domingo, 26 de junio de 2022

HENRY WILLIS BAXLEY - VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

 Ronda es la Tívoli española. Lo que Arno; durante tanto tiempo santuario de peregrinos anglosajones, fue para la antigua Roma, lo es el Guadalevín para Ronda, ciñendo a la población con una faja de encendida esmeralda en el fondo rocoso del abismo a varios cientos de pies de profundidad; para saltar luego a la vista de todos con espumosos y fulgurantes aguas con un canto agreste y caprichosa libertad.

Henry Willis Baxley.




Fecha del viaje: 1871-1874

Spain. Art-Remains and Art-Realities. Painters, Priests and Princes. New York, 1875

(España. Restos y realidades artísticas. Pintores, curas y príncipes)

   Médico de reconocido prestigio que ayudó a fundar la Facultad de Cirugía Dental de Baltimore en 1839. Dicha facultad ha sido descrita de diferentes formas como la primera facultad de odontología del mundo.

   Nació en Baltimore, Maryland, en junio de 1803. Se educó en St. Mary´s College antes de comenzar en la escuela de medicina en la Universidad de Maryland. Universidad donde recibió su título de médico en 1824, y en 1826 empezó a trabajar como asistente médico en el Dispensario General de Baltimore, continuo trabajando hasta 1829. Fue el médico adjunto de 1830 a 1831 en la Penitenciaría de Maryland. En 1834 fue nombrado Demostrador de Anatomía en la Universidad de Maryland y remplazó a Eli Geddings como profesor de anatomía y fisiología en esta institución en 1837. En 1839 colaboró con Chapin Aaron Harris, Horace Henry Hayden y Thomas E. Bond para fundar la Facultad de Cirugía Dental de Baltimore. Al siguiente año enseñó anatomía y fisiología en dicha facultad. De 1842 a 1847 desempeñó como profesor médico en la Universidad de Washington de Baltimore y posteriormente trabajó como médico en Baltimore Almshouse desde 1849 a 1850, siendo este último año se mudó a Cincinnati, Ohio, donde se convirtió en catedrático de anatomía en el Colegio Médico de Ohio.

   Su visita a España la hace con buenos ojos y predispuesto a criticar lo menos posible. Para él, los obstáculos que se encuentra para viajar por nuestro país, con las incomodidades de los vehículos, los peligros y la dilación en las carreteras, de las asperezas de las posadas y carencias de alimentos que hay en ellas y, por lo general, el estado de incultura que nubla todo el territorio, son exageraciones en demasía por desconsiderados parlanchines y escritores atestados de prejuicios. España no es ni mucho menos un ejemplo moral y físicamente, pero a la vista de lo que se observa en otros lugares, tampoco es una nación tan alejada del progreso actual.

   En el trayecto de Granada a Málaga, la opción más favorable es tomar el ferrocarril hasta Loja, con una hora y media de trayecto y de ésta, en diligencia a la estación de tren de Bobadilla, con una hora de camino. Antes pasa por Antequera, lugar que desde hace tres o cuatro siglos, las ruinas romanas se vienen aprovechando para fines monásticos y otros parecidos. Más notas de rutas nos indica Baxley; unas, para ahorrar tiempo, y otras para descubrir insólitos enclaves:

   Los que prefieran la ruta de Granada a Málaga por Bobadilla, en vez de la de a caballo o en carruaje, a través de las históricas Alhama y Vélez-Málaga, se pierden la oportunidad de contemplar escenarios que resultaron memorables en los sangrientos enfrentamientos por la posesión de la Península. Y los que, viniendo de Gibraltar a Granada, se embarcan para llegar por mar a Málaga y, más tarde, por tren desde Bobadilla, en lugar de continuar por tierra hasta Ronda, se perderán algunos de los escenarios más pintorescos de España;  en lo que la montaraz grandeza y la combinada belleza con las tierras cultivadas y las casitas de campo forman una agrupación de inolvidable para el viajero con apariciones artísticas. Ronda es la Tívoli española. Lo que Arno; durante tanto tiempo santuario de peregrinos anglosajones, fue para la antigua Roma, lo es el Guadalevín para Ronda, ciñendo a la población con una faja de encendida esmeralda en el fondo rocoso del abismo a varios cientos de pies de profundidad; para saltar luego a la vista de todos con espumosos y fulgurantes aguas con un canto agreste y caprichosa libertad.

   De cualquier forma, la ruta del ferrocarril aparece, sin exageraciones, como la más corta, barata y cómoda. Además, ciertamente, el paisaje en el que se sumerge el convoy, después de abandonar Bobadilla, es casi tan imponente como el de Suiza, torrentes, túneles, viaductos y puentes, son obstáculos de carácter alpinos superados por la habilidad y el esfuerzo del hombre, para marcar el puerto del río Guadalhorce, un fugaz panorama de enorme recompensa para el pasajero. Un interés, que atempera enseguida el valle andaluz de huertos de naranjos, de palmeras de granados, de olivos, de viñedos y chumberas por el que se adentra la vía férrea. Así solazado por la genial belleza del tropical paisaje, si es que se tiene la suerte de efectuar el viaje a la luz del día, alcanzará Málaga bien dispuesto para enfrentarse a las grandes molestias que genera una estación de ferrocarril española.

   En los últimos años de su vida viajó por Italia y España en busca de su salud perdida. En España estuvo durante tres años, desde el otoño de 1871 hasta el otoño de 1874. Tan mermado estaba de salud, llegándole la muerte dos años después de dicha visita y uno de la publicación de la obra. Henry Willis Baxley murió en Baltimore el 13 de marzo de 1876, a la edad de 72 años. En su testamento legó 23,836.52 dólares a los fideicomisarios de la Universidad Johns Hopkins para una cátedra dotada. En 1901, Johns Hopkins usó este dinero para establecer la cátedra Baxley de Patología, la primera cátedra subvencionada en la Facultad de Medicina de Johns Hopkins. Primero estuvo en manos de William Henry Welch, el que fue uno de los "Cuatros Grandes" en el Hospital Johns Hopkins y también fue el fundador de la Escuela de Higiene y Salud Pública de Johns Hopkins, la primera escuela de salud pública del país.

Arresto en Antequera del bandido Nicolas Jordán, según Illustration. Journal Universal, 1864.


Bibliografía:

- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2007.

- "Viajeros del XIX Cabalgan por la Serranía de Ronda, El camino inglés". Garrido Domínguez, Antonio. Editorial "La Serranía", Ronda 2006.

- Otras fuentes en internet.





domingo, 29 de mayo de 2022

SEVERN TEACKLE WALLIS, VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

 El entretenimiento dura tres día. En el primero, la gente simplemente mira; en el segundo, pasean a caballo; en el tercero compran y venden como posesos. Los arreos y adornos de los corceles son los artículos más demandados y los hay en abundancia. En la calle se alinean sillas de montar, mantas de abigarrados colores, imaginativas bridas, alforjas y aparejos.

SEVERN TEACKLE WALLIS

Fecha del viaje: 1847. Glimpses of Spain; or Notes of an Unfinished Tour in 1847. Nueva York 1849.

Nacido el 8 de septiembre de 1816. Abogado de profesión en Baltimore y político estadounidense. Realizo su viaje por España en 1847, con la idea de que sería su única visita a nuestro país y buscando  alivio para su debilitada salud; estando su relato en la imprenta de su viaje, el secretario de Estado de Estados Unidos le ofreció su vuelta a España en misión diplomática para negociar la incorporación de Florida a los Estados Unidos de América. Esta segunda visita le proporcionaría argumento para publicar un segundo libro, centrado en nuestras instituciones y forma de gobierno.

Sever cuenta como parte de Sevilla a Ronda cuando coincide con la Real Feria de Mayo y el pésimo concepto que tiene:

Son picaros, mentirosos, vagabundos, bebedores, bailadores, camorristas, con todos los vicios que sacuden al populacho delas ciudades españolas. Son tan depravados como inteligentes, rápidos en dar respuestas, bromistas, urdidores de diabluras y engaños, gallardos jinetes y espléndidos especímenes de hombre. Están en posesión de la "sal y gracia" que han hecho tan famosos a los andaluces, sin que tenga rivales en este campo. Son la envidia de los demás hombres y el oculto deseo de las mujeres.

Llegan a la posada, al entrar contempla a un grupo de quince o veinte toreros repartido por el patio interior, todos entretenidos en diversas actividades: juegan a las cartas, duermen o cuentan historias. Los que están despiertos beben aguardiente. Su jefe es el conocido matador Juan Pastor, a lo que piensa el americano "un apropiado nombre, para tal rebaño", lo describe como alto y fuerte, y ejerce su autoridad con esmerada cortesía y amabilidad. Insisten en invitar al americano a comer con ellos a lo que él se declina, pues prefiere comer solo. Pero si se les une para ir a Ronda. De camino a Ronda hacen una parada en Zahara de la Sierra y pasan la noche en la Venta Nueva en la que deja constancia:

No era muy tarde cuando nos retiramos a descansar. La luna estaba ya sobre Zahara. La indecisa silueta del castillo y sus torres grises parecía descansar sobre la pesada niebla que se cernía sobre la población y nuestra venta. Toda la caravana de arrieros y ganaderos que iban de camino a Ronda, estaban con su ganado yaciendo en medio de él, dormimos en grupos en campo abierto, delante de la venta. No muy lejos se oía el murmullo del río, mientras que la humedad del aire traía en volandas el perfume de las madreselvas. A pesar de la luna y de la fragancia de las flores, necesitábamos dormir, así que extendimos en la pequeña habitación nuestras capas sobre unas tablas y, rodeados de toreros por todos los lados, nos dispusimos a descansar. Presidiendo la habitación había una imagen del Niño Jesús y una vela delante que ardió toda la noche. A lo largo de ésta, la dureza de las tablas me despertó varias veces permitiéndome echar una mirada a mi alrededor y contemplar a los miembros de la cuadrilla que dormían con las caras tranquilas y las armas visibles bajo los chalecos. Ni los cuchillos ni sus rostros me habían hecho ningún daño, ni tampoco lo habían pretendido, ni me impidieron ahora dormir hasta el amanecer. Con las primeras luces mis vecinos estuvieron en pie y también entonces, para mi sorpresa, descubrí que habíamos estado toda la noche entre la multitud de caballos, mulas y burros.

