"A tales tierras, tales hombres. Unos y otros primitivos."
Florentino Hernández Girbal
En la década de 1930, al igual que en décadas anteriores, en los pueblos de la Serranía de Ronda la vida cotidiana era muy dura, una vida mísera en unas tierras inhóspitas. Girbal lo describe de la siguiente manera: "...en cuyas inmediaciones sólo se comprendía la existencia del corzo y de la cabra montés, vivían personas. Costaba trabajo creerlo, pero allí estaban. Y en contra de lo que podía esperarse crecían sanos y hasta fuertes".
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Fuenfría Alta, lugar dónde se cometieron los hechos. |
Circunstancias que, a dichas personas, además de crecer sanos y fuertes también se caracterizaban por su extraordinaria viveza. Siempre al acecho para caer con rapidez sobre cualquier cosa que les permitiera sobrevivir. Con las mismas ocupaciones que sus ancestros hace trescientos años con rebaños de cabras y ovejas, otros tundían y trazaban esparto, el cultivo y cortaban y quemaban árboles para hacer carbón.
Allí nadie sabia leer. Los más afortunados únicamente podían juntar con trabajo las letras. La mayoría de las personas ignoraban el día, el mes y el año en el que vivían. Muchos desconocían su edad. Se alimentaban de pan negro, patatas cocidas y de vez en cuando tocino. Los garbanzos era un manjar. El chocolate sólo lo probaban cuando enfermaban. Y si la vida se le escapaba por momentos, como último y exquisito bocado le daban pan blanco. Sólo en aquel supremo instante comían de él hasta hartarse. También se decía que si en casa de un pobre entraba un jamón, el jamón estaba malo o en la casa hay un difunto. También se de decía que en Igualeja solo se veía calcetines los días que el alcalde, de vez en cuando, iba a Ronda. Sin embargo hay ricos.
En las noches largas y gélidas de invierno, apretados en los rústicos camastros, surgía el amor salvajes e incestuoso. La hermana se quedaba embarazada del hermano o la hija del padre. Y el crío vivía o moría según la circunstancias.
En ocasiones se llegaba al crimen por desesperación del momento por el que se esta viviendo. Como le sucedió a una mujer conocida por el sobrenombre de "la Rijada". Vivía en una choza, junto al río, sin marido, madre de seis hijos pequeños y su padre muy anciano, medio paralítico y ciego. Todos a su cargo. Tras varios días lloviendo en el mes de abril se inundaron las tierras, quedando borradas las trochas y veredas. El agua crecía y crecía. La familia se quedo aislada. Al tercer día se quedaron sin pan. Pasaron dos días más sin probar bocado alguno. Los niños hambrientos, clamaban sin cesar:
-¡Pan, madre, pan!
Y el padre les acompañaban, cargante:
-¡Pan, hija, pan!
A los pocos días, la mujer, empujada por aquellos lamentos que hora tras hora llenaban la choza, se echó decidida al agua. En varias ocasiones estuvo a punto de ahogarse. Consiguió, al fin, llegar a un caserío y compró dos panes. Apretándolos feliz contra su pecho emprendió el regreso. Cuando estaba cerca de su casa, se apresuro para llegar cuanto antes y así calmar el hambre, pero a punto de ganar la orilla, los dos panes se les escapo de entre sus brazos hasta caer en el agua y, se alejaron arrastrado por la corriente.
Con las ropas chorreando "la Rijada" entró en la casa y se acurrucada en una esquina impotente y llorosa. Sus hijos la rodearon. Miró entre lágrimas los ojos implorantes y escuchó de sus labios las mismas palabras:
-¡Pan, madre, pan!
El abuelo, con voz afligida, repetía:
-¡Pan, hija!...
Pasaron lentísimas las horas sin que ni unos ni otro callaran. Al caer la noche y el cansancio durmió a los niños. Pero su padre, no. Incansable, sollozaba:
-¡Pan, hija!
Ella se tapó los oídos para no escucharle. También se sentía devorada por el hambre, pero sufría en silencio sus dentelladas. La petición del padre, que no podía satisfacer, siguió sonando en toda la choza. Las dos palabras se le clavaban lentamente como dos agudos puñales en la mente. Hasta tal extremo es su desesperación que hasta se olvidó de su propia hambre. Lo que más quería en ese preciso momento era no seguir oyendo la voz implorante y torturadora del anciano padre. De pronto se levanto. Enloquecida, buscó el martillo de tundir el esparto y se acerco al anciano.
