre muerto, echan a correr sin cesar pidiendo auxilio, mientras que otros vecinos horrorizados, extienden por el pueblo la noticia. Es el alguacil el que da la noticia al alcalde, que acude a medio vestir, y al llegar se da cuenta que son los miembros de la partida que envió a la persecución de Curro Jiménez.
   El alcalde da orden para que los cuerpos reciban sepultura, después, junto con el secretario, redactan un informe, en el que relatan los hechos y se acusa a Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" de crimen con alevosía y se lo manda al corregidor de Sevilla, don Jaime de Almirola, para que proceda en consecuencia. Ahora, más que nunca, se hace urgente movilizar en cuantos medios sean precisos para acabar con tan terrible amenaza.
   El odio que tiene el alcalde hacia Curro Jiménez y con el temor en que vive que después del asesinato de sus dos amigos de Posadas, don Sebastián y don Rufo, él puede ser el siguiente. Y su pasión por Luisa, la posadera, con el pretexto de protegerla, la visita a su casa  con más frecuencia de la debida, sin cuidarse de lo que la gente puedan pensar y murmurar. La posadera, tentadora y astuta, compinchada con Curro, sabe manejarle con usando la hábil táctica de prometer mucho y conceder menos. Le habla de que esta mal de dinero y le pide un préstamo de mil duros, insinuándole que, si le facilita dicha cantidad, su agradecimiento la hará todo lo generosa  que él espera. El solo hecho de pensar en aquella venturosa hora, don Juan de Guzmán accede, impaciente, le pide a ella que indique el momento. Luisa fija la cita la noche siguiente, después de cerrar la posada. Ella le esperará en su cuarto, del cual le entrega la llave.
   De inmediato avisa a Curro, que se presenta con la anticipación suficiente para tender cuidadosamente la emboscada. Sólo lo acompaña "el Mochuelo" y "el Chato". El primero estará oculto en la sala contigua, para entrar cuando le precise y el segundo permanecerá junto a la puerta del corral con los caballos dispuestos. Junto a la posada hay un olivar en la que están emboscados el resto de la partida esperando vigilantes por si fuera necesaria su intervención. 
   Antes de la hora acordada Curro se encuentra en la habitación de Luisa. A poco llega ella y quedan esperando la llegada del alcalde. Don Juan de Guzmán llega puntual. Al sentir el ruido de la puerta, Curro se oculta y Luisa sale a su encuentro. Él se despoja del sombrero y la capa y, no creyendo aún en la dicha de encontrarse a sola con Luisa, la toma de la cintura y trata de besarla. Ella la contiene y con una sonrisa tentadora le hace sentarse junto a una mesa. Sin tener la necesidad de recordarle lo hablado, el alcalde pone sobre la mesa unos cartuchos de monedas. Rompe uno de ellos y varias onzas de oro se esparcen bajo las luces del velón, al tiempo que deja oír su agradable sonido. Luisa le da las gracias, a continuación, don Juan le expresa su amor y de lo que siente en ese momento, instante en el que siente que le están tocando la espalda. Es "el Barquero", que ha salido de su escondite y en silencio se ha colocado junto a él. El alcalde gira la cabeza y, al ver frente a sus ojos la cara de Curro Jiménez, enmudece. Nada intenta. Comprende que ha sido vilmente engañado y que se encuentra a su merced. Teme lo peor y las palabras que escucha se lo confirman.
   -Hace tiempo que nos buscamos el uno al otro -dice Curro Jiménez-. Siempre ha puesto gran empeño en verme ahorcado, y yo he pensado hacer lo mismo con usted. Como he sido el primero en atraparle voy a cumplirlo. me daré el gusto de verle bailar en la cuerda. Así evitaré que cualquier día pudiera usted tener ocasión de hacerlo conmigo.
   Al finalizar estas palabras alza la mano y, con toda sus fuerzas, le da un durísimo golpe en el rostro, cayendo, el alcalde, de bruces al suelo. Con una rapidez y maestría, Curro lo ata y amordaza. Luisa presencia con indiferencia lo ocurrido, mientras  don Juan le dirige una mirada de censura. Ella le hace un gesto de burla y, se acerca al bandido, le echa los brazos al cuello y comienza a besarle apasionadamente. Tal vez halla un extraño placer en conceder a otro hombre en su presencia lo que él persiguió y no pudo lograr. 
