jueves, 1 de mayo de 2025

ALBERT JEAN MICHEL DE ROCCA (1788-1818)




Fecha del viaje: 1810

Obra: Mémoires sur la Guerre des Français en Espagne

Londres, 1815

   Nació en Ginebra, República de Ginebra, el 27 de enero de 1788. Fue teniente francés durante las Guerras Napoleónicas, viéndose se vio obligado a abandonar su profesión militar a causa de las heridas recibidas que le hizo perder la utilidad de sus piernas en 1810 cerca de Ronda, que en poco tiempo acabaron con su vida. También fue el segundo marido de Anne Louise Germaine de Staël-Holstein, comúnmente conocida como Madame de Staël, 22 años mayor que él. Fue una destacada filósofa, mujer de letras y teórica política en los círculos intelectuales parisinos y ginebrinos. Se casaron en secreto y le ayudó a redactar su obra más conocida: Mémoires sur la Guerre des Français en Espagne, de la que dijo Gerald Brenan que era una de las mejores obras escritas por extranjeros sobre nuestro país.

   La España por la que entra a la par que su regimiento se adentra De Rocca, en los últimos años de la primera década de 1800, según los informes franceses, un país con un siglo de retraso respecto a las otras naciones del continente; un estado en el que, consideran aquellos, influye la situación alejada e insular y la rigidez de las leyes religiosas, siempre contrarias a las discusiones que habían modernizado Europa.

   Según De Rocca, son las decisiones del clero las que arrastran a la mayoría del pueblo en esta guerra, de tal forma que los españoles han tomado ésta como una cruzada religiosa en las que son sus enseñas la bandera y el rey, y lo reivindican con la cinta roja que llevan sus soldados con la inscripción, "Vencer o morir pro patria y pro Fernando VII". "Medios desnudo -dice el francés mostrando perplejidad- acuden entusiasmados, recorriendo cientos de kilómetros, a unirse a los que ellos llaman su ejército". Habla español fluidamente, sin la menor duda le hubiera gustado perderse por las fragosidades de nuestra Serranía en tras condiciones y no forzado por las circunstancias bélicas en las que se ve inmerso. Atesora, además, todas las virtudes que distinguen al buen viajero del que no lo es: agudos dotes de observación, amplia cultura y honestidad a la hora de relatar sus impresiones. La guerra no le supone un obstáculo insalvable ni para analizar su cruento transcurrir no para, de paso, como para suavizar un poco la tragedia que está viviendo el ejército francés, y que él no trata de ocultar, informar de las peculiaridades étnicas de los individuos con los que se enfrenta, sus costumbres, rarezas y virtudes. De Rocca tiene la ocasión de plasmar en su relato un completo retrato de los habitantes de la Serranía, ya que debido a la exigencias de la guerra, su estancia tendrá como prolongado telón de fondo la Serranía.

   Con dilatación habla sobre los naturales de la Serranía de Ronda, ofreciéndonos múltiples datos de ellos. Dice que son personas acostumbradas a luchar con las dificultades de una naturaleza salvaje, los habitantes de sus montañas áridas son sobrios, perseverantes e indomables, siendo la religión el único freno que los sujeta. El Gobierno se siente impotente para que respeten la Ley en tiempo de paz y para que no deserten de las filas del ejército cuando van a servir a éste. Tampoco los alcaldes de los pueblos, a los que se eligen cada dos años, se atreven, solo que en cotadas ocasiones, a usar su autoridad ante el temor de crearse enemigos temibles o, lo que es peor, exponerse a las más crueles venganzas. Los celos entre los hombres es una furia ciega que sólo la sangre suele parar.

   La fuente principal de ingresos de los vecinos de los pueblos es el contrabando y para mantenerlo, los serranos, si se les persiguen, no dudarían en oponer cuanta resistencia sea necesaria a la justicia. Los grupos de contrabandistas se acogen a la obediencia de un jefe que es el que dirige tanto la expediciones a Gibraltar en busca de géneros, como a la venta de los productos a la vuelta. La habilidad que tienen para burlar a los aduaneros de la Corona, les han proporcionado una fama que ha traspasado montañas donde se mueven. De éstas conocen las rutas más ocultas, desfiladeros y senderos que serían impenetrables para otras personas.

   Las mujeres de los contrabandistas no toman parte en esta arriesgada contienda a la que sus maridos entregan su vida. Permanecen en los pueblos realizando los trabajos más penosos. Cargan los más pesados fardos y se enorgullecen de las fuerzas que han desarrollado con el obligado ejercicio. A la ciudad del Tajo bajan ataviadas con telas lujosas, que provienen, sin duda, del contrabando que practican sus esposos y que contrastan con la rudeza de sus facciones.

   Comenta Rocca, refiriéndose en Andalucía en General, la extendida costumbre que todavía tenían las mujeres de los pueblos de sentarse "a la manera mora, en esteras circulares hechas de esparto". Ya en 1774, el inglés Dalrymple en su visita a Ronda, comenta que "las mujeres aquí todavía conservan la costumbre de, en sus casas, sentarse a la manera mora, con las pernas cruzadas en el suelo".