-¡Pan, hija!-murmuró.
Alzó la herramienta y le golpeó en la frente con todas sus fuerzas. El deteriorado anciano vaciló en su asiento y dejó caer un gemido. Un hilo de sangre empezó a resbalarle por el rostro, abriéndose paso por sus arrugas. Moribundo aún pidió con un hilo de voz:
-¡Pan...!
No llego a tiempo de decir "hija" al igual que en otras ocasiones. Le golpeo una segunda vez y le hizo enmudecer para siempre. Y allí se quedo sin vida, desangrándose. Ya era uno menos a pedir pan.
Durante muchos años en los pueblos de la serranía se produjeron hechos dramáticos. Hechos que se iban deformando cuando iba avanzando de boca en boca. Y de algunos de ellos salían los bandidos que posteriormente iban a la protección de la sierra y con ellas se fue escribiendo las historias trágicas de la Serranía de Ronda. Luchando en contra del orden establecido he imponer su propia ley. Hubo muchos, pero ninguno de ellos llego a la talla y a la forma de José María "el Tempranillo" o de Diego Corriente. Por lo general fueron hombres de pocos arrestos y escasa inteligencia que supieron hacer, a lo largo de su corta vida más derroche de crueldad que de honor y valentía.
Sobre los habitantes de Igualeja en Ronda decían: "Los de Igualeja todos iguales, todos iguales".
Aunque era generalizar, porque en el pueblo había pastores, contrabandistas, labradores y arrieros. Se dice que el nombre de la villa se debe, curiosamente, tras pasar a manos castellanas, de haberse repartido por igual entre los repobladores cristianos. Situado en lo mas profundo de un barranco, justo a orillas del espectacular y considerado nacimiento del río Genal. Sus casas de hasta tres y cuatro plantas, extraño en esta parte de la Serranía, alzándose al cielo como los árboles en busca de la poquita luz y claridad que allí penetra. El puente que cruza el río divide al pueblo en dos barrios: el Barrio Bajo y el Barrio Alto o de Santa Rosa.
Francisco López García, antiguo alcalde de Igualeja, escribió una novela "La maldición de los Caileres" en el año 1983, describió al pueblo y sus vecinos, aunque simulado su nombre por el Jereña, escribía lo siguiente:
El pueblo no tenía horizontes, la montaña se le caía encima, lo aplastaba. Por eso decía el reverendo, medio en broma, que estas gentes, tenían pocas luces. Y es que, en verdad, en Jereña charlan, pelean, y discuten hombres y mujeres, porque la vida le extraen de la sustancia de la tierra. La posesión de una pequeña parcela, un castaño, la encina lindera, son motivos suficientes para odios de años. Se lleva el sufrimiento a cuestas.
En Igualeja vio nacer a dos conocidos bandoleros. A "el Zamarra" y Francisco Flores Arrocha, del que nos ocupamos en esta ocasión. Flores Arrocha en su niñez vivió los horribles crímenes del "Zamarra" y su teniente "el Niño", ambos de Igualeja, y éste último el brazo ejecutor de las ordenes de su jefe y tío de del futuro y temible bandolero Flores Arrocha, nacido en 1896.
Era el verano de 1931, entre los vecinos de Igualeja había uno de baja estatura, rubio, muy escurrido en carnes y bastante ágil. No bebe, ni tampoco fuma y era de poco comer. En cuanto a las mujeres, era un sultán cuentan los vecinos y con la escopeta no era muy diestro. De nombre Francisco Flores Arrocha de 35 años de edad, casado con María Gil González, con la que tiene cinco hijos: Pedro, Francisco, Antonio, Isabel y María, esta última cuando su padre andaba por la sierra.
En Igualeja a Flores Arrocha y a su familia los llaman "los Periquitomarqués", pues calculan que tienen cinco mil duros por las ventas de un rebaño que había robado. Su madre, "la Marquesa" es como la llamaban, una mujer cargada de arrugas, vivía en una casucha de lo más pobre sin más muebles que su camastro y abrazada a una lata, que antaño contenía pimentón y ahora varios miles de pesetas, o tal vez no pase de una fantasía.