   Tras la ignominiosa y degradante escena, Curro silba y "el Chato" entra en la habitación. Cubre al alcalde con su propia capa y sale de la habitación acarreando con el alcalde. Curro se despide de Luisa y le sigue. Previamente ha depositado en las monos de su amante los cartuchos de monedas con los mil duros en onzas de oro, como premio por su ayuda. Llegan al corral, donde se encuentra "el Mochuelo" con los caballos y parten hacia el olivar donde la partida le espera. Lugar dónde pone fin, junto a un grueso olivo, su enconada pugna con don Juan de Guzmán ordenando a sus hombres que lo cuelguen.
   Ya fallecido, es liado en su propia capa, lo echan sobre una mula. "El Mochuelo" es el encargado de llevar el cadáver a La Algaba. Al amparo de la noche lo deposita en medio de la plaza, junto a la casa consistorial.
   Este nuevo crimen a levantado una gran indignación en todos los pueblos de la comarca y son numerosas las personas influyentes las que se dirigen al corregidor de Sevilla que ponga fin a los hechos tan escandalosos. Atiende a sus justas quejas, y dispone esa misma noche que salgan, con dirección a Bollullos, seis compañías de infantería al mando de un coronel con orden terminante de capturar a Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana" vivo o muerto. A ellos se le une el hermano del fallecido alcalde, con una partida de cuarenta hombres que él mismo a reclutado. También es enviada una compañía de la Guardia Civil de la guarnición de Sevilla, bajo la orden del capitán don Lorenzo Contreras. Las fuerzas para terminar con la vida de Curro Jiménez, según el historiador Antonio Sánchez Guillén, estaban compuestas por un primer jefe, 21 oficiales y 537 soldados.
   Curro es avisado rápidamente, y procura deshacer esta ofensiva desencadenando durante un corto periodo de tiempo una ola de terror. Vilmente somete a vejaciones a cuantos viajeros, arrieros y mercaderes encuentra por el camino. Sin piedad alguna, hace pasar por las armas a tantos migueletes que caen en su poder y prende fuego a cortijos y haciendas. Finalmente se retira al amparo de la sierra donde, amparado por pastores y gañanes, se hace fuerte. Allí, desde su puesto de vigilancia, ven llegar a los primeros soldados. Con rapidez distribuye a sus hombres. Deja que sus perseguidores se aproximen hasta el lugar que mejor le conviene y hace contra ellos una terrible descarga. Hecho que a la tropa le coge desprevenida y desde allí hace fuego sin saber a quien dispara. Durante algo más de una hora, Curro Jiménez los tiene acorralados, ocasionándoles importantes bajas sin que él tuviera que lamentar alguna. En la refriega resultan heridos el sargento segundo Victoriano Santibáñez u el guardia Cristóbal Dorado, ambos miembros de la Guardia Civil. El resto del día lo emplea en batir a las diferentes secciones en las que el coronel ha dividido sus fuerzas, a la que éste le será extremadamente difícil hacerse con el bandido en la sierra, al atardecer manda tocar su retirada y evacuar a los heridos y muertos. Luego intenta darle asedio colocando fuertes destacamentos en los caminos.
   En los días consecutivos se reproducen idénticas refriegas con idénticos resultado. Semana tras semana, acumulándose el natural desaliento por parte de los soldados. Llegan a creer que las posiciones ocupada por Curro Jiménez son inexpugnables y que por la fuerza de las armas jamás lograrán vencerle.
   Sólo un golpe de suerte desequilibraría la balanza, algo que llegó cuando menos podían esperarlo.
   Como las tropas se habían debilitado hasta el punto de que las escaramuzas casi no tenían importancia, Curro, que lleva tres meses sin salir de la sierra, quiere conocer de primera manos cuanto las autoridades han dispuesto contra él para tomar las medidas necesarias. También siente el deseo de pasar unas horas de tranquilidad en compañía las personas que verdaderamente le quieren. Fue en la mañana del día de Todos los Santos de 1849, decide bajar a la venta de su compadre Juan Galindo, en el camino de Posadas. Pese a los ruegos de su teniente "el Mochuelo", quien insiste que le acompañe algunos de los compañeros de la partida, pero se niega y prefiere ir solo, para pasar más inadvertido.
   Al llegar Curro a la veta, le reciben muy cariñosamente su ahijada Frasquita y Carmen, su comadre. Mientras tanto, Juan Galindo lleva a "Pantalones", el caballo de Curro a la cuadra para echarle un buen pienso.
   Al entrar, queda seducido por el vivo y alegre bailoteo de las llamas, sin advertir que a lo lejos de la chimenea, hay un hombre sentado en una banqueta, junto a la puerta. El hombre le observa insistente, al tiempo que muerde parsimonioso un mendrugo y bebe de un jarro de hojalata. Sus ojos brillan una irresistible curiosidad, y a la luz le entra la certeza absoluta y se abren despavoridos. Se levanta despacio y, al cruzar la puerta, cede el paso al ventero que llega, murmurándole un adiós que apena le sale del cuerpo y continua su marcha con fingida tranquilidad. Es en ese momento, cuando Curro se percata de la sombra que se aleja, he interroga con la mirada a su compadre Juan Galindo que le mueve la cabeza indiferente. Añade: "Es un pobre hombre, medio buhonero y medio mendigo, y muy conocido por estos lugares, que más de una vez ha tenido que ver con la justicia".
   Sin darle importancia alguna a la breve presencia, el ventero informa a Curro de todo cuanto por allí se habla después del exterminio de la partida de "Matasiete" y de la muerte del alcalde de La Algaba. Y que van a salir más soldados en su persecución por orden del corregidor de Sevilla, aunque de esto nada a visto el ventero.
   El día transcurre sintiéndose Curro muy tranquilo y feliz con la compañía de tan buena familia. Sin saber que el buhonero le había reconocido y que, estimulado por la codicia por la recompensa ofrecida, ha ido con premura a informar a las autoridades. Cena con el matrimonio y su ahijada arropados por la luz y el calor de la lumbre, mostrándose locuaz y hasta chistoso, se entretienen con una partida de naipes, aún así, sus amigos le manifiestan sus temores por verle solo, exponiéndose a sufrir cualquier mal tropiezo, a lo que él asegura que nada malo le pasará. 
   Antes de la media noche se retiran a descansar, al que Curro les comunica que partirá al amanecer. Confiado, se va a dormir. Mientras tanto, se aproxima una numerosa tropa a las inmediaciones de la venta guardando toda clase de precauciones. Con mucho sigilo rodean el edificio formando una doble fila. En la entrada principal se sitúa media compañía. Completado el cerco no queda sino esperar. Al despuntar el día darán aviso al bandido su presencia y pidiendo que se entregue, de lo contrario darán el asalto.
   Media hora antes de que amanezca, ya esta Curro en pie. Entra en la cocina, donde se encuentra el ventero con su mujer he hija. Juan Galindo ha mandado a ensillar a su caballo, "Pantalones", que espera junto a la puerta.
   Comienza las despedidas, cuando uno de los criados llega a la cocina temeroso. Con la voz entrecortada por el susto, que al ir a dar el pienso a la bestias se le ocurrió mirar por la ventana, para atisbar el cariz del tiempo, y lo que vio fue una multitud de soldados. Corrió al lado opuesto y también había el mismo número de soldados.
   A tan inesperada y dramática noticia, los venteros les invaden la tristeza y no encuentran palabras. Cae Frasquita sobre la silla y rompe a llorar. Curro sin alterarse lo más mínimo, cariñosamente le pone la mano en el hombro y con voz serena le pide a su compadre le dé la mañana. El ventero en silencio, toma una botella de aguardiente de la alacena y sirve dos copas. Los dos hombres beben despacio. Mientras tanto, Curro piensa como va a salir de allí. Sólo se le ocurre una forma, aunque con muy escasas posibilidades de poder llegar con vida al próximo olivar: romper el cerco por sorpresa y rapidez.
   Dejando la copa vacía sobre la mesa, se limpia los labios con los dedos y, después de ceñirse la canana repleta de cartuchos, le dice a su compadre Juan y al criado que le sigan. Juntos llegan a la puerta de la entrada. Ya a amanecido. Allí se encuentra "Pantalones" dispuesto a correr su última aventura. De la silla cuelgan un trabuco y una escopeta. Y entre su faja esconde sus dobles bocas dos pistoletes.
   Antes de montar, da un fuerte abrazo a su compadre y después se desengancha las armas y se las sujetas debajo de las piernas.
   En voz baja les dice que ha su señal el abran la puerta de par en par.
   En ese momento suenan en la puerta fuertes golpes. Curro se echa atrás un largo trecho con la intención de ganar impulso. Al tiempo que hace la señal, hinca las espuelas a su caballo y la puerta se abre de golpe saliendo al exterior como alma que lleva el diablo gritando con voz potente:
   -¡Paso al "Barquero de Cantillana" !
   Caen atropellados los soldados que acaban de llamar. La tropa que guarnecía la entrada, sorprendida, disparan con retraso y sin poder afinar la puntería, y Curro sale ileso de aquel diluvio de balas.