Llegan a Ronda, señalando algunos aspectos de la feria en general:

El entretenimiento dura tres día. En el primero, la gente simplemente mira; en el segundo, pasean a caballo; en el tercero compran y venden como posesos. Los arreos y adornos de los corceles son los artículos más demandados y los hay en abundancia. En la calle se alinean sillas de montar, mantas de abigarrados colores, imaginativas bridas, alforjas y aparejos. Unos cuantos moros han venido desde Gibraltar, con fajas de sedas, zapatillas, vistosos pañuelos y otros elementos de majo esplendor. Se les ve sentado en el interior de sus puestos, con toda la mercancía alrededor, mientras una multitud de campesinos apoyados en gruesos bastones, miran ilusionados o gastan sus ahorros con un gesto. Los talabarteros exhiben un excelente muestrario de polainas de cuero o trabajadas prodigiosamente, las negras, con hilo blanco y preparadas para usarse. El majo, vestido totalmente de fiesta, lleva sólo medias de seda y  los botines atados a la rodilla y al tobillo.
Los puestos en los que se encontraban los artículos de menos valor, se extendían desde el Puente Nuevo hasta la Plaza de Toros, llenando la calle principal y una amplia superficie del mismo Puente. Se veían verdaderos océanos de malos juguetes, porcelana, lámparas de latón y velones, la mayoría de formas etruscas y toda clase de indigestos quesos, dulces y otras golosinas. Saltimbanquis con sus violines y ciegos con sus caramillos. Grandes cosmoramas y microscopios. Y justo en lo alto de una casa de la calle principal, una bandera de lona estaba pintarrajeada anunciando una gran función que se daba dentro, al sonido de un organillo. Decían que ese año no había mucha gente, aunque no podía comprender cómo podía caber más gente en Ronda, de la que había.

El día 20 asiste a una corrida en Ronda por invitación de un compañero de viaje de origen irlandés que había alquilado un palco. Para Severn Teackle, la corridas de toros son unas fiestas bárbara y si el toro cuenta con alguna defensa, no así los desdichados caballos. Cada día se lidiaron ocho toros. Estos mataron a catorce caballos el primer día y dieciocho el segundo. Un picador fue sacado de la plaza sin sentido y al segundo día apareció como si nada. En unos de los viajes posteriores, Wallis coincide con un picador y le comenta sobre el tema, éste le responde: "¡Que mueran! ¡No valen nada!"
En la mañana del día 23 de mayo sale de viaje de Ronda con dirección a Málaga.

Murió el 11 de abril de 1894.

Bibliografía:
- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX". Garrido Domínguez, Antonio
   Editorial "La Serranía", Ronda 2007
- Diversas fuentes em internet.

domingo, 24 de abril de 2022

GEORGE COGGESHALL - VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DEL SIGLO XIX

Los contrabandista españoles son individuos arriesgados y, a menudo, provocan temor en las regiones que actúan. En algunos casos son tan numerosos y fuertes que acaban echando un pulso al gobierno.

GEORGE COGGESHALL. RETRATO INCLUIDO EN VOYAGES TO VARIOUS PARTS OF THE WORLD,1851



Fecha del viaje: 1814. Voyages to Various Parts of the World 1799-1844(Viajes a varias partes del mundo). Nueva York, 1851                                                   

George Coggeshall (1784-1850), nació en Conética. En 1800, con 16 años, formo parte de la tripulación de un barco mercante como aprendiz, siendo su primer viaje, desde Nueva York a Cádiz. Su vida transcurrió en el mar, en una época en que las guerras y rupturas diplomáticas con Inglaterra eran frecuentes, lo que condiciono su existencia, en la que se llego a ver de capitán de embarcaciones, con patente de corso, viéndose en numerosas aventuras. De sus continuos viajes, pisó tierras españolas en numerosas ocasiones.

La estancia más prolongada de Coggeshall en Andalucía fue en el año 1814, estancia que fue forzada y precedida de circunstancias que no se pueden considerar anómalas, por la situación de su país que, desde 1812, tenía la guerra declarada a Inglaterra.

Una vez en tierra en la que llega en una barca de contrabandista españoles, en las que se hacen repetidas señales intermitentes con unas linternas con otros que se encuentran en la playa y responden de las misma manera, lo que indica que el camino esta libre. La complicidad entre vigilantes y contrabandistas para que estos pasaran sin ser registrado no escapa a la vista de Coggeshall:

Los contrabandista españoles son individuos arriesgados y, a menudo, provocan temor en las regiones que actúan. En algunos casos son tan numerosos y fuertes que acaban echando un pulso al gobierno. La partida que me trajo de Algeciras, la formaban unos treintas hombres todos con cuchillos, pistolas y espadas. A pesar de tal arsenal, no me cupo duda de que a lo largo del día, se habían puesto de acuerdo con los aduaneros y centinelas que montaban guardia durante aquella noche.

Hay algo en los españoles que, desde el primer momento inspiran confianza; de tal forma, que aunque rodeado de contrabandistas, nunca temí por mi seguridad. Eran las tres de la madrugada cuando entrábamos en la humilde vivienda del jefe de los contrabandistas. La casa solo tenía una habitación de medio tamaño, con una estera colgada que servía de separación para acoger otros miembros de la familia, compuesta por el contrabandista, de nombre Antonio, su esposa y dos niños. El mayor, una  chiquilla de ocho o nueve años y el otro, un muchachito de seis. Antonio podía frisar los treinta y cinco o cuarenta años; y su bonita mujer, los veintiocho o treinta. Enseguida me prepararon una cama de paja que colocaron detrás de la estera que servía de división para los dos dormitorios. Antes de desearme buenas noches, Antonio me dijo que se levantaría temprano para distribuir los géneros de contrabando y que no volvería hasta el día siguiente, a medianoche. Su mujer y su hija me prepararían el desayuno y me comprarían cualquier cosa que yo necesitara. Después nos dijimos adiós y nos acostamos.

En una ocasión contrata a un guía:

Después de salir de la ciudad, tomamos una carretera  tolerablemente llana para, a continuación, acometer un sendero de sinuoso trazado. Yo montaba una mula, mientras mi guía, un tipo alegre, caminaba trabajosamente a pie; algunas veces, a mi lado; otras, unos metros más adelante, y en ocasiones, cuando el terreno lo permitía sentado detrás de mí en el animal. La distancia de Algeciras a Cádiz es de cuarenta millas, que no pretendíamos cubrir de una vez, sino que nuestra intención era la de pasar la noche en Medina. Pronto me di cuenta de la dificultad del camino. Toda la región se presentaba una apariencia salvaje y desolada, mostrando lo poco que había cambiado España en los últimos tiempos. No existían carreteras públicas para una población escasa que vivía en extrema pobreza; las tierras sin cultivar, sin hoteles y pensiones; infestadas de bandidos y ladrones. Incluso en la proximidad de las ciudades se necesita llevar una escolta sino quieres que te desvalijen. Una visión penosa de una pobre España que si una vez fue poderosa, ahora está dividida en fracciones, arruinada por una guerra civil y desposeída de la mayor parte de sus ricas colonias, con un gobierno extremadamente débil. Existen varias causas para este declinar, aunque las más probables son: ignorancia, pereza, superstición, mal gobierno y clericalismo.

A las dos paran una hora en una posada para alimentar en una posada para alimentar a las mulas y descansar un poco. El americano no se sorprende de haber recorrido solo diez millas desde Algeciras, que les queden otras tantas hasta Medina Sidonia. Renuncia a describir el recorrido por lo imposible que le parece la multitud de vueltas que dan, y con unas subidas y bajadas por unos senderos a los que Coggeshall cree que ni ese nombre se merecen. Dice: "¡Qué soberbio país! Dios le concedió la tierra, pero ellos no supieron administrarla".

Sobre una pensión de Algeciras en la que pernocta Coggeshall:

Pedí una habitación y me mostraron una, oscura y sombría como una prisión de diez metros cuadrados, suelo de piedra y una silla, sin camas, sin mesa. Para comer todo lo que conseguí fueron huevos duros y un poco de vino. Afortunadamente, mis amigos de Algeciras me habían proporcionado algunos alimentos y con todo tuvimos una comida aceptable. Como el cansancio había hecho mella en mí, pedí una cama y sobre el suelo de piedra me extendieron una paja, sin almohadas y mantas. Cubriéndome con una capa, me arrojé sobre la cama y pronto me dormí, no despertando hasta que el amanecer lo hizo el guía"


Bibliografía:

- "Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX". Garrido Domínguez, Antonio. 

   Editorial La Serranía, Ronda, 2007

- "Viajeros del XIX cabalgan por la Serranía de Ronda". Garrido Domínguez, Antonio.

   Editorial La Serranía, Ronda, 2006

sábado, 23 de abril de 2022

LOS SIETE NIÑOS DE ÉCIJA

   Migueletes y soldados
que nos persiguen sin tregua,
estarán hoy acampados
a lo menos una legua.
Según nos dice un espía,
argunos más cercan están
formando una compañía
con su bravo capitán.
Si despresiando la via
se asoma argún miguelete
le darán la bienvenida
las bocachas de los Siete.


"La visita nocturna". Cuadro de Rafael Tejeo (1798-1856)
Fuente: "El Bandolerismo Andaluz"


 Montaraz y enigmática  es Sierra Morena, fue, a lo que se parece, su refugio. La han llamado así por la oscura entonación que le dan los mármoles de que está compuesta. Tal nombre le viene desde los tiempos del romance. Anteriormente Montes Marianos por los romanos. De agradables valles y claros arroyos, llena de matorral y monta abrupto, siempre ofreció, en sus profundas soledades, fácil campo de operaciones para el bandidaje. Desde tiempos remotos hasta bien entrado el pasado siglo, hombres intrépidos, cautelosos y diligentes, organizados en cuadrillas, fueron dueños absolutos de aquel escarpado territorio. Pocos son los viajeros que se adentraban por tan expuestos caminos y salir sin sobresaltos.

El transcurrir de los años eran tan frecuente los robos, los asaltos y ensañamientos que se hizo preciso tomar medidas urgentes para la defensa, seguridad y alojamiento de los viajeros. Pues los ya existente eran insuficiente.

Carlos III, el 10 de junio de 1761 dictó una ley en la que decretaba la construcción de la carretera general de Andalucía y el asentamiento de poblados en los lugares más inhóspitos. Pretendía seguir el ejemplo de doña Juana y Carlos I el poblar el camino de Jaén a Granada por las sierras penibéticas y emular la instalación de refugios, como la Venta de los Palacios, existente con anterioridad a los Reyes Católicos. Dicha venta aparece en todos los itinerarios del siglo XVI. Estaba situada en lo que hoy es término municipal de Santa Elena, provincia de Jaén, entre los puertos del Rey  y del Muradal. De espesos muros, puertas herradas y la lealtad de los servidores ofrecían total seguridad.