Digamos que en Igualeja no goza de buena fama Flores Arrocha, y en cuanto pueden le huyen. Aunque no hay quien lo pruebe, le acusan junto a su padre de la muerte del alcalde Juan Macías, hecho que ocurrió hace unos años. La mayoría de los vecinos evitan tener discusión con él y esto le hace crecerse. Pero no todos se dejan amedrentar a su voluntad. En varias ocasiones hubo denuncias en la Guardia Civil, las cuales llegaron hasta el Juzgado.
Aunque nunca a sabido juntar algunas letras para formar palabra alguna, es bastante espabilado y de verse tanto entre abogados y jueces dicen que sabe tanto de ley como el que la hizo, lo que le lleva a tener maña para defender su derechos y para mermar la de los demás. A muchos sabe confundir con su palabrería. Sostiene con aparentes razones, sutiles argumentos que sólo le dicta su mala fe y su egoísmo. Se gano el apodo de "abogado de secano".
Como su ambición no ve horizonte, se le antoja a poseer más tierras y en el mes de otoño de 1931, se le mete en la cabeza la idea de hacer suya la finca de su suegro Salvador Becerra. Llama la atención, que los apellidos de la esposa de Flores Arrocha, María Gil Gonzáles no coincide con los apellidos de su padre, Salvador Becerra. Girbal, en su trabajo "Bandidos Célebres Españoles" expone que se ha informado en un gran número de fuentes periodísticas y en todas aparece con el nombre de Salvador Becerra y en cambio, en la partida de defunción de Flores Arrocha, se dice que el nombre de la esposa es María Gil González. No coinciden los apellidos. ¿Becerra podría ser un apodo?. Lo hubiera aclarado la partida de casamiento de Flores. Fue a Igualeja en el archivo parroquial como en el Registro Civil, pero ambos resultaron destruidos durante la Guerra Civil entre los años 1936-1939.
En Igualeja, ya se conoce y se habla sobre las intenciones de Flores Arrocha de comprarle la finca a su suegro.
-A Flores no le vende Salvador la finca.
-Se la vende a un primo suyo, según dicen.
-Si eso es verdad, Flores los mata.
-¡Y tanto!
-Hasta la mujer lo asegura.
-Un cabrero de Parauta le ha visto ante de anoche rondando la Fuenfría.
-Eso hará carne.
-¡Y pronto!
Lo conocen bien y aciertan con el pronostico.
La finca en cuestión esta situada en la Fuenfría Alta, en la Sierra de las Nieves, lindando con el Valle del Genal. La Fuenfría, además también se encuentra dividida entre los términos de Ronda e Igualeja. Lo que da a que exista la Fuenfría Alta y la Fuenfría Baja, situadas en Ronda e Igualeja respectivamente.
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Fotografía sacada del libro "Bandidos Celebres Españoles". Girbal |
Cabizbajo y sombrío camina durante largo tiempo por las calles de Igualeja. Él no ha sido de los que bebe, pero las circunstancias le lleva a entrar en varias tabernas y apura bastante las copas, después de ir por las calles de Ronda de abogado en abogado para ver cuál de ellos le daba la razón a su idea. En todos recibía la misma respuesta:
-Si su suegro no le quiere vender a usted la finca, no se la venderá. Nada ni nadie le puede obligar a ello.
Con el tiempo, las presiones de Flores Arrocha por hacerse con la Fuenfría Alta, se convirtieron en amenazas: O es mía o no es de nadie.
Se aprovisiona de cartuchería, tocino y pan en Ronda. A primera hora de la tarde regresa a Igualeja. Camina apacible, mientras va meditando amenazador su proyecto. A su espalda lleva una vieja escopeta y un zurrón serrano de piel de cabra en la que ha guardado sus compras. Viste con una tosca camisa, pantalón de pana y un zamarrón gris. Calza unas alpargatas de esparto y cubriéndole la cabeza una gorra de orejeras que le caen sobre las mejillas y con barba de varios días. Sin saber que aquella va ser su mortaja.
En el camino se cruza con un vecino del pueblo, que le pregunta:
-¿Dónde vas tan armado, Flores?
-A pájaros. A unos pájaros muy grandes que me salen por la Fuenfría.
-¿Perdices?
-No. No son pájaros de comer
-Que se te de bien.
-Eso quiero yo. Con Dios, que voy con prisa.
Y emprende el camino hacia la sierra, hasta internarse en la Fuenfría.
