lunes, 14 de marzo de 2022

MORDECAI MANUEL NOAH - VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

 Vosotros, Caballeros españoles de noble cuna. Vosotros, Señores y Principales. Ah, qué poco pensáis en los humildes arrieros, que se ganan la vida honradamente.

MORDECAI MANUEL NOAH. Dibujo 1819


Fecha del viaje: 1813

Travels in England, France, Spain and the Barbary States in the years 1813, 14 and 15. (Viajes por Inglaterras, Francia, España y los estados de la Berbería, en los años 1813, 1814 y 1815) Nueva york 1819.

Nacido el 14 de julio de 1785 en Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. El primer americano de los nacidos, viviendo y con el estatus de residencia en Estados Unidos, que viene a España. En cierta forma, es un prototipo de viajero que no tenía incluido en su agenda como razón prioritaria del disfrute sensorial o como fuente de conocimiento que ofrecía la visita al país que arribaba, aunque al final fue tentado tentado por él, por sus peculiaridades y diferencias podría ser el judío Mordecai Manuel Noah. Hijo de una familia de comerciantes de origen sefardí que emigró desde Alemania a Estados Unidos a mediados del siglo XVIII, se estima como el primer escritor judío americano de envergadura. Periodista, ensayista, autor teatral y político. Aunque más conocido como el visionario que intentó en 1825 crear un estado judío, al que llamó Ararat, dentro de Nueva York. Habría que señalar en su carrera política que, siendo jefe de la policía de Nueva York, cuando la ciudad fue asolada por la epidemia de la fiebre amarilla en 1822, abrió las las puertas de la prisión en la que estaban encerrado los que no podían hacer frente a sus pagos y en la que se vio obligado Noah a hacerse cargo de todas y cada una de las deudas contraídas por aquéllos.

En 1813, España no es un país que se apetezca visitar.  Todavía resonaban por doquier los ecos de los recientes enfrentamientos con las tropas de Napoleón estando muy a la vista la destrucción que aquéllos habían esparcido por campos y ciudades. Desoladora situación en la que se encontraba el país, casi diríamos que sólo se prestaba a recibir, al desgaire, a viajeros que lo eran sólo si entendemos el viaje en su sentido más primigenio de traslado de un lugar a otro, y siempre que se prescindiera de las circunstancias totalmente fortuitas que los habían guiado hasta aquí.

En el caso de Noah, tan poco previsible y peregrina es su visita a España, que en marzo de 1813 es nombrado cónsul de Estado Unidos en Túnez, en el que se considera abiertamente enemigo de dos países europeos, uno le viene recientemente que es el caso de Inglaterra que se encuentra en guerra con su país y el otro es España, en este caso la aversión le viene de lejos, se remonta a la época de los Reyes Católicos.

Así de astuto se muestra nuestro destino, aplicando sus leyes, que viniendo de Noah de camino para Francia, tras unas semanas de estancia, dar salto a Túnez, su barco, el Joel Barlow, pero por desgracia para él es apresado por los británicos, curiosamente fue un 4 de julio, día de la Independencia Americana, junto con los demás pasajeros fueron conducidos a Londres como prisioneros de guerra, Cuando fue liberado fue transportado a tierras españolas y no a tierra francesas, pues los ingleses y franceses, también se hallaban en pleno conflicto.

Aunque es rechazado por Noah, por sus venas corre sangre ibera, y para que no quepa duda de su origen, todavía conserva uno de sus nombres: Manuel. Con mirada resentida, y con especial crítica, la vuelca contra los descendientes los que lo motivaron y contra la religión que profesan. Razón por la que no tarda en hacer llegar su desacuerdo con las prácticas y negocios ilícitos que desprestigian al catolicismo y en la esencia misma de su credo.

Apena a recalado en tierras gallegas en el barco americano en el que viajan, suben a bordo del bote varios clérigos en el que llevan oculto bajo sus ropas diferentes géneros de fabricación inglesa que habían comprado a los marineros. Para opinión de Noah, "el carácter de aquellos y el terror que levanta la Inquisición es tal que, aunque sospechen de ellos, impide que se les registre. Así de rezo en rezo, llevan a cabo su provechoso comercio."

El mes de septiembre de 1813, cuando nuestro forzado viajero llega a la soleada bahía de Cádiz desde el barco que le trae desde La Coruña. Sean los que sean los prejuicios que Noah pueda tener sobre España, estos quedan amortiguados al llegar a Cádiz, dejándose sorprender por su primera visión del aspecto que la ciudad bulliciosa y moderna ofrece: 

"El aire era fresco, pero delicioso y la apariencia vivaz de la ciudad con sus pequeñas torres, casas blancas, espaciosos edificios, barquichuelas y navíos de guerra, daban a ésta un toque de opulencia y confort." 

Renovada impresión una vez que esta en tierra firme cuando caminaban por el mercado al aire libre a los que los vendedores pregonan a pleno pulmón sus productos. El desbarajuste entre las gentes y de escena solo acaban de empezar, a lo que Noah le faltan ojos cuando se encuentra con las calesas, ataviadas al igual que los caballos, llenos de cintas multicolores, mientras esperan pasajeros; marineros que sentados ríen y comen sardinas fritas; vendedoras de cigarrillos, mientras esperan clientes lían con parsimonia los "papelitos" y los mendigos que reclaman insistentemente una limosna en nombre de "María Santísima."