   Volviendo a los hombres, el signo de la guerra, con la llegada de José Bonaparte con sus tropas a la Serranía, introducirá un cambio sustancial en sus actividades y el enemigo a combatir, aunque no en el riesgo al que seguirán dando la mano, como siempre. De perseguidos por la justicia a patriotas, ya que el abandono transitorio del contrabando, con el in de tener entrada en las guerrillas que hostigan hasta extremos indecibles a los franceses. Mermar el poder de actuación de ,estos a los reducidos límites de Ronda, no podían dormir seguros a causa del temor que tenían "a los habitantes de los pueblos de la Sierra"

    Desde el inicio de los enfrentamientos, Rocca deja claras las inusuales características de una nueva guerra para ellos. La comparó con la campaña de Prusia, de donde vienen, afirmando que esta última había sido una guerra metódica, en la que no tenía más enemigos que el Gobierno del país y su ejército; mientras que la de España se trata de una guerra de resistencia; la que una nación en armas puede oponer a un ejército conquistador, y en el que el talento de los generales está siempre "supeditado a la voluntad individual y a los movimientos espontáneos de un pueblo".

   Rocca, formando parte como teniente del 2º regimiento de húsares del ejército galo, tiene pronto la oportunidad, desde que un 20 de marzo de 1809 se dirige desde Morón a Olvera y posteriormente a Ronda por orden del mariscal Soult, de comprobar que son ciertas cuantas noticias e informes han recibido de otros lugares, de las habilidades, artimañas y emboscadas de que se valen los nativos para tenerlos constantemente en jaque.

   Se puede decir que ese "camino amargo", como lo denominaría Rocca y sus camaradas al que transcurre y se pierde por las montañas de la Serranía, comienza para él y los suyos con la llegada a Olvera. Rocca es el encargado de buscar y encontrar alojamiento en el pueblo. Le acompaña un húsar y un brigadier. La presencia de los tres hombres despiertan una gran curiosidad entre los campesinos que trabajan la tierra aledaña; pero más entre una multitud que le esperan en la entrada de la población confundiéndole, por la similitud de los uniformes, con un oficial de las tropas aliadas, concretamente de las suizas; un engaño que, por su seguridad, se encarga Rocca de no desmentir e incluso de reafirmar dándole noticias falsas del avance victorioso de las tropas españolas. Posteriormente llegan cincos individuos al pueblo, armados hasta los dientes, que a la sombra, han estado siguiendo la marcha del contingente del ejército francés, pone al descubierto la verdadera personalidad de Rocca y su pertenencia al destacamento que se aproxima.

   Descubierto por los recién llegados, con la duda de seguir adelante o volverse, cuenta el militar francés que cuando los habitantes que les observaban desde lo alto de los peñascos "vieron mis vacilaciones, aumentaron sus gritos. Las mujeres en gran número habían venido a colocarse sobre una colina que dominaba la entrada del pueblo. Sus voces hirientes se mezclaban con la bronca de los hombres como si fueran silbidos del viento en una tempestad".

   Al lugar no tardaron en acercarse el corregidor, el alcalde y dos curas, cuya presencia le hace temer que vinieran a administrarle los últimos auxilios antes de ejecutarlo, tan perdido se veía y todo entre vocerío que exigía: "Hay que prenderlo. Es un francés. Es el mismo demonio encarnado".

   Desde ese preciso momento, las peripecias del oficial francés, siempre con la vida pendiente de un hilo.

   Encuentra alojamiento en la casa del astuto vicario, más que la protección que le ofrece éste resulta una trampa de difícil salida, ya que aquélla no es sino el cuartel general donde se reúne el mando enemigo para tomar decisiones, bajo la suprema autoridad, religiosa y civil, militar en este caso, del clérigo.

   Es una guerra que se lleva en todos los frentes. Cuando los habitantes se ven obligados, por la llegada del ejército francés, de entregarles víveres a éstos, bajo la apariencia de carne exquisita de vacuno, es la de burro en realidad los que les hacen comer, algo que no cesarán ya de echarles, entre burlas, consumado el engaño, en cara: Habéis comido burro de Olvera.

   La huida final del pueblo fue accidentada para Rocca y los suyos: su caballo expira de un balazo en el cuello, la misma suerte que corre gran parte de su destacamento, mientras que refiere: mujeres, o más bien furias desatadas se precipitan dando alaridos sobre nuestro heridos, disputándonos para hacerlos morir entre crueles tormentos. les clavaban cuchillos y tijeras en los ojos, regocijándose con feroz alegría a la vista de la sangre derramada. El justo furor contra los que invadían su país las convertía en verdaderas fieras.

   El incidente de Olvera no sería un episodio aislado en el caminar del ejército francés por la Serranía. Trances como el narrado tendrían una cruel repetición en diferentes escenarios como Campillos, Teba, Cañete la Real, Ronda, Grazalema y Setenil de las Bodegas, en las que el propio Rocca, malherido, salva su vida gracias a los cuidados que durante meses le prodiga una familia en Ronda, protegiéndolo y ocultándolo a las miradas de las autoridades locales. Tal como confiesa Rocca, los franceses comieron su propia carne y bebieron su propia sangre en una guerra sin gloria, para expiar la injusticia de la causa por la que combatían. 


Bibliografía:

-Garrido Domínguez, Antonio. "Viajeros del XIX cabalgan por la Serranía de Ronda. El Camino Inglés". Editorial La Serranía. Ronda-Málaga 2006


https://bvpb.mcu.es/independencia/en/consulta_aut/registro.cmd?id=9309

   

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