   A galope tendido gana terreno por el olivar. El jefe de la tropa, al ver como se le escapa el bandido, ordena fuego a discreción. En esta ocasión hieren a "Pantalones" que antes  de que se desplome, Curro salva limpiamente la caída y, recogiendo las armas, se parapeta tras el grueso tronco de un olivo. Cerca de él, su fiel "Pantalones", mortalmente herido, se agita relinchando y, apenado, lo remata de un tiro certero.
   Las tropas abandona la venta y con toda las precauciones se dirigen hacia él. Bien resguardado, no es alcanzado por ningún proyectil. En cambio, Curro, con el cuerpo en tierra, asegurando la puntería y sin derrochar municiones, deja sin vida a cuantos soldados se adelantan.
   El capitán, admirado de tanto valor y serenidad, ordena el alto el fuego para no causar más bajas.
   -¡Ríndete, Curro, y prometo interceder a tu favor!- le grita el capitán.
   -Se lo agradezco, señor oficial -contesta-, pero al "Barquero" nadie le pone la mano encima como no sea muerto.
   Y rubrica sus palabras con dos disparos dejando fuera de combate a otros dos soldados.
   Comienzan a abrirse para formar un amplio circulo con la intención de rodear el olivo donde Curro esta refugiado. El advierte la maniobra de los soldados. No duda en que lo conseguirán y se encontrará entre dos fuegos sin posible escapatoria. A pesar de su rapidez no bastará para contener a los soldados. El coraje le ciega y se revuelve de un lado a otro sin cesar de apretar el gatillo, cargando con una velocidad increíble. Mientras le queden municiones no cederá. Y el último cartucho será para él.
   Una bala le alcanza el hombro. Lo siente como una punzante y viva quemadura. Antes de que pueda darse cuenta de su importancia, otra le alcanza en la pierna. De ambas heridas le brotan la sangre caliente que, lentamente va empapando su ropa. Con una mano se toca las heridas, que se la limpia bruscamente contra el pantalón y, aguantando el dolor, sigue disparando, sin descuidar el asegurar el tiro. Intenta rectificar su posición y nota que solo con trabajo puede moverse. Con sumo esfuerzo, trata de incorporarse levemente apoyado en la escopeta. Momento en el que recibe en el pecho un tiro. Siente que las fuerzas le abandonan. Sus ojos se nublan. Ya son varias balas las que aciertan en darle. En un último intento levanta su trabuco y hace fuego, pero en esta ocasión lo hace al aire. Cae de bruces al suelo, bañado en sangre. Así termina Curro Jiménez alias "el Barquero de Cantillana", acribillado a tiros, sin rendirse, empuñando el arma, con la mano inerte.
   Cesa el fuego y el capitán se acerca. Comprueba que el bandido esta muerto y envía a dos hombres a la venta para que traigan una escalera donde transportar a los heridos. Mientras en la venta se hacen las cura de los heridos, llega el cuerpo inerte de Curro Jiménez. Francisca y su madre lo reciben desconsoladas, mientras Juan Galindo lo contempla sin pronunciar palabra , apretando los puños.
   Como epitafio podría servirle una frase del novelista Fernández y González: "Murió en carácter, como deben morir los valientes: vestido, calzado y sin sacramentos".
   Hechos ocurrido el 2 de noviembre de 1849.

   Aquella noche de los Fieles Difuntos de 1849, el cuerpo de Curro permaneció en la sala. Allí, Juan Galindo, con la compañía de su mujer e hija y sus criados le velaron entre lágrimas y oraciones. Frasquita guardó para sí el pañuelo que su padrino llevaba en el cuello cuando le mataron.
   Juan Galindo pidió a las autoridades el cuerpo de su compadre a las autoridades para darle cristiana sepultura, a lo que la Guardia Civil accedió.
   Aseguran, quienes entonces lo vieron, que mientras Frasquita vivió nunca faltaron rosas en la sepultura de Francisco Antonio Jiménez Ledesma, conocido por "el Barquero de Cantillana".

Bibliografía:

-"Bandidos Celebres Españoles, (En la Historia y en la Leyenda)" Primera Serie. Florentino Hernández Girbal, Ediciones Lira, Madrid 1968.

-PÉREZ REGORDÁN, MANUEL. "El Bandolerismo Andaluz". Herederos de Manuel Pérez Regordán. Librería Raimundo, Cádiz. 2019.