En Algeciras se aloja en la posada de San José junto con un grupo de americanos. El establecimiento es malo, en cambio la comida es buena. Mientras comen en la habitación, entra en ella, sin más ceremonia, un español de aspecto desaliñado y con un grueso bastón en la mano, inquiriendo entre los allí reunidos si se encuentra algún judío, pues tiene órdenes de vigilar a los de su raza mientras permanecen en la ciudad. Entre ellos se encuentra un capitán americano cuya reacción es de coger al intruso por el cuello, y sin apenas miramientos, a base de empujones echarlo de la habitación. EN Algeciras, con fama de ser refugios de bandidos, pícaros, renegados y de todo tipo de malhechores. El cuchillo impera en la ciudad, y por ello, los asesinatos son continuos, cometiéndose con total impunidad a la luz del día.

Sobre algunos caminos de Andalucía, Noah dice: "El descenso es más embarazoso, con grandes edificios rodeándoles. Se extraña de que durante durante cuatro mil años hayan cabalgado por estas tierras fenicios, romanos, cartagineses, moros y castellanos, sin que ninguno de ellos se decidieran a mejorar las carreteras." Entre las deficiencias del terreno, por la pendiente del camino y lo resbaladizo de las rocas con las deficientes herraduras del caballo hacen tirar al suelo a Noah, dañándose la espalda, lo que lleva a realizar el resto del camino andando.

Contemplando a los muleros, no deja de pensar en el oficio de estos hombres esforzados siendo de una dureza extrema y que a pesar de todo le permite pagar el pan a duras penas. Los considera como las personas más noble de la población, más honrado y sufrido. Y que los componentes de la cacareada nobleza, en el fondo son inferiores a ellos. Lo que le viene a la mente la canción de los campesinos en la obra de Morton, Los montañeros. Sin más se deja llevar por su melodía y comienza a cantarla en voz alta.

Yehigh-born Spanish noblemen

Ye Dons an Cavaliers,

Ah, little do you think upon

The lowly Muleteers

To earn an honestlihood...

("Vosotros, caballeros de noble cuna/ Vosotros, Señores y Principales/  Ah, que poco pensáis en/ los humildes arrieros/ que ganan honradamente la vida.")

Al oír los arrieros la canción, se acercan a la puerta diciéndose entre ellos: "Escuchad, el señor inglés canta." Noah se encuentra a gusto y quiere que los demás también se sientan igual.

Reanudan la marcha al mediodía, pero el calor es tan sofocante se ven en la necesidad de realizar otra parada en otra venta junto al Mediterráneo. Así hace referencia de lo que allí sucede:

"Bajaron el equipaje de los caballos, y el guía, tras refrescarse, se echó para dormir la siesta. Yo, igualmente, me retiré a descansar un poco, cuando pasado no  mucho tiempo, me despertó una pelea que tenía lugar abajo. Me asomé y vi a mi guía luchando con un hombre robusto que,  con pistolas en la faja, trataba de quitarle su escopeta. Era un oficial de aduanas, que había ideado un estratagema para hacer confesar a mi hombre que el arma que llevaba era suya y no mía, para poder confiscarla así en nombre del rey, aduciendo que el cañón media cuatro pulgadas más de lo permitido por la ley. Discutí con él sobre la injusticia de la acción, pero se mostraba sordo a todos mi argumentos. Finalmente, le aseguré que si de camino a Málaga me asaltaban los bandidos, sólo él sería el culpable. Después de mucho discutir nos devolvió la escopeta que ya tenía en su poder y continuamos el viaje."

Embarcado y navegando por la costa llegan a ver Vélez-Málaga. El último testimonio de la provincia malagueña dónde viven una escena tan cordial, tan andaluza, tan humana:

"Un muchacho que pertenecía a la tripulación preparó la comida. Los marineros cortaron ajos, pimientos, pan y destriparon sardinas, mezclándolo todo en un recipiente de barro con agua fría y vinagre. Observé al chico mientras removía este extraño amasijo con una cuchara de madera. "Gazpacho señor" dijo el patrón seseando y añadió: "fresco, fresco". Cortésmente me invitó a participar en la comida. La tripulación se sentó en cubierta, colocando el recipiente en el centro. Entre cucharada y cucharada, todos tuvieron algo divertido o agudo que referir, y las carcajadas y la hilaridad prevalecieron sobre la escasa comida que, al final, se acompañó con vino tinto de la tierra que tomamos en jarras de lata."

En Almería, después de un polémico encuentro con un indigno clérigo, Noah nos relata este divertido episodio:

"Por la noche, después de una tarde fresca sucediera un opresivo calor, decidí darme un baño en el mar. La luna estaba visible y la playa llena de gente. Sin pensarlo un minuto me despojé de la ropa y me sumergí en el agua. Mientras vadeaba el fondo lleno de piedras, un centinela español empezó a darme voces: "¡Hombre, por Dios santo!" Varias personas corrieron hacia mí y, cortésmente, varios soldados de de uniforme y con herrumbrosos fusiles me sacaron del agua y me dijeron que todos los que se estaban bañando allí eran mujeres, a los que los soldados protegían y entre los que yo sin darme cuenta, me había metido. La verdad es que las mujeres y yo mismo habíamos estado chapoteando como náyades o dioses marinos sin apercibirnos unos del sexo de los otros. A las mujeres le contaron lo que había pasado y por los gritos y carcajadas que lanzaban parecía que disfrutaban de lo lindo con mi equivocación. Sobre todo, cuando vieron cómo me sacaban del agua y me llevaban donde estaba mi ropa."


Falleció el 22 de mayo de 1851 a los 65 años de edad en Nueva York, Estados Unidos.

Bibliografía: 

- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX", autor: Antonio Garrido Domínguez.

- Diversas fuentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario