Justus
eremi cultor, presbiter inditus olim. Marmore sub gelido Petrus
Ugarte jacet
En
el Área Recreativa de Los Sauces, situado en un lugar privilegiado
en la Sierra de las Nieves, es una zona de acampada controlada, pero
lleva años cerrada, aunque especifica que esta cerrada
temporalmente.
Desde
la carretera A-366 que conduce desde El Burgo a Yunquera, a 1 km de
la población primera, justo antes de pasar un puente, parte un
carril a la derecha. La pista continúa en paralelo al arroyo de la
Fuensanta en cuyos márgenes crecen higueras, chopos, retamas,
quejigos, pinos, adelfas, cañas y plantas trepadoras como
zarzaparrillas y zarzas. Más adelante nos encontramos con pinos,
encinas, pinsapos y otras especies autóctonas. Después , a nuestra
izquierda, encontramos un antiguo molino con abundante chopalera a su
alrededor, actualmente está reconvertido en refugio y los aledaños
acondicionados como zona de acampada. Es la denominada Área
Recreativa de la Fuensanta. Es digno de visitar el enérgico
manantial situado detrás de la construcción y que alimentaba al
antiguo molino. Poco más adelante, junto a la imitación de un
crucero románico, parte por la derecha una pequeña senda que llega
hasta el pueblo de El Burgo.
El
camino continua con un suave ascenso por el amplio carril entre pinos
y algunas encinas hasta llegar a una explanada dominada por el
cortijo de la Rejertilla (antes denominado de los Chopos). Desde este
hito, el carril comienza a presentar un ascenso más vertiginoso. A
6,8 km parte a la derecha, en una pronunciada curva, en caso de
seguirlo nos lleva hasta el Puerto de la Mujer; otro falso crucero
románico marca la bifurcación. El trayecto continúa por el carril;
algo más adelante un arroyo cruza el camino y se pueden observar
unos curiosos pliegues en la roca y una espectacular cascada en época
de lluvias llamada Chorrera de los Perdigones.
El
ascenso continúa hasta llegar a una zona llana donde se ramifica en
tres; en el cruce hay otro crucero de piedra. Hemos de continuar por
el carril del centro, que apenas en un centenar de metros nos deja en
Los Sauces.
El
lugar nos recibe una encina centenaria, dando cobijo a un monumento
dedicado al botánico suizo Pierre Edmond Boissier (1810-1885). Unos
metros más atrás se divisa un antiguo muro con una cancela cerrada
con un candado. Tras ella, a varios centenares de metros se encuentra
el que fue Convento de Nuestra Señora de las Nieves, ahora es
privado. Actualmente, son varios hermanos los propietarios.
Son
unas cuantas veces la que he podido disfrutar del lugar y fue la vez
primera en la que me situaba frente a la cancela que imposibilitaba
el acceso a la propiedad privada dónde se encontraba lo que en su
momento fue el Convento de Nuestra Señora de las Nieves con la
intención de poder ver la edificación, cuando algo a mi izquierda
me llamó la atención. Una especie de recinto de piedra, de baja
altura y con una entrada en la parte frontal, en cuyo centro se
alzaba una figura. Se trata de una estatua de granito que representa
a un señor que porta una capa y un libro abierto en su mano derecha.
Su rostro, enmarcado por una discreta melena y con barba y bigote.

Busqué
alguna placa que me desvelara su identidad, pero no encontré
ninguna. Continué la búsqueda durante un año aproximadamente y a
las pocas personas que pude preguntar, entre amigos míos y algunos
vecinos de El Burgo me comentaron que fue un ermitaño que pasaba su
vida en la sierra entra El Burgo y Yunquera, pero poco más sabían
contarme. Pasaron algunos años hasta que llegó a mis manos un
libro, cuyo titulo “Tradiciones Malagueñas”,
del escritor malagueño Diego Vázquez Otero, nacido en el año 1891
en Alpandeire. En el cual nos cuenta las tradiciones y leyendas sobre
la provincia de Málaga. Uno de sus capítulos, “El Eremita
Yunquerano” hace referencia a
la persona que se inmortalizó con una estatua de granito. Un joven,
vecino de Yunquera, nacido en una familia adinerada cuya edad no
superaba los 25 años, cuando decidió renunciar a las comodidades y
demasía que su reluciente fortuna le ofrecía porque su vocación
era la pobreza, la castidad y el rezo. Su retiro en Jorox, situado
entre Yunquera y Alozaina, es un bellísimo lugar de huertas
fértiles, heredadas de sus padres, le parecía el lugar poco
adecuado para sus penitencias y meditaciones. Poblada de naranjos y
otros frutales, donde además crecían rosales y madreselvas, gracias
a las abundancia de agua de los manantiales de “El Plano” y “Río
Grande”. Dicho joven respondía al nombre de PEDRO
PECADOR.