Tan notable empresa, de cuyo desarrollo se confió al Asistente de Sevilla e Intendente de los Cuatro Reinos de Andalucía, don Pablo de Olavide, pero solo pudo verse logrado una parte. Son muchas las dificultades por las vicisitudes de aquellos tiempos por los infortunios casi incesante desde el fallecimiento de Carlos III. Fruto de ello fue que el bandolerismo siguiese vigente en Sierra Morena. Mucho antes de que pudiera hablarse de "los Sietes Niños de Écija", otros bandidos ya habían conseguido la fama, aunque no llegaron a perdurar tanto, pero en su tiempo, el pueblo los honra con romances con la misma admiración que si se tratase de heroicos guerreros, destacando entre ellos "el Rubio de Espera" y Bartolo Gutiérrez de la Rambla. Este último era singular. Hacia tales alardes de valor y audacia que un día de 1780 tuvo la osadía de asaltar y robar al duque de Chartres, príncipe de la familia real de Francia, en una ocasión que éste viajaba por Andalucía. La noticia del tan escandaloso hecho llegó a la Corte española, dónde el rey de España tomó castas en el asunto ordenando la persecución del bandido cuanta tropa se estimase necesaria hasta conseguir su captura y la destrucción de su partida y la de todas las que por allí acechaban. Así se hizo, pero los jefes militares subestimaron los muchos recursos que la sierra le daba a los bandoleros. Bartolo Gutiérrez de la Rambla supo eludir la persecución por la que era sometido, sin dejar de hacer tropelía. La exasperante lucha entre el bandolero y las tropas duró la friolera de veinticuatros años, un hecho insólito. Un hecho que se refleja en la obra "La Guardia Civil"  de José Sidro y Antonio de Quevedo. Fue un día del año 1804, que por azar de la vida, que hasta el entonces invencible bandolero, un guarda observo que entre una maleza algo se movía y disparo causando la muerte a Bartolo Gutiérrez. Quien había sabido luchar como un león vino así a morir como un conejo.

A esté le siguieron otros bandidos en Sierra Morena, pero de menos importancia y nombre. Al igual que sus antecesores, llevaban una existencia  trágica y oscura a solas en aquella silenciosa inmensidad sin más contacto que el ocasional de los pastores, carboneros o cazadores. "Desterrados voluntarios de la vida social; robinsones culpables entregados a si albedrío", Constancio Bernaldo de Quirós y Luis Ardila. También se les denomino jocosamente "los ermitaños de Sierra Morena". Así también vivieron "los Siete Niños de Écija", aunque su mayor actividad les llevara, a veces, a tierras de Córdoba y Sevilla.

Dando de lado a los abundantes novelones y pliegos de cordel, de mucha carencia histórica, atestado de imaginación y dónde se distorsiona la realidad, dónde muy poca información se puede encontrar. Una cosa es cierta: no todos eran naturales de Écija, pudiéndose identificar como nacidos en Écija a Diego García alias "el Hornero", Antonio de la Fuente alias "El Minos", Juan Gómez y José Escalera, según los cuadernos manuscrito de R. G. de la B. hallado en la casa del abogado sevillano don Joaquín de Palacios Cárdenas. En cuanto al apelativo cariñoso de "niño" ¿hay que explicarlo cuando de Andalucía se trata?. Naturalmente eran gente hecha y derecha, de pelo en pecho y con muchas agallas. Hay quien puede asegurar que sus comienzos fue en 1808, al surgir los primeros destellos de repulsa contra la invasión francesa. Cierto puede ser, ya que la mayoría de los hombres tomaron las armas. Incluso los bandidos, ya que cuando empezaron hablar de ellos fue en 1812.

Dicha partida comprendió entre los años 1812 al 1818. En el libro de Manuel Pérez Regordán "El Bandolerismo Andaluz" (noviembre 2019), hace referencia a que la partida tuvo diferentes nombres en los años que estuvieron en activo: Los ladrones de Écija (1812-1813), Cuadrilla de Padilla (1814-1815), Los Niños de Écija (1815-1816), Los Sietes Niños de Écija (1817-1818). 

El primer jefe que tuvo la partida es Pablo Aroca alias "Ojitos", natural de Écija y el que dio el nombre a la partida que todos empezaron a conocer como "los Sietes Niños de Écija" ("Bandidos Célebres Españoles", Florentino Hernández Girbal, 1968). No se sabe el porque el número cabalista de siete. Pero sus primeros años de desafuero se mantenían la partida con sietes miembros, teniendo una lista de candidatos amplia. Tan pronto tenían una baja, por riguroso orden era ocupada por el más cualificado de los candidatos. La muerte de uno venía a ser la vida de otros. Aunque a veces llegaban a ser más de siete. Se habló de que los aspirantes pasaban del centenar, siendo reclutados por agentes de la partida en las poblaciones de Córdoba, Écija, Osuna y Carmona. Al ser siempre siete cabalgando ante los ojos asustados y admirativos del pueblo, como invencibles. En una escaramuza en las inmediaciones de El Carpio, fueron cuatro de la partida los que cayeron muertos, días más tarde, entre Lebrija y Jerez volvieron a ver a la partida con siete miembros sin dejar de hacer sus crímenes y atrocidades.

Su guarida, Sierra Morena y su zona de actuación de Osuna a Lora, y de Écija a Carmona. Son hábiles, rápidos y astutos, se mueven sin cesar, sembrando el terror en las personas con unos ataques audaces. 

Su fama comienza con el audaz desvalijamiento  de un convoy a su paso por el término de La Carlota, escoltado por un grupo de migueletes dónde algunos perdieron la vida. Desde entonces los asaltos a las diligencias y robos en las ventas son constantes. Empleaban dureza a los viajeros en cada asalto, llevándolo al extremo en varias ocasiones, por supuesto, no son los menos procedimientos de que se valen para eludir las búsquedas de los que los persiguen. Carecen de toda piedad cuando apalean a pastores, campesinos y leñadores, amenazándolos de muerte en el caso de chivatazos sobre su paradero. Tal era el miedo que les tenían, que cuando algún miembro de la partida se extraviaban, les era agotador dar con el paradero de sus compañeros, ninguna información recibían aquellas personas que les preguntaban. Tenían confidentes en pueblos y ciudades, algunos por miedo y los más por dinero, les tenían al corriente de cuanto les interesaban.

Reciben un chivatazo de que a Cádiz llega una galera un cargamento de tabaco y valiosos regalos procedentes de América para el rey Fernando VII, con dirección a Madrid. También les hacen saber que hacen parada en Carmona, los esperan a media tarde en las inmediaciones de Mairena. Con el factor sorpresa y la rapidez del ataque, no sólo consiguen apoderarse de cuanto trasportan, zurran, desarman y ponen en fuga a la escolta. El escándalo que este hecho produce en la Corte, situando de forma violenta a las autoridades de la región. Llevándolo a un desesperado esfuerzo, reuniendo a cuantas fuerzas les es posible y emprender la persecución de los bandidos. Los resultados fueron escasos. Algunos historiadores aseguran que llegaron a reunir en una ocasión para el seguimiento de "los Siete Niños de Écija" hasta 4.000 hombres. En aquella época, la infantería y sobre todo la caballería, se mermaban mucho. Los cuarteles tenían una capacidad hasta ciento cincuenta caballos. Era tal diseminación de fuerzas, impuesta por tan extenso territorio que debían cubrir, el soldado descuidaba la instrucción perdiendo los hábitos militares; los caballos se inutilizaban; el vestuario se quebraba y la disciplina de la tropa se relajaba. Esto explicaba sus continuos fracasos ante hombres de gran movilidad, grandes conocedores del terreno. Y lo que era aún peor, el enorme sacrificio que siempre supone una movilización de esta índole si no podía estimarse totalmente estéril, producía escasos resultados.

Según la información aportada por el conde de Colombi ("bandidos Célebres Españoles" F. Hernández Girbal, 1968), las fechas comprendidas entre el mes de diciembre de 1812 y el año 1815, fueron capturados los siguientes bandidos, que muchos señalan que son miembros de la partida:

- Francisco Benavente, Antonio Gregorio López y José Lorenzo García, naturales de La Campana (Sevilla)

- José de los Reyes, Fuente Palmera (Córdoba)

- Juan Antonio Martínez, de La Luisiana (Sevilla)

- Juan Pérez, de Osuna (Sevilla)

- Andrés de la Torre, de Lucena (Córdoba)

- Miguel Rodríguez, de los Corrales (Sevilla)

- Antonio Muñoz, de  Vélez-Málaga (Málaga)

- Antonio reina, de la Puebla de los Infantes (Sevilla)

Todos los cuales terminaron en el patíbulo. Poco tiempo después también fue capturado y sufrió la última pena Sebastián Martín alias "el Hornerillo", natural de Écija, que al parecer fue capitán de la partida por algún tiempo.

A pesar de todas las medidas empleadas, "los Sietes Niños de Écija" continuaban con su desafuero en parte de las provincias de Córdoba y Sevilla. El primer jefe de la partida, el ya mencionado Pablo Aroca alias "el Ojitos", según contaban, pertenecía a una buena familia de Écija y de sus muchas cualidades, el valor y la generosidad  estaban entre ellas. De agradable facciones y gallardo porte, unido a su leyenda de hombre indómito y temerario, le daba influencia entre las mocitas cortijeras. Su segundo al mando se le conocía con el alias "Cara de Hereje", por la expresión salvaje y siniestra de su semblante. De los restantes miembros de la cuadrilla se unió un fraile apóstata: fray Antonio de Cegama alias "el Fraile", del que también se cuenta que nada tenía que envidiar a sus compañeros a lo que ensañamiento se refiere.

De los miembros de esta partida, uno de los más conocidos es José Ulloa alias "Tragabuches", que por su afición al toreo desde temprana edad le llevó  a recibir valiosas enseñanzas del gran Pedro Romero en Ronda. De poder convertirse en un espada muy famoso, se convirtió en un bandolero muy famoso. Sobre el "Tragabuches" escribiré en otra entrada.

El 15 de noviembre de 1816, el Marqués de Guadalcanal, don Fernando de Rivas, se dirige en carruaje desde Écija a Sevilla por el camino de Alcalá de Guadaira. Un viaje que hace con su hija Luisa, a la que va a desposar en Sevilla con el conde de Robledo. Aunque la bella joven se había negado respetuosamente a ser inmolada en el altar de unas nupcias que la repugnan; su padre, haciendo valer su autoridad, lo justifica por razones de nobleza. Esto hace que el viaje se deslice silencioso.

En aquellos días los caminos carecían de toda seguridad. "Los Siete Niños de Écija" podían dejarse ver en cualquier lugar. Razón por la que cuando alguien quería trasladarse a otro lugar, esperaba la ocasión para incorporarse con otros viajeros que llevaran la misma dirección, para aumentar el número de viajeros y poder hacer frente con mejor garantía que en el trayecto pudieran surgir. Aunque el marqués estaba bien entrado a los sesenta años, según se dice tenía sesenta y cinco años, se conservaba  fuerte y vigoroso, el hecho de viajar con su hija y llevar valiosas ropas, ajuar de joyas y alhajas con que dorar su matrimonio, la ha llevado a extremar sus precauciones ante de emprender tan arriesgado viaje. La confianza depositada en sus criados no le parecían suficientes, criados que hacían los oficios de guía y postillón, que ordeno a uno de sus lacayos que contrataran a un grupo de hombres decididos y valientes ecijanos, y así poder viajar con mayor tranquilidad.

Al llegar a Carmona se detiene el carruaje para cambiar de tiro, rato que aprovechan el marqués y su hija para descansar y tomar algún alimento. Mientras tanto, la escolta, que son los propios "Niños de Écija" aprovechan y desvalijan el equipaje. Consumado el robo, huyen al galope, pero no fueron lo suficientemente rápidos, pues fueron vistos por una sección de migueletes que en ese preciso momento se aproximan a la venta. Corren en su persecución y entablan una corta refriega, y al fin le ponen en fuga. Durante la refriega, el capitán don Juan de Velázquez, que manda la fuerza, es herido de consideración. Acogido en la venta, el marqués pide de inmediato a un médico y ordena que se le atienda. Truncado el viaje, permanecen en la venta unos días. Durante ese tiempo, Luisa cuida del herido. Cuando el capitán se encuentra en condiciones para ser trasladado, los tres regresan a Écija. El capitán se instala en casa del marqués, donde Luisa convertida en su enfermera, no lo deja en ningún momento de atenderlo. Su herida se fue curando al mismo tiempo que se le fue abriendo otra en el corazón. Luisa lo había conquistado por completo, recibiendo muestras de afecto a lo que Luisa para nada las esquiva, jura que jamás se casara con el que si padre le destina. El marqués de Guadalcanal advierte pronto lo que sucede entre su hija y el capitán y se opone. Para impedir dicho romance, por cuantos medios puede, que su hija siga viendo al capitán. A lo que los amantes saben vencer dichos obstáculos. Luisa acude a doña Engracia de Avendaño, condesa de Riotinto, mujer de cuantiosa fortuna cuya única misión es la de ayudar a los amores de quienes a ella se le confían, convirtiéndose en decidida protectora de su romance. Así fue durante un tiempo, hasta que en uno de sus encuentros fue interrumpido por el padre de Luisa, el marqués de Guadalcanal. Le acompañaba su futuro yerno, el conde de Robledo, recién llegado de Sevilla. El capitán los vio llegar, se oculta para no comprometer a la dama.

Doña Engracia, al verse censurada por dar amparo a los jóvenes, le dice al marqués que quien únicamente las merece es él, por convenir un matrimonio que no es del agrado de su hija. A lo que el conde le responde, según ha podido saber, don Juan de Velázquez no es digno de unir su nombre al ilustre de Luisa, pues de su nacimiento carece de títulos legítimos. Al oír esto, aparece el capitán ante ellos, he indignado hace un doble juramento: arrancar allí mismo la vida del conde por la deshonra y averiguar quién es en verdad su padre. El primero no tarda en cumplirlo. A pesar de la negativa del conde a batirse con el que considera un bastardo, le incita colérico a que tome el arma, y no sin darle lugar a defenderse, lo tiende sin vida de un golpe certero.

Aunque dicha muerte fuera por causada en una lucha noble y leal, en manera alguna la exime de las diligencias de un juez. Don Juan de Velázquez no es hombre que haya de resignarse a las desazones y molestias que la justicia impone. Decidido, huye de casa y abandona su puesto, tomando rumbo a Sierra Morena para unirse al "los Sietes Niños de Écija". Según el novelista Fernández y González, sucede en la primavera de 1817.

Los bandidos con alegría reciben su deserción. Manifiesta su deseo en incorporarse a la cuadrilla, a lo que su capitán, Pablo Aroca opone la preferencia de otros solicitantes que ya esperaban incorporarse por el riguroso turno que hasta entonces llevaba. Sin embargo, una influencia decisiva sobre Pablo Aroca hace que en esta ocasión sea la excepción que rompa la regla, al producirse la primera baja, es don Juan de Velázquez pasa a ser uno de los siete. En presencia del resto de los compañeros presta juramento en la ermita de Nuestra Señora de Araceli. Desde entonces todos le conocen con el apodo de "el Diablo".

La persona que influyo en la entrada del capitán Velázquez en la partida rompiendo las acostumbradas normas, es la madre de Pablo Aroca, una gitana conocida por todos por "Clavellina". Fernández y González no acepta la versión de que venía de una buena familia de Écija. Pero, en cambio, nos cuenta, que la madre de Pablo sabía muy bien quien era don Juan de Velázquez, por eso lo apoyó.

Picado por la curiosidad Pablo Aroca, le pregunta a "Clavellina" por dicho motivo, según cuenta el novelista Fernández y González con cierta fantasía, que hace muchos años, cuando vivía en el cortijo de "los Aparecidos", entre los municipios cordobeses Fuente la Lancha y Fuente Ovejuna, tuvo un gran amor que dio su fruto. El afortunado galán de nombre don Gabriel de Aranda. Cegada ella por el gran cariño que le tenía no alcanzó a ver la falsía de su amante, y un mal día él se hizo con todos los ahorros y alhajas que poseía "Clavellina", huyendo éste a Cuba. Nunca más volvió a saber de él. A verse sola con su recién nacido en total desamparo, decidió dejarlo en manos de algún hombre que pudiera hacer de él un hombre de provecho. Se fijó en la persona de don Juan de Velázquez, un poderoso cabalero sevillano del que se dice que su fortuna dispuestas a remediar desdichas ajenas. Una mañana, sus criados se encontraron al niño de muy temprana edad durmiendo  en la puerta de la casa. Llevaron al infante en presencia del señor Velázquez, enternecido por la criatura, además de acogerlo, que le dio su propio nombre. Tuvo una infancia rodeada de comodidades y el niño creció recibiendo una esmerada educación. Siendo un mozo, se sintió atraído por la milicia. La gitana "Clavellina", nunca perdió de vista a su hijo de su primer amor. Siguiendo paso a paso su vida. Recibió la noticia de que se convirtió en heredero de don Juan de Velázquez tras el fusilamiento de éste por los franceses, pero no tanto que hecho capitán de los migueletes se dedicó a perseguir al jefe de "los Sietes Niños de Écija", a Pablo Aroca, sin saber que éste era su hermanastro.

Una vez terminada la revelación, ambos acuerdan en mantener lo dicho en secreto y no contarle nada a don Juan Velázquez, hoy uno de los sietes miembros de la partida.

Aun con los constantes riesgos de su nueva vida, el antiguo militar no olvida a Luisa, hija del marqués de Guadalcanal. Se obsesiona del tal modo su recuerdo, con tal pasión la ama, que decide raptarla. Expone su deseo a sus compañeros, todos, incluido Pablo Aroca, se comprometen en ayudarle.

Una noche de luna llena y de negros nubarrones, se encontraban seis de "los niños de Écija" en la Posada de la Herradura a las afueras de Sevilla, en dicha posada dejan sus caballos. Atraviesan el puente de barcas y entran repartidos por las puertas de Jerez y del Arenal. Es la hora de queda. La luna se oculta tras las negras nubes que amenazan tormenta. Los faroles del alumbrado, consumido el combustible, dejan de hacer su cometido dando paso a la oscuridad facilitando los movimientos de los bandidos para no ser vistos. Sigilosamente saltan la reja y penetran en el jardín. Acto seguido irrumpen en el palacio. Hieren a los criados, y dejan atado al marqués y, tras desvalijar la casa, huyen con Luisa. En la plaza del Salvador esperan don Juan de Velázquez y "Clavellina" para recibirlos y huyen por el Postigo del Carbón, que se les abre al mágico conjuro de unas onzas de oro. Dejan  as u izquierda la Torre del Oro, llegan al puente de barcas y, pasado éste, se internan en Triana.

Con esta serie de peripecias de veloces peripecias, con bastante sabor al romanticismo, en las que las vidas de los personajes se desarrollan laberínticamente, explica el novelista Fernández y Gonzáles la incorporación a la partida del capitán Velázquez. Que fuese un hecho real o no, tal vez. Difícil demostrarlo, como un error tomarlo a la ligera.

En la novela no acaba hay la historia, continua con un sobrecogedor episodio, lleno de una desproporcionada secuela, muy del gusto de la época, con digno final de un drama romántico.

Los sentimientos entre Luisa y don Juan son correspondido, y ella no tarda en aceptar la vida de aventuras que la partida le impone. Monta a caballo con la misma maestría que un hombre, empuña el trabuco con soltura en compañía de su amante. Un día Pablo Aroca recibe la confidencia de que a Fuenteovejuna ha llegado un indiano portador de cuantiosos caudales, a lo que prepara una emboscada para desvalijarle. Pero el azar hace que Luisa y don Juan se anticipen. El indiano va a lomo de su corcel desde Fuente de la Lancha al cortijo de los Aparecidos, por capricho del destino el indiano resulta ser don Gabriel Aranda, que regresa de Cuba donde logró hacer fortuna. Nadie salvo él, va con su conciencia el arrepentimiento en busca de "Clavellina", deseoso de conseguir su perdón. Esperanza que se ve frustrada súbitamente en una de las revueltas del camino. Luisa y don Juan, que han venido acechándolo, caen sobre él. Mientras ella lo mantiene a raya a la obediencia de su trabuco, su amante se dispone a coger con el botín. Pero el indiano se resiste y tras una breve lucha, don Gabriel Aranda cae al suelo sin vida. En esta ocasión la voz de la sangre no ha respondido al imperativo categórico familiar. Enterado de la noticia "Clavellina" y Pablo Aroca enterándose de los hechos por quienes les informan de que la persona robada y asesinada a manos de sus asaltantes es don Gabriel Aranda, callan aterrorizados. Sólo ellos saben de que don Juan de Velázquez ha asesinado a su propio padre.

Historia que no tiene desperdicio. Los recursos del novelista Manuel Fernández y González eran inagotables y contaba con una fantasía privilegiada. Independientemente de las exageraciones que pueda tener, cuando él habla en su novela sobre Pablo Aroca y de los componentes de la partida con sus nombres exactos. Esto quiere decir que recibió información veraz.

Pablo Aroca capitaneó la partida de "los Sietes Niños de Écija" hasta el año de 1817. Lo prueba así el edicto hecho público con fecho de 1 de julio del mismo año por la Sala de Alcaldes del Crimen y de Casa y Corte de la Real Chancillería de Sevilla ordenando su persecución. En dicho documento, redactado conforme a modelo, en los mismos términos que el de Diego Corrientes, ya que estaba en vigor las mismas leyes legisladas, se da el nombre de los sietes bandidos que en aquel momento componían la temible partida. Siendo: Pablo Aroca alias "el ojitos"; Diego Meléndez; Juan Antonio Gutiérrez alias "el Cojo"; Francisco Navajo alias "el Becerra"; José Martínez alias "el portugués", y el fraile apóstata Antonio de Cegama alias "el Fraile". Faltan en esta relación bandoleros tan conocidos como José Ulloa alias "Tragabuches"; Pedro la Fuente alias "Calandria"; Luis Ramos alias "Engrudo"; Elías Pérez alias "Moscardón"; Lucas Ramos alias "el Ciervo" y Francisco Díaz alias "Colambre", los cuales está probado que entonces pertenecían a la partida. Ello induce a creer que por aquellas fechas, cuando llevaban más de tres años de asaltos, "los Siete Niños de Écija" ya no mantenían con disciplina este número.

De Pablo Aroca se narra una curiosa anécdota que, con algunas variantes, se ve repetida en Jaime alias "el Barbudo" y en José María alias "el Tempranillo". Se sitúa en los días en que mayor era la fama de los siete bandoleros, en el año 1817. Situación que se debe al ingenioso hidalgo de Medina Sidonia don Mariano Pardo de Figueroa, que a principios del siglo XX popularizo el seudónimo de "Doctor Thebussem", anagrama de "embustes", graciosamente germanizado con la adición de una h.

También se cuenta, que el capitán, Pablo Aroca, se entera de que in viejo molinero, encubridor de bandoleros, se encuentra en un gran apuro. Por deudas van a embargarle y decide ayudarle. Hace que uno de sus hombres se presente en casa de un rico hacendado de Osuna con la siguiente carta:

Querido padrino: Para un negocio en que me va mucho necesito que su merced entregue al dador cien onzas de oro, en la seguridad de que le serán restituidas antes de que se ponga el sol de la mañana.

Al hacendado no le queda otra que acceder. Sabe muy bien a lo que se expone sus cortijos y sus ganados si se niega. Saca dicha cantidad y la pone en manos del bandido. Cumplido el encargo, éste sale al galope dirección al molino y entrega el oro al molinero, el cual lo recibe con muestra de gratitud. A la mañana siguiente se presenta el juez acompañado de un escribano y del alguacil para cumplir con la ley ordenada. Pero su señoría se ve obligado a detener el procedimiento. Moneda sobre moneda, la deuda fue satisfecha aunque a regañadientes. El molinero pide y obtiene de ella finiquito total.

Satisfecha la deuda, la justicia emprende el viaje de regreso. De improviso, en una encrucijada, "los Sietes Niños de Écija" les salen al encuentro. Se apoderan del dinero, propinan una paliza a los representantes de la ley y, dejándolos humillados, huyen. Seguidamente, Pablo Aroca envía al mismo mensajero a casa del propietario de Osuna. Y al poco tiempo, éste tiene en su poder las cien onzas de oro, "antes de que se ponga el sol", como le había prometido.

El bandido ha prestado así un servicio a un amigo a expensas de otro y se ha dado el gusto de apalear a la justicia, ganando a la vez la estimación del molinero y del "padrino". Una combinación muy provechosa para Pablo Aroca. 

Llegada la noticia a las autoridades de este nuevo hecho de la partida, hace público un edicto pregonando a "los Siete Niños de Écija", comienza a formarse partidas de escopeteros en Lora, Carmona, Écija, Osuna y otros lugares, las cuales dan constantes batidas. Urge a las autoridades acabar cuanto antes con la creciente amenaza del bandolerismo. El acoso es tan vehemente que los bandidos se ven obligados a interrumpir sus fechorías por un tiempo. Durante unos meses sólo piensan en huir. Los perseguidores muestran cada vez más empeño en acabar con ellos.

La codicia de un comerciante de la localidad cordobesa de Aguilar de la Frontera, de nombre Pedro García. Le llega la noticia entrado el mes de julio de 1817 los bandidos han de reunirse en una venta próxima a la localidad sevillana de La Luisiana, denuncia el hecho a las autoridades. Tropas reales unidas a fuerzas de escopeteros, al mando del coronel don Juan de Vergara, llegan al lugar indicado y les sorprenden. Entre ambos bandos se entabla una sangrienta lucha en la que pierden la vida tres migueletes he hiriendo al jefe y otros cuatro migueletes más. Y en la partida de "los Siete Niños de Écija" son capturados cuatro.

Son: Pablo Aroca alias "el Ojitos", de Écija, aunque otras fuentes dicen que es de Carmona; Francisco Navajo alias "el Becerra", de Lora del Río; José Martínez alias "el Portugués", de Marchena y Antonio de Cegama alias "el Fraile", de Osuna.

Conducidos a Sevilla par ser procesados, díctese sentencia contra todos ellos "por pertenecer a la cuadrilla llamada de los Siete Niños de Écija, salteadores de caminos, incendiarios, asesinos, forzadores de vírgenes y mujeres honradas y otros delitos", según palabras textuales.

Según la historia fue el lunes 18 de agosto de 1817 cuando sufren pena de muerte en la horca Pablo Aroca, Antonio Fernández y Luis López. Posteriormente fueron descuartizados y repartidos por los caminos de la entrada a la ciudad como ejemplaridad. Aunque se cuanta una leyenda que Pablo Aroca no murió en la horca, sino en terrible duelo con uno de sus compañeros "el Tirria" -otros dicen que fue con "el Zurdo"-, por la disputa de su autoridad, el reparto de un sustancioso botín fue el motivo. Solo con la protección de una manta liada en el brazo y con la faca en mano pusieron su valor a prueba en las limitaciones de un círculo marcado por sus compañeros para la lucha, desde donde todos los bandidos presenciaron fríamente cómo su jefe y el que le disputaba la capitanía de la partida se cosían a puñaladas. En la que decían que no hubo ni vencedor ni vencido, cayendo los dos exhaustos en un pavoroso charco de sangre para no levantarse más.

Nueve días más tarde caen presos Juan Gómez y Diego García alias "el Hornero", ambos naturales de Écija y juntos a ellos Antonio Cariñena, natural de La Carlota. Los tres sufren pena de muerte el 27 de agosto en Écija, siendo descuartizados los dos primeros. A mediado del mes de septiembre es apresado Juan Escalera, también natural de Écija. El cual es interrogado por sus compañeros, cuando hace referencia  por "el Tragabuches" cuneta de él tremendas crueldades. Es igualmente condenado a morir en su ciudad natal;  pero en consideración a sus parientes y a la súplica de él mismo eleva a la Sala del Crimen, se le ajusticia en Sevilla el 15 de septiembre. De nuevo se levanta el patíbulo en la misma Sevilla el día 27 del mismo mes. Esta vez se rinden a él su vida dos de los más conocidos hombres de "los Siete Niños de Écija": José Alonso alias "el Rojo", que muere en la horca, y Antonio de Cegama alias "el Fraile", recibiendo garrote vil. El cadáver de este último, en consideración a una petición del arzobispado, no sufre la pena infamante del descuartizamiento.

En el acta del proceso figura que se hace la entrega de 11.000 reales de vellón a don Pedro García, el denunciante, como premio. Lo recibió por él su apoderado don Rafael García.

El comienzo del fin de "los Siete Niños de Écija" acaba de comenzar. Las incontables personas que les ayudaban y protegían van siendo encarceladas. El anhelo de salvar la vida a costa de entregarse, tan sólo con la prisión, como el edicto promete, hace que algunos de los miembros de la partida se presenten a las autoridades. Entre ellos, según referencias ciertas, se cuanta Lucas Ramos alias "el Ciervo", natural del municipio jienense de Santa Elena. Al final fue indultado por Fernando VII y precisamente vino a terminar sus días en la Venta de los Palacios, el edificio que los antiguos reyes de Castilla ordenaron levantar para proteger a los viajeros del bandolerismo. Y a éste, sin duda, siguieron otros, como muchos de sus espías y encubridores.

Corren los primeros días del mes de enero de 1818 cuando resurgen "los Siete Niños de Écija". A lomos de siete caballos, los siete hombres, con sus siete trabucos, causando una vez más el terror en los caminos. Cuenta con un nuevo capitán, de nombre Diego Padilla, aunque todos los conocen por el apodo de "Juan Palomo". El novelista Fernández y González lo describe con tez blanca, rubio, de buena figura, ágil y fuerte. De ojos azules y de rostro sereno, que no expresa ferocidad alguna, grandes patillas de boca de "jacha".De extraordinaria habilidad con la navaja y un tirador certero. Además del atuendo que todos los bandidos usan, compuesto de catite, chupa, calzón corto y capa torera o de lamparilla, y si lo que desea es aparecer como caballero, sebe vestir con soltura levita francesa de cuello alto, pantalón largo y chaleco cruzado con gruesa cadena de oro.

Por la descripción debe ser un hombre más cultivado que su antecesor por cuanto el novelista lo describe. En su trabajo de "El cocinero de su majestad", lo presenta como el protagonista de fantástico episodio, en el que actúa desinteresadamente, por simple espíritu de justicia, precisamente él que vivía frente a la ley. Para entender la melodramática historia hay que retroceder, en un breve vistazo al año 1808.

Cuenta que, huyendo de la invasión francesa, llegan un cierto día a su cortijo de Casaquemada los marqueses de Lora de la Vega. Les acompaña su hija, una joven de gran belleza, y un hijo de más corta edad. Pasado unos días, huido de Bailén, en cuya batalla ha tomado parte, se presenta herido un oficial francés de nombre Alfredo de Sacy implorando hospitalidad. Es admitido y, luego de sanar las heridas, marcha para incorporarse a su regimiento. Posteriormente, el 31 de agosto de ese mismo año, los franceses se hacen con la victoria en Rioseco, vuelven sobre Andalucía. Un regimiento de dragones al mando de Alfredo de Sacy, asalta entonces el cortijo donde recibiera asistencia. Aprovechándose de los azares de la guerra, trata de lograr por la fuerza lo que entonces no le fue concedido de grado. En un altercado, da muerte al marqués, consigue por la violencia a su hija y huye.

Volvemos a comienzos de 1818, cuando la partida de "los Siete Niños de Écija" bajo el mando de "Juan Palomo", retoman una nueva serie de asaltos y robos. La marquesa de Lora de la Vega solo ha vivido desde entonces nada más que para sus hijos. Pero se siente amenazada constantemente por la presencia del poderoso barón de Arce que desea alcanzar por cualquier medio la mano de su hija y su fortuna. Conocedor de la antigua historia, de la que pretende utilizar para su propósito, al fin de obligar más a la madre, hacer secuestrar al hijo. La duquesa consternada, sólo sueña con rescatarle a cualquier precio. Agotados todos los medios, ve como última opción, en "los Siete Niños de Écija. Lo que no puede conseguir dentro de los limites de la ley, se saldrá de ella.

Comienza a recabar información de dónde los puede encontrar, hasta que le indican que posiblemente en el cortijo de "los Aparecidos", en ocasiones lo frecuentan. Un día monta su caballo y sola se dirige al cortijo. Consigue dar con uno de los hombres de la partida, y obedeciendo a sus urgentes requerimientos, la conduce en presencia de "Juan Palomo". Explica a éste su situación, y a cambio de su ayuda por la liberación de su hijo y del castigo al barón le promete compensarle su fortuna. El bandido, una vez escuchado en silencio el relato, conviene en ayudarla. Pero lo hará de forma desinteresada. En seguida traza un plan. La marquesa permanecerá en el cortijo hasta el día siguiente y en completa seguridad. Mientras tanto, le hace ver el provecho de escribir una carta al barón de Arce fingiendo que se halla secuestrada. Él deberá traer una importante cantidad en metálico para poder ser liberada, tras la cual, ella accederá a sus deseos. Lleva la carta uno de los miembros de la partida al barón, y este una ves leída, cae en la trampa. Al día siguiente acude a la casa de la marquesa y comprueba que, en efecto, ella no se encuentra, ateniéndose a lo escrito, toma la suma pedida y acude al lugar convenido siendo el camino de Fuente la Lancha. Una vez llegado al lugar es sorprendido por "los Siete Niños de Écija". Le obligan a que confiese donde tiene retenido al niño y le sustraen el dinero que traía para el rescate. Horas después la marquesa de Lora de la Vega regresa a su morada escoltada por algunos de los bandidos. Allí la espera su hijo. Mientras tanto, el resto de la partida, llevan al barón a una cueva llamada "Nudo de Águila", que en plena sierra les sirve de guarida, lugar donde lo ejecutan.

Durante sus correrías por los caminos, había un lugar en el que "Juan Palomo" frecuentaba un lugar llamado los Quejigales. En el libro de F. Hernández Girbal dice que es un pueblo, y en el de Manuel Pérez Regordán no hace referencia alguna si es algún municipio. En mi modesta búsqueda aparece con ese nombre el Área Recreativa Los Quejigales en el P. N. Sierra de las Nieves. Hay un municipio con el nombre de Quejigal en la provincia de Salamanca y la Aldea de El Quejigal, una localidad del municipio de Molinicos  (Albacete). El motivo de dichas visitas es porque allí vive una moza de muy buen ver, de nombre María Francisca, hija de un gitano llamado Pedro Caracol alias "el Greñuo", se ganaba la vida como tratante de cerda. La hermosa joven ha oído hablar mucho del bandolero, cuando lo ve de cerca, su bizarría, su generosidad el atractivo de su labia son motivos suficientes para conquistarla. Desde entonces se ven con frecuencia. Hasta que llego un día que, impulsada por el amor, lo desafía todo. En uno de los viajes que hace el padre por negocios, María Francisca sale cautelosa de casa para entrevistarse con el bandido en plena sierra. La naturaleza les brinda generosa el más amplio de los palacio donde hospedar su amor. Durante una larga temporada viven así felices.

Un gélido día de invierno la joven, aprovecho la ausencia de su padre, y como de costumbre corre en busaca de su amante. A mediado de camino se ve sorprendida por una manada de lobos, incitados por la falta de comida, bajan en busca de comida para saciar su apetito. Aterrorizada al ver como la manada se disponen a atacarla. Mal lo hubiera pasado sino fuera por la providencial presencia de su amante, Diego Padilla  alias "Juan Palomo", que con destreza cogió su trabuco dando muerte a dos lobos y pone al resto en fuga. Al verse salvada oportunamente del tan terrorífica situación, María Francisca se desmaya. Inmóvil, "Juan Palomo" la pone ante él en la silla y, sujetándola amoroso por la cintura, recostada con la cabeza en su hombro, la lleva al cortijo de "los Aparecidos".

Cuando el padre de ella, "el Greñudo" regresa a su casa le resulta insólito que su hija no se encuentre en casa. Ninguno de los vecinos sabe del paradero de su hija María Francisca. Lleno de preocupación, sale en busca de alguna pista. Se encuentra con unos pastores que tampoco saben decirle sobre su paradero, pero le recomiendan que no se aleje mucho de Quejigales porque se sabe de la presencia de lobos en las proximidades de las majadas. Haciendo caso omiso al consejo de los pastores, Pedro Caracol alias "el Greñudo" sigue en busca de su hija, con el temor de que halla sido pasto de los lobos. Al cabo de unas horas, un vecino que viene de regreso del campo le dice que ha visto ha su hija Francisca sana y salva, llevándola a caballo con el capitán de "los Sietes niños de Écija". Pedro Caracol alias "el Greñuo", cegado por el coraje, vuelve al pueblo y comienza a organizar un grupo armado para con él combatir con la partida de bandidos y recuperar a su hija.

Mientras tanto "Juan Palomo" se presenta en el municipio cordobés de Fuente la Lancha con su amada. Le siguen José Ulloa alias "Tragabuches", don Juan de Velázquez alias "el Diablo" y su amada Luisa. Llegan a casa del alcalde y, con la violencia de sus razones, hace que éste les acompañe a la iglesia. Una vez allí, localizan al cura y "Juan Palomo" le obliga a que, ante los allí presentes, celebre su matrimonio con María Francisca. Siendo conforme los contrayentes, el sacerdote efectúa la ceremonia. Paga generosamente los derechos de la ceremonia y, para agradecer al cura de algún modo su buena disposición, le hace entrega de un salvoconducto con el cuál podrá circular libremente por los caminos sin que les molesten "los Siete Niños de Écija".

La autoridad municipal, que tiene fama de ser uno de los cómplices de la partida, obsequia a los recién casados he invitados con una comida. Y es en ella donde se planea el famoso robo de La Luisiana, que según parece fue consecuencia de una apuesta. El ambiente se va animando conforme pasan las horas y la conversación cambiante. Se relatan aventuras, de caballos, de dinero, y de la forma de obtenerlo y de fincas. Al hacer repaso de las que creen más importantes de la región, "Juan Palomo" propone un trato al alcalde para la venta de su cortijo de "el Espinar", por la que lleva un tiempo encaprichado. Un cortijo con muchos recursos: cereales, viñas, ganadería, olivares y una buena casa de labor. El bandido orece por él trescientos mil reales, pero el alcalde quiere cuatrocientos mil.

Después de varias ofertas y contra ofertas quedan en el acuerdo de trescientos sesenta mil, con una condición impuesta por "Juan Palomo". Dentro de un par de días pasará procedente de Cádiz, un convoy con destino a la Real Hacienda. Trasporta una gran cantidad de dinero, nada menos que veinte mil onzas de oro mejicanas para ser exacto. Se compromete a robarlo. Si lo logra, la finca será suya por el precio acordado. Pero si fracasa, la venta queda nula y autoriza al alcalde para carbonear en el cortijo de "los Aparecidos" hasta la cantidad de dos mil quinientos quintales. Formalizada la apuesta, el bandolero regresa con María Francisca y sus hombres al lugar que les sirve de refugio.

El día fijado llegan a la posada real de La Luisiana, una de las que fue creada por el rey Carlos III para servir de refugio a los viajeros para el bandidaje. El "tío Carabina", el regidor de la posada real, cuida de todos los detalles dando órdenes a las sirvientas y mozos de cuadra. En ese preciso momento llegan dos  de los componentes de la partida haciéndose pasar por muleros, piden al posadero que si les pueden dar alojamiento, a lo que contesta el "tío Camuñas" que no puede al estar completas por los soldados al que están al llegar. Le piden algo de comida mientras llegan a lo que accede mientras llega la caballería.

A la hora señalada llega el convoy y entra en el amplio patio. Los criados acuden solícitos, pero los soldados les impiden acercarse. Desenganchan el ganado y mientras otros montan guardia en torno al carro en cuyo interior se encentra el dinero con un empleado de la Real Hacienda de custodio, el resto de la tropa se retira a las habitaciones para descansar. Pasado `poco tiempo, una de las mozas anuncia  que la cena esta dispuesta. La cocina de la posada, con una buena lumbre en la chimenea se llena de bullicio. Los dos muleros toman asiento, casi mezclado con los soldados. Llegan unos viajeros en diligencia y han de partir al amanecer. Mientras dura la cena, la vigilancia del carro no se descuida. Algunos soldados se van retirando y otros alargan un poco la sobremesa. Poco a poco, un gran sopor se va adueñando de los huéspedes. Una hora después todos duermen, viajeros, los soldados y oficiales, incluidos los que custodian el carro y el empleado que se encuentra en el interior del carro, recostado contra las cajas que contienen el oro. El narcótico preparado con la complicidad del "tío Carabina" ha hecho su efecto.

Llega el momento de actuar de "los Siete Niños de Écija". En el muro posterior de la posada real hay una abertura, la que aprovechan los dos muleros que pidieron alojamiento para entrar. En silencio les sigue el resto de la partida. Con nula oposición, despojan a los viajeros de cuantos objetos de valor llevan. Posteriormente trasladan las cajas con las veinte mil onzas mejicanas a unos mulos que aguardan en la calle próxima. Momentos después abandonan tranquilamente La Luisiana, sin oposición alguna.
A la mañana siguiente es cuando el posadero anuncia asustado a los huéspedes que todos han sido desvalijados, en el mismo momento que "los Siete Niños de Écija comienzan a ascender las caballerías por las empinadas crestas de Sierra Morena.

El alcalde de Fuente la Lancha ha perdido la apuesta con "Juan Palomo". Del que se dice que no anduvo muy reacio a cobrarla.

Este hecho, que tiene todos los condimentos para ser un producto de la fantasía y ser contada como una novela. Pero verdadero es el robo, y la forma llevada a cabo, incluyendo el uso del narcótico, hecho que esta documentado. Un caso más de que la realidad superó a la ficción.

Después de esta sonada hazaña, Diego Padilla alias "Juan Palomo" y a buen recaudo el cuantioso botín, lleva a María Francisca a un lugar seguro. A una casa perteneciente al cortijo "el Jabato, situado en la vertiente opuesta a la sierra, lugar habitual donde los bandidos guardan víveres y dinero para los casos de necesidad. Custodiado por una mujer, a la que prometen visitarla frecuentemente.

Mientras todo esto sucede, "el Greñudo" continúa buscando a su hija sin resultado. A los hombres armados que le siguen se han unido también sus porquerizos. Sin descanso caminan por todos aquellos lugares donde creen poder encontrar a los hombres de "Juan Palomo". Un día se los encuentran y sufren un gran descalabro. Pero Pedro Caracol alias "el Greñudo" no cede. A sus ansias de venganza se une la recompensa que la justicia ofrece por la captura del capitán de la partida vivo o muerto. Treinta y seis mil reales que no son de despreciar. Promesa que le induce armar numerosas partidas en distintos pueblos, las cuales abalanzan furiosas contra los bandidos. Son numerosas y sangrientas las escaramuzas, con pérdidas en ambos bandos. "Los Siete Niños de Écija" parecen invencibles. En una de ellas "el Greñudo" es apresado por el "Tragabuches". Sin tiempo que perder lo lleva ante la presencia de "Juan Palomo". Este, conciliador y generoso, le ofrece la paz. Para convencerle lo lleva ante la presencia de su hija, la cual le confiesa que es feliz en su vida matrimonial. Pero el padre de María Francisca se niega a tener la deshonra de tener como yerno a un capitán de bandidos. Insiste que lo dejen libre para regresar a Quejigales, así lo hacen. Los de la partida, al suponerle prisionero de los malhechores, prende fuego al cortijo de "los Aparecidos". "Juan Palomo" ya nada puede hacer. Sabe el final que le espera a su suegro y éste no tarda en llegar. En un nuevo altercado, un tiro certero de uno de los bandidos acaba con la vida del padre de María Francisca.

Los hechos producidos con Pedro Caracol alias "el Greñudo" y el robo en La Luisiana que incrementaron las partidas para acabar con "los Sietes Niños de Écija", fue el comienzo del fin. Lentamente se fueron debilitando. Los paisanos que les persiguen se unen a los migueletes, escopeteros y fuerzas del Ejército.

Los primeros días del mes de febrero de 1818 cayó en manos de la justicia Juan Antonio Gutiérrez alias "el Cojo", prendido por el alférez de escopeteros de Andalucía don José de Moure, recibiendo la recompensa de mil ducados. A "el Cojo" se le pidieron noticias de "Tragabuches", respondió que había matado a bastantes hombres como para llenar un cementerio. El 7 del mismo mes de febrero murió en la horca, posteriormente descuartizado y expuesto en los caminos y su cabeza en la hacienda "La Plata", en el término de Carmona. Posteriormente, el 13 de noviembre de 1818, sufre la misma pena Antonio de la Fuente alias "el Minos", natural de Écija, capturado por Juan Bautista Núñez y Pablo Rodríguez, los cuales recibieron también mil ducados. El tiempo que permaneció en la cárcel en espera para ser ejecutado, solía cantar una copla:
   
Una mujer fue la causa
de mi perdición primera.
No hay perdición de los hombres
que de mujeres no venga.

Fue preguntado por la copla que la cantaba con frecuencia, dijo que todos lo de la partida de "los Siete Niños de Écija" la cantaban en sus correrías. Decían que la habían aprendido del "Tragabuches", porque él la solía cantar con frecuencia.

Muy mermada la famosa cuadrilla, cada vez se iba hablando menos de ella. El fin de su ocaso estaba cerca. Muerto en la horca la mayoría, otros muchos presos e indultados unos pocos por haberse entregado voluntariamente a las autoridades, dejaron de verse los famosos jinetes de Écija dejando tras sí un reguero inquieto y fascinante de terror y admiración. Fue tras su total desaparición cuando la voz del pueblo comenzó a cantar sus hazañas en coplas y romances como este anónimo:

   Migueletes y soldados
que nos persiguen sin tregua,
estarán hoy acampados
a lo menos una legua.
Según nos dice un espía,
argunos más cercan están
formando una compañía
con su bravo capitán.
Si despresiando la via
se asoma argún miguelete
le darán la bienvenida
las bocachas de los Siete.

Noticias veraces cuenta que Diego Padilla alias "Juan Palomo", logró escapar con vida de la encarnizada persecución. Fugitivo, poco después vino a perder la vida de un balazo en el cortijo "Las Pilas", entre Montilla y Córdoba cuando, confundiéndole con otra persona, le seguían de cerca los escopeteros de Andalucía.

Se cuenta otra versión del final de "los Siete Niños de Écija". No siendo posible apresarlo por la fuerza, hubo de recurrir a la astucia. Fue enviado un falso cómplice, el cual les informó del lugar, el día y la hora en que pasaría el convoy con un jugoso cargamento. La partida se apostó para sorprenderlo. Previamente se ha colocado cuidadosamente un modesto saco repleto de pesos duros de plata. Uno de los bandidos se acercó a recogerlo,  tal vez pensando que fue extraviado por algún viajero. Lo rasgó con su puñal y las monedas rodaron por el suelo. El agradable ruido atrajo al resto de los compañeros. Cuando se apresuraron a recogerlos , sonó una descarga de disparos de la tropa que estaba oculta esperando el momento, quedando todos los bandidos muertos. Descrito así por el barón Charles Davillier, caballerizo mayor de Napoleón III y al dibujante Gustavo Doré por el arriero que los condujo de Archidona a Antequera en la obra del francés titulado "Viaje por España".

Destruida la partida, ¿ qué fue de José Ulloa alias "Tragabuches". No se sabe con certeza. Por sus delitos de sangre, no pudo acogerse a indulto alguno. Tal vez emigró a Portugal, que era la salida más fácil para todos los que en Andalucía se ponían fuera de la ley. No obstante, el escritor -además de abogado y político- Natalio Rivas Santiago (1865-1958), natural del pueblo granadino de Albuñol, da una pista no contrastada, aún, en su obra "Toreros del Romanticismo: Anecdotario taurino". Dice que en el último tercio del siglo XIX legó a un pueblo de la Andalucía baja un gitano viejo. Nunca dijo su procedencia. Consiguió un trabajo como guarda de campo en casa de un labrador acomodado y desde entonces vivió solo en una choza, sin tener relación con nadie. Custodiaba una vieja arqueta en la que, dada su pobreza, no podía suponerse un objeto de gran valor. El misterioso gitano, poco antes de morir hizo una revelación a su amo: Según ésta, en la arqueta guardaba una importante cantidad de monedas de oro mejicanas, la cual obsequio agradecido a su buen comportamiento. Y confesó haber sido uno de "los Siete Niños de Écija" y que las monedas procedía del robo de La Luisiana. Añade: "¿sería "Tragabuches" con nombre supuesto? Alguien lo sospechó y hasta llegó a creerlo".


BIBLIOGRAFÍA:
- "Bandidos Celebres Españoles". Hernández Girbal, Florentino. 1968
- "El Bandolerismo Andaluz". Pérez Regordán, Manuel. 2019
- "Toreros del Romanticismo". Natalio Rivas. Madrid (sobre "Tragabuches")

domingo, 20 de marzo de 2022

ALEXANDER SLIDELL MACKENZIE - VIAJEROS AMERICANOS EN LA ANDALUCÍA DELSIGLO XIX

 Un español puede caminar con los pies desnudos por las malezas y andar todo el día con una corteza de pan, como única comida; pero los ingleses sólo combatirán si tienen la barriga llena."

ALEXANDER SLIDELL MACKENZIE


Fecha del viaje: 1827. A year in Spain. Nueva York, 1836

Nacido en Nueva York el 6 de abril de 1803, era hijo de una escocesa y de un influyente hombre de negocios americano. Recibió una cuantiosa fortuna de un hermano de su madre sólo por incluir el apellido familiar, Mackenzie, en su nombre (en Estados Unidos e Inglaterra, tienen como costumbre a todos los efectos que el hijo reciba un único apellido, el paterno). En 1825, se graduó como teniente de la marina americana, también fue escritor y biógrafo, tomándose unas largas vacaciones en España. Coincidiendo ese mismo año con Washington Irving, en teóricas funciones de ayudante del embajador americano allí, de hecho estaba redactando la biografía de Cristóbal Colón. Aproximadamente se llevan 20 años de diferencia, pero no fue un obstáculo para que surgiera una gran simpatía entre ambos, a lo que Irving, le llevó a constituirse en el crítico de Mackenzie y también a costearle la edición americana del relato de su viaje que había realizado por nuestro país entre 1826 y 1827.  El editor Murray medió para su publicación en Inglaterra. Apareciendo con el título "A Year in Spain" y como autor "by a young american". El relato tuvo mucho éxito en los dos países y en gran parte de Europa, siendo prohibido en España por el real decreto de Fernando VII con orden de poner al americano en la frontera si intentaba entrar otra vez en España. En mayo de 1846 fue enviado a Cuba y después a México en misión diplomática por orden personal del presidente James Knox Polk. Participó en el sitio de Veracruz y estuvo al mando de una división de artillería en 1847 en Tabasco. Contrajo matrimonio con Catherine Alexander Robinson, con la que tuvo cinco hijos, dos de ellos llegaron a ser importantes militares.

Desaparecido Fernando VII, Mackenzie se tomó su pequeña venganza insertando en su nuevo libro de España, Spain Revisited, el texto del mencionado decreto en el que se aseguraba que la "indigna producción" estaba "llena de falsedades y de groseras (sic) calumnias contra el Rey N. S. y su augusta familia." En 1836, en la tercera edición de la obra, es cuando incluiría el recorrido por el reino de Granada y Gibraltar, el que abarca Ronda y la Serranía que realizo en 1827.

La obra mencionada le otorgó gran renombre a su autor, pero fueron otros los motivos por los que éste ha pasado a la historia de su país, como protagonista principal de un extraño hecho que en su día levanto pasiones. En las postrimerías de 1842, con el rango de capitán a cargo del Somers, fragata de guerra que cumplía las funciones de buque-escuela, en una larga travesía de tres meses de septiembre y diciembre de ese año, a bordo ciento veinte alumnos a bordo, por un supuesto motín, mando ahorcar a tres de los cabecillas, entre ellos Philip Spencer, de diecinueve años, hijo del Secretario de Guerra del gobierno del entonces presidente John Tyler. La conmoción fue titánica dividiendo a la sociedad de su tiempo. Absuelto Mackenzie de toda culpabilidad en un consejo de guerra celebrado a su vuelta, no obstante, durante años, se puso en duda la legalidad de una acción que los estudiosos del caso, lo considera como de "irracional locura".

Mackenzie fue uno de los viajeros que fue atracado por un grupo de bandoleros en Puerto Lápice.

Asalto a la diligencia en la que viajaba Mackenzie.
Grabado de un dibujo de Chapman en A Year in Spain, 1836.

 

En uno de sus relatos del diario dice de una comparativa de españoles he ingleses: "Un español puede caminar con los pies desnudos por las malezas y andar todo el día con una corteza de pan, como única comida; pero los ingleses sólo combatirán si tienen la barriga llena."

Esta en Granada y le llegó el momento de marchar, confiesa Mackenzie que ha permanecido en dicha ciudad el doble del tiempo que pensaba, aun así no le importaría quedarse un mes más, un año o toda la vida, en un lugar como Granada. Su intención es dirigirse a Ronda, donde las carreteras aún no han llegado, sólo caminos de herraduras, atravesando valles y montañas. Para ir se le ofrecen dos alternativas: buscarse un caballo u un guía, o incorporarse a la expedición del corsario de Ronda que hace el recorrido una vez en semana. Los días que se tardan por este medio son cuatro y con guía son solamente dos, mas la seguridad es mayor. Como ni tiene prisa, se inclina por el cosario.

El cosario de Ronda, dice, está bastante peor organizado que el que trajo de Málaga. De entrada no puede conseguirle un caballo para realizar el trayecto y se da maña para convencerlo de que tiene animales que pueden sustituirlo:

"Aquí tengo una arrogante mula, a decir verdad con nada más que una enjalma, pero le colocaré un par de alforjas, con una carga a cada lado para mantenerla estable y donde el caballero pueda poner los pies confortablemente como en los más lujosos estribos. O si a su señoría le place, puede montar aquel borrico que le llevará a Ronda lo miso de cómodo y tan seguro como el mejor caballo de Andalucía."

A unas horas antes de llegar a Loja, por un camino que le llaman los Infiernos de Loja por lo abrupto del terreno se encuentra la posada en la que quieren descansar animales y personas por unas horas. En la habitación en la que se encuentran es de multiusos con las funciones de vestíbulo, cocina, comedor, almacén de mercancías y de dormitorio. A petición de Mackenzie, la patrona le prepara una habitación en el piso alto del edificio. Da la jardín del convento vecino. Solo puede descansar una hora, pues enseguida lo llaman para comer:

"Me encontré con una pequeña mesa, la mitad de alta de lo normal, colocada a distancia de la enorme chimenea, que ocupa una amplia esquina de la casa. Los arrieros hacia tiempo que me esperaban sin mostrar algún signo de impaciencia. Pronto nos vimos sentados en unas sillas, tan bajas como para hacer juegos de mesa, de las que nos manteníamos a distancia por la imposibilidad de extender las piernas bajo ella. Inconvenientes pequeños, todos, para una partida de personas hambrientas. Nuestra comida consistió primero de una fuente de huevos fritos en aceite en el cual nadaban tan incesantemente que se requería una habilidad especial para atraparlos. Comíamos en un plato común. Cuando acabamos con los huevos y los arrieros, mojando, habían consumido todo el aceite se llevaron todo la fuente y trajeron otra en su lugar. Esta contenía un modesto preparado de gazpacho, que comen las clases más pobres de Andalucía, particularmente cuando aprieta  el calor o se apodera de uno el cansancio. Es una suerte de ensalada que se prepara llenando un gran recipiente con aceite, sal, vinagre, algunas cebollas y pan. Es un plato que se cocina en poco tiempo, muy refrescante y al que se aficiona uno enseguida."

El frío se hace notar con mayor intensidad cuando van subiendo las montañas. El sol disuelve las nieblas matinales y sombreando las montañas cuando alcanza la ciudad de la que nos habla Mackenzie:

"La ciudad presenta un aspecto inusual, limpio, muy ordenado, aumentado por el placer que sentía por haber terminado tan largo viaje. EL arriero más viejo dijo a su compañero que guiara la caravana hasta su casa y, cogiendo mi equipaje, me condujo hasta la posada de las Ánimas. De todas las posadas que había visitado, laicas o religiosas, esta es la más curiosa. Por la singularidad de su edificación y disposición, no me cabía duda de que era de origen árabe. Permanecía entre la bifurcación de tres calles y se abría por un inmenso portal que coronaba un vetusto balcón. En éste había una hornacina de la virgen con una pintura protegida de los embates del clima por un pequeño tejado del cual colgaba un farol. Ocurría que mi habitación daba a este balcón. Todas las tardes recibía la visita de mi vieja patrona. Durante unos minutos, con sumo cuidado y después de rezar un avemaría, bajaba la lámpara, la despabilaba y después con el delantal frotaba la pintura quitándole el polvo que había acumulado durante el día. Mi habitación tenía una sala de estar con suelo de baldosas, paredes sólidas de albañilería y tejado piramidal. Una sola ventana abría al balcón de la Virgen y nos ofrecía una perspectiva de los grupos, siempre en movimiento, que pasaban por las calles cercanas. Un tramo de escalones de piedra levaba desde esta habitación principal hacía una entrada, sin puerta, como las de Alhambra, que se abría a mi dormitorio. Éste contaba asimismo con un tejado en pendiente y una pequeña ventana, que era más bien un portillo, para el aire, de un pie cuadrado, a través de la cual yo me aseaba y, otras veces, sacaba la cabeza para observar a las damas de la vecindad  volviendo de la misma del alba. Esta habitación, diminuta, no tenía menos de seis lados y tantos ángulos, todos coincidiendo en un punto, que toda la encorvadura de la posada parecía haberse encontrado allí. Pese a la diversidad de perspectivas que provocaba tan asimétrica conformación, pronto me sentí familiarizado con el lugar; más que nada porque las paredes lucían recién blanqueadas, el suelo brillaba como el sol y en un extremo se veía una cama limpia, extendida en una estera de paja, que me invitaba al reposo."

Intensas las jornadas las que vive en Ronda con la intención de no perderse nada de lo que hay en la ciudad tiene que ofrecerle; además de conocer el paisaje y los monumentos, también se mezcla con la población, tanto la llana como con la aristócrata con el fin de captar algo del espíritu de unos y otros. Se une a un músico aficionado que toca la guitarra y lo acompaña a visitar a unas hermanas, vecinas de una calle céntrica a la plaza de toros, a quienes le hace tocar el instrumento y a bailar la "cachucha"  para que lo presencie el extranjero. A lo que también aprovecha para visitar la parte de abajo del Tajo. Comprueba de primera mano como los molinos están en plena actividad en el margen izquierdo del río. Caminando por sus escurridizos senderos charla con los molineros que un compañero llevaba un saco de harina en los hombros a causa del peso y la proximidad del abismo, rodó hasta el fondo donde se hizo pedazos. Considera que la calle de San Carlos es una de las más bonitas de España, con sus filas de uniformes viviendas, hondas ventanas y balcones, adornados todos con rosales, geranios y lavandas.

Sobre sus vagabundos por la ciudad, también se relaciona Mackenzie su interés lo ocurrido aquí con la Guerra de la Independencia. Conoce las Memorias de Roca al dedillo, y dicha curiosidad se ve en incremento por las historias que aquí cuentan. Dicho interés le lleva a visitar el Fuerte, donde los franceses instalaron una batería en una elevación al norte de Ronda. Mackenzie nota que en este lugar, después de mucho tiempo, han vuelto a crecer las cosechas de trigo. Se encuentra con un pastor que vigila un rebaño de cabras y algunas ovejas que buscan entre las flores y malezas silvestre su alimento. El pastor le cuenta que se gana la vida cuidando los animales de varios habitantes de Ronda. Todos los días, a muy temprana hora los lleva a pastar, hasta que por las noches los devuelve a sus dueños, siendo su sustento de vida, su trabajo de todos los días. Añade que un general francés muerto cerca de Ronda, junto a otros oficiales que también sucumbieron durante la guerra lo enterraron en una fosa común. Los cubrieron con una gran masa de piedras, escombros y tierra, para impedir su profanación. Terminó siendo un trabajo inútil y una barrera sin consistencia, que no tenían resistencia alguna frente a la furia de los montañeros, siendo el mismo día que el enemigo comenzó la retirada, sacaron todos los cadáveres de su tumba, los despedazaron, haciéndolos fragmentos y terminaron por esparcirlo por el campo vecino.

Visita la Casa del Rey Moro donde le cuentan sobre un plan para acabar con un grupo de soldados franceses que se terminó fructuoso por un chivatazo a los franceses. Donde conoce a un viejo campesino que le cuenta varios hechos con los franceses, a cual más sanguinario al que Mackenzie se encuentra sin ánimo de repetir, sin embargo, hay uno, que aún siendo horrendo, hace referencia con toda su crudeza:

"Volvíamos, dijo el antiguo guerrero, de un victorioso ataque a una partida de franceses, a la que habíamos rodeado en la puerta de la ciudad, cuando, repentinamente llegó una patrulla de guardia enemiga al mando de un sargento. Preparamos las armas y caímos sobre ellos. Luchamos como leones, pero en pocos minutos los habíamos matados a todos, salvo a tres. Una fuerza superior les había obligado a morder el polvo. El sargento fue uno de los supervivientes. Era el hombre más grande que había conocido. Medía al menos 7 pies (2,10 metros aprox.), con enormes miembros y presencia, en todo su aspecto un gigante, incluso en sus grandes bigotes, cuyos rizos le llegaban a las orejas. Era sargento mayor de su regimiento, prueba de que a su cuerpo le acompañaba un parecido valor. De escaramuzas anteriores era tristemente conocido de nosotros. En aquellos tiempos los franceses nos llamaban bandidos y cuando nos atrapan, lo que raramente ocurría, no nos daban cuartel; ni, desde luego, nosotros a ellos cuando, con más frecuencia, los cogíamos prisioneros. Pero entonces, quedamos sorprendidos por el aspecto y el valor de este sargento y aunque sabíamos que había matado a dos compañeros nuestro con sus manos, nos dio pena acabar con la vida de tan ejemplar militar. Después de una breve consulta, decidimos, en contra de nuestras reglas, hacer una excepción con él. Matamos a los otros prisioneros; a él le atamos la manos en la espalda y cargando con nuestros propios muertos salimos para nuestro campamento en las montañas. Después de andar un par de leguas alcanzamos un estrecho paso, rodeado de rocas. Este paso era un lugar estratégico de nuestros guerrilleros y fatídico para los franceses, que lo conocían como "el camino de la amargura". No sé si al sargento le pudo más el cansancio o que ya venía agotado, pero al legar a este lugar juró que no andaría más. Le dijimos que le habíamos perdonado la vida y que no queríamos hacerle daño, que sólo le trataríamos como prisionero de guerra ya que, en Ronda, lo entregaríamos a los ingleses. Todo lo que le dijimos fue en vano, su cuerpo permanecía tan inmóvil como su voluntad. Colocando su espalda contra una roca y sus pies al otro lado del sendero se hizo fuerte de tal manera que no hubo forma de moverlo. También resultaron en vano todos los esfuerzos que hicimos para arrastrarlo, ya que parecía que formaba parte de la colina misma. Ni siquiera quería oír lo que decíamos. Tapando con las manos sus orejas movía la cabeza de un lado a otro y murmuraba en mal castellano: "¡No prisionero! ¡No prisionero! ¡Morir!". No hubo nada que hacer. Desde el momento que se negó a ser prisionero de los ingleses, sólo nos quedaba concederle la muerte que pedía.

Había un moro con nosotros, que había vivido durante algún tiempo en Málaga, para venir luego a unirse con nosotros en las montañas;  no obstante su sangre, era muy buen cristiano y muy valiente. Lo pusimos delante del francés y colocando la boca de su fusil junto a la oreja del sargento apretó el gatillo. El francés se enderezó rechinando los dientes y echando el cuerpo hacia delante como si quisiera mover las rocas de su sitio. Luego, cayó como un trapo y si no lo hubiéramos sujetado habría rodado montaña abajo. Había un boquete al lado de la carretera que había abierto una roca desprendida. Arrojamos al difunto gigante al agujero, lo cubrimos con piedras, colocamos una cruz de madera en lo alto y lo dejamos allí para que descansara lejos de la tierra de sus padres."

Sobre los rondeños que quedaron en la ciudad, no se ocultaron en mostrar su animadversión a las tropas ocupantes. Considerando una vejación el tener que dar alojamiento a los soldados enemigos en sus casas y en convivencia con la familia: 

"El cuchillo estuvo en todo momento presto a actuar. Más de un francés encontró su tumba al borde el Tajo. Si un francés se pasaba de listo: ¡Al Tajo! Si llegaba a casa a medianoche molestando y pidiendo vino, se le daba de beber hasta el hartazgo; pero avanzaba la noche, un cuchillo encontraba el camino de su corazón y antes del amanecer, estaba al fondo del Tajo. Los franceses así acosado, se volvieron fieras, más cuando no tenían al lado a sus oficiales para calmarlos. Una persona que merece todo mi respeto, me dijo que había visto arrojar a dos españoles vivos desde la Alameda del Tajo. A la mañana siguiente, cuando los montañeros tuvieron noticias del suceso se tomaron cumplida venganza durante la noche. Al otro día, el sol alumbró los cuerpos agonizantes de cuatro franceses, a los que, sobre estacas, habían empalados vivos."

A lo que el americano le aseguran que no son menos de nueve mil franceses murieron en las rutas de la serranía.

Murió el 13 de septiembre de 1848 en Tarrytown, Estados Unidos a los 45 años por enfermedad cardiovascular.

Bibliografía:

- Viajeros Americanos en la Andalucía del XIX. Antonio Garrido Domínguez.

- Fuentes consultadas en internet.