Puntualizar
que a principios del siglo XVI, la fama de la santa imagen de Nuestra
Señora la Virgen de las Nieves se extendió por toda Andalucía, lo
que incrementó el número de santos varones atraídos por la
devoción mariana y por lo abrupto, solitario y bello del lugar,
abandonaron el mundanal ruido, las riquezas y la familia, viniendo a
vivir junto a la ermita para cuidar a la titular y vivir en
penitencia y sacrificio en las cuevas y chozas próximas. De hay los
ermitaños. Y el nombre y apelativo de PEDRO
PECADOR fue
frecuente en este siglo, pues fue tomado por muchos hombres al
dedicarse a la vida de ermitaño.
Hubo un Pedro
Pecador, del que hay un documento, fechado el 6 de febrero de 1563,
que informa sobre una limosna que la Misericordia ceutí repartió
entre los cautivos de Tetuán, sin distinción de nacionalidades, por
mano de PEDRO PECADOR, llegado a Gibraltar para encargarse de
tan caritativa misión. Este comisionado, de nombre Pedro Garrido,
natural de Porcuna (Jaén). Movido por la vocación religiosa, tomó
los hábitos de la Orden Tercera de San Francisco, adoptando el
nombre de Pedro de la Concepción. Hubo otro al que llamaron PEDRO
PECADOR el chico, del que se dice que nació en Ubrique en el año
1500. Aprendió el oficio de escultor en Málaga. Tiempo después se
retiró a un monte próximo al río Campanillas, donde vivía en una
cueva. Para más tarde trasladarse junto a la ermita de Nuestra
Señora de las Nieves, término de El Burgo.
Seguí la búsqueda
hasta dar con otro ermitaño PEDRO UGARTE, nacido en Málaga, hijo de
Tomás Ugarte, vizcaíno, y de Elvira Méndez de Sotomayor en 1510.
Su oficio era el de inspector de en los astilleros para la
construcción y reparaciones de embarcaciones y obras del rey.
Marido devoto de su
mujer, que le dio tres hijos: don Pedro, doña Jerónima y don Íñigo.
Esposa que falleció a temprana edad. Pasaron algunos días cuando la
familia pensaba que el dolor por la perdida repentina de su mujer
empezaba a remitir, se apartó de todos ellos inesperadamente. Con
disimulo tomó rumbo a la sierra para ver la vida de los ermitaños
de la Virgen de las Nieves. Varios días los que paso con ellos,
tanteando su fuerza con aquellos rigores, se probó con ellos,
consideró la disposición de la tierra, la fuerza de la vida de
aquellos hermanos y experimentó el regalo interior que la Virgen
hacía a sus servidores.
Volvió Málaga con
su familia y fue recibido por todos con felicidad y más aún cuando
supieron donde había estado. Casó a su hijo mayor en Antequera,
acomodó con unas parientas a doña Jerónima, y llevó consigo a
Íñigo, cuando aún no había cumplido los diez años. Luego se
vistieron él y su hijo con la penitente jerga, y comenzó la carrera
con valentía; todo se la hacia fácil, a ninguna obra de trabajo se
negaba, y las más humildes se entregaba.
Como el
entendimiento era grande, el juicio claro y la razón viva, de hablar
elocuente y la persona tan respetuosa, con facilidad se llevó tras
de sí y su ejemplo a los demás ermitaños y les fue de mucho
provecho. Profesó al año los votos simples con licencia del obispo
de Málaga y obedeció al Hermano Mayor como a Cristo.
Doce años vivió en
esta tierra, dedicando su tiempo en obras santas. Se levantaba dos
horas antes de amanecer, tiempo que dedicaba a la oración, hasta la
salida del sol. Después se iba a labrar un pequeño huerto, a
trecientos pasos de distancia. En ella tenía hortalizas, flores y
árboles, y los regaba con un arroyo perenne que pasaba por medio;
infundiendo admiración a los que lo veían por su abundancia, que lo
juzgaban como obra de la misma providencia para comodidad de su
siervo, pues en muchas leguas alrededor no se conocía una tierra
mejor y tan a propósito para la huerta. Llegado el momento señalado
volvía para la oración, la lección y a otras obras de manos.
En una gran cueva
labrada por la naturaleza la acomodo como vivienda para traer a su
hija Jerónima y su hijo pequeño Íñigo, de la siguiente manera: la
distribuyó en dos partes mediante una tapia: la primera sería para
el recibimiento, puliéndola de tal manera que con su sudor pudo
pintar algunos santos del yermo y a Santa María Egipciaca; en la
segunda parte, con más carencia de luz, acomodó un altar que servia
de oratorio, un lecho para él, abierta en la peña viva, otro
aposento para Íñigo, también tallado en la piedra y otra para
Jerónima, a quien el amor de padre facilitó una vida áspera y sin
regalo.
Desde Málaga y
Ronda venían a visitarle caballeros y religiosos, sin que la dureza
del camino con las gélidas temperaturas que otorga el invierno o las
altas temperaturas del verano fuera un impedimento para las
frecuentes visitas. A finales del año 1568 hubo un levantamiento de
los moriscos:
“...las
incursiones y las rivalidades también se cebaron en el bando
rebelde. Su primer caudillo, Abén Humeya, fue asesinado por Abén
Aboo, que se alzó como nuevo rey, nombrando su general a El Habaquí,
que también acabaría asesinado por Abén Aboo, deshaciendo de ese
modo unas primeras negociaciones de paz con don Juan de Austria,
tenidas en mayo de 1570 y protagonizadas por El Habaquí. La
insurrección, además, se extendería a la serranía de Ronda.”
“Felipe II y su
tiempo”. Fernández Álvarez, Manuel. Editorial ESPASA.
Situación que creó
temeridad de los demás del reino de Granada, porque habían sido muy
crueles con todos los cristianos y, especialmente, con los
sacerdotes; no obstante, respetaron a PEDRO UGARTE, rendidos por la
espiritualidad de su vida, quien no sólo no recibió de ellos malos
tratos, sino que pudo predicarles y rogarles el reconocimiento de su
yermo, dándose en algunos casos de darles limosnas.
A la edad de los
setenta y dos años de su peregrinación, le sobrevino una enfermedad
y presintió que la hora de su partida estaba cerca. Hizo llamar a su
hijo he hija y a un zagal que les servía llamado Marco, los exhortó
a la virtud y amor de Dios, hablando a cada uno de ellos según sus
necesidades y estado. A Íñigo lo envió a Málaga con el fin de
pedirle permiso al obispo para ser enterrado en el lecho de piedra
que tenía hecho. Una vez que obtuvo la licencia y tras avisar al
Hermano Mayor del aprieto de su padre, volvió con diligencia a la
cueva y a su llegada lo halló difunto; era el año 1582. Avisado los
clérigos de El Burgo para que hiciera los oficios, con lágrimas de
todos los presentes, aquel cuerpo quebrado y espejo de la virtud.
Llegó Pedro, su hijo
mayor, dispuso todo lo que faltaba, se llevó a su hermana, la que
tiempo después profesó como religiosa. Íñigo perseveró en la
cueva por un tiempo, con la compañía de Marco. A los pocos meses la
dejó para ir a Roma. Al quedar la cueva vacía, todos los pastores
se aprovechaban de la cueva y la profanaban con su ganado. Hecho que
no fue consentido por los eclesiásticos de Ronda que aquel venerable
cuerpo descansase entre brutos, lo trasladaron a la ermita y hospital
de Santa Bárbara, que ocupaba el sitio de la actual iglesia de
Nuestra Señora del Socorro de la ciudad en el año 1587.
Al llegar al lugar
los primeros carmelitas, hallaron el cáliz, la patena y casulla con
la que hacía la misa, un cuadro de nuestra Señora y un Ecce Homo de
pintura antigua. Conservaron todos los enseres en el convento en
memoria de PEDRO UGARTE, menos la túnica, que pronto se deshizo por
ser de lana.
En 1635, los
rondeños indujeron al cabildo para colocar los restos de PEDRO
PECADOR en un lugar más ostentoso, para lo que el obispo de Málaga,
fray Antonio Henríquez, concedió los permisos necesarios el 5 de
diciembre de ese año. Fueron traídos a la ciudad de Ronda por el
visitador del obispado y vicario de la misma, el Dr. D. Alonso
Mercado. Al día siguiente se procedió a los informes y previas
declaraciones de los testigos del reconocimiento del cadáver que
hallaron en dicha ermita y de haberlo visto sepultar cuando se trajo
de la sierra.
Se abrió, pues, el
altar de la Concepción y el criado de Sta. Cecilia sacó de él una
gran caja en la que hallaron un total de 93 huesos siendo la mayoría
pequeños. Así lo describe Juan José Moreti en Historia de la
Ciudad de Ronda:
...fueron
colocados en un lujoso féretro y trasladados al siguiente día con
grande ostentación y pompa, concurriendo las comunidades, el cabildo
y todo lo principal del pueblo, llevando blandones encendidos, y
entonando el clero su responso, llego el cortejo a la iglesia de Sta.
María de la Encarnación,en donde colocaron la caja que contenía
aquellos restos en el hueco del altar mayor.
Se escribió un
epitafio por el anticuario de la ciudad de Ronda, don Macario Fariña:
Justus
eremi cultor, presbiter inditus olim. Marmore sub gelido Petrus
Ugarte jacet
A continuación
escribe un hecho insólito:
Cuando se rompió el
altar de Sta. María para la colocación del féretro, dicen unos
apuntes, que se halló el cuerpo de un niño pequeñito que estaba
incorrupto y casi se le veía reír. Nadie daba razón de quien le
habría enterrado allí; pero un anciano sacerdote dijo haber oído
que aquel altar no se había abierto mas que sepultar a un niño de
Fonseca, el primer gobernador de Ronda. Mas esto habrá ya
desaparecido, porque el altar mayor de entonces debió hallarse donde
hoy el coro, ó poco más adelante hacia el N.
Tres
centuria, en el año 1920, el sacerdote don Eugenio Sánchez
Sepúlveda, con motivo de unas obras en el altar mayor de la citada
iglesia, dio con un sepulcro, y dentro del mismo halló dos pequeñas
placas en las que aparecía cincelada una inscripción.
Macario
Fariñas escribió una monografía, dice así: Vida
exemplar del siervo de Dios Pedro Ugarte, sacerdote solitario, en el
desierto de las Nieves, cuyas cenizas, a instancias del autor, se
trasladaron y depositaron en la Iglesia Mayor de la ciudad de Ronda.
Sobre la persona de
PEDRO PECADOR se cuenta otra versión descrita en “Málaga
Sobrenatural” del escritor de investigación José Manuel
Frías. En una persecución en la que un musulmán era perseguido por
un alférez perteneciente a las tropas de los Reyes Católicos, de
nombre Pedro. El musulmán, aterrado por su perseguidor, atravesó a
toda prisa un zaguán y tomó un estrecho pasadizo en dirección a un
corral, empujó una puerta achatada para perderse en la oscuridad, y
tras su paso el valiente Pedro, pero recorrido apenas unos metros, un
violento sonido lo alertó, pero no le dio tiempo para evitar el
desprendimiento del techo, que lo dejó sepultado en cuestión de
segundos. Fue un golpe tan violento que el alférez Pedro quedo
inconsciente entre los escombros durante toda la noche, hasta la
mañana siguiente que pudo volver en sí. Aunque estaba dolorido y
magullado, pudo apartarse de encima los restos de madera y piedra que
lo aprisionaban, descubriendo una pequeña talla de la Virgen que
seguramente estaba escondida en una false pared y milagrosamente
intacta, ocurriendo un portento sobre ella apareció una luz en la
que se leían las siguientes palabras: “Por tus pecados, Pedro”.
Asombrado por los
hechos de dicha visión, se arrodilló y oró, entendiendo que la
virgen le había cortado el paso para que no acabara con la vida del
árabe, he indicándole de aquella manera de que debía de abandonar
esa vida empleada en derramar la sangre del enemigo. Se puso en pie,
partiendo su espada en dos y la arrojó a los pies de la talla
prometiendo a la imagen una vida de penitencia y ayuda al prójimo.
Una vez realizada la promesa, decidió llamarse PEDRO PECADOR, y se
llevó la talla de la Virgen, salió de la casa en ruinas y comenzó
su vida de ermitaño.
Bibliografía
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VÁZQUEZ OTERO, Diego.
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