La Fuenfría Baja pertenece a la familia de los Flores y la Fuenfría Alta que es la que dirige directamente Salvador Becerra, que es por la que Flores Arrocha tiene tanto interés, llamada La Mentirola, de allí es muy conocida las patatas y los habitantes de las poblaciones cercanas iban a la Fuenfría a comprarlas.
Ya en la casa de su suegro, él le recibe de malísimo talante. A poco de comenzar la conversación, esta sube de tono. Siendo Flores el que más grita, si no se la vende por las buenas será por las malas. Asustada, sale de la casa Anita, una de las hijas de Salvador y cuñada de Flores. Éste se enfurece con el suegro y se echa un paso atrás y levanta la escopeta y al tiempo que apunta, la joven se adelanta para proteger a su padre. Suena el disparo y Anita se desploma en el suelo sin vida. Y Salvador, herido de gravedad, dobla su cuerpo y también cae. Finge estar muerto para engañar a Flores Arrocha. Tras el sonido del disparo acuden algunas personas, y mientras en el lugar de los hechos se lamentan de lo ocurrido, Flores huye buscando refugio seguro en las zonas escarpadas de la sierra que tanto conoce.
En el pueblo domina el miedo y la sospecha. En los bares se hablaba en voz baja, casi en susurros los comentarios. A partir de los crímenes, tanto en la Fuenfría Alta, propiedad de Salvador y en la Fuenfría Baja, propiedad de la familia Flores, ante el temor de represalias, algunos quedaban en guardia de día y de noche con la escopeta cargada, esperando al hipotético ofensor. La lucha fría y abierta entre las dos familias era una realidad.
Entre copas de aguardiente de la Serranía de Ronda, los hombre seguían comentando:
-La mujer de Flores decía convencida de que su marido mataría a su padre.
-Yo me calculaba lo que iba a pasar, me encontré con un cabrero de Parauta y me dijo que ayer por la tarde se encontró a Flores Arrocha rondando la Fuenfría con una escopeta al hombro.
-Yo lo he visto esta mañana a su mujer y no parece que le haya afectado mucho la muerte de su padre, porque la noté contenta.
-¡Esa es una mujer con malas tripas! ¡Si señor! ¡Eso es lo que s dice tener mala leche!
-¿Y la Guardia Civil ha dado con alguna pista para encontrar a Flores Arrocha?
-¡Que va a dar!¡Flores Arrocha conoce la sierra como la palma de su mano!¡No les será fácil dar con él!
-Y mucho menos con lo que prometió cuando huyó.
-¿Que dijo?
-Que volvería para terminar con toda la familia de su mujer.
-¡Y eso lo hace!-sentenció otro
La Guardia Civil inicia los preparativos para realizar la persecución de Flores Arrocha, pero como en casos similares, los obstáculos que se encuentran para dar con él son innumerables, dos de ellos son el dominio que tiene Flores sobre el terreno, que tan bien conoce y la otra, la ayuda que recibe de algunos vecinos dando información falsa de donde se encuentra.
Hay una tradición de hace muchos años de cuando un hombre se echa a la sierra, los pastores del lugar, junto a los familiares que viven en cortijos están bajo su escopeta y si estos no se chivan el bandolero además de respetar sus vidas y sus fincas, las protege.
Muchos vecinos de Igualeja que antes no podían ni verle, ahora están a su lado. Situación que dificulta las labores de búsqueda de la Guardia Civil, que en un comienzo había designado a cincuenta miembros para apresar a Flores Arrocha en una sierra que él conoce de sobra que abarca desde Ronda hasta los pies de Marbella y Benahavís. Un terreno muy amplio a cubrir, mientras tanto le llegan comentarios en los pueblos de como una vecina del pueblo que un día iba a caballo para subir a un cortijo a la sierra y se encuentra con Flores Arrocha.
-¿Que hace usted aquí? -le preguntó sorprendida.
-He sabido -le responde- que la señora iba al cortijo, y como en estos tiempos están pero que muy malamente frecuentados, pues me he dicho: ea, vamos acompañarla, no le vaya a ocurrí algún disgusto.
Durante el trayecto no fue a su estribo por temor a encontrarse con alguna pareja de la Guardia Civil por el camino, pero él sigue de muy de cerca,, saltando de risco con la agilidad de una cabra montés.
-De cuando en cuando -continua contando ella- veía brillar el cañón de su escopeta cuando le alcanzaba la luz del sol y me sentía tranquila y segura.
El desanimo de los guardias es cada vez mayor. Llegan al pueblo los pastores dando la voz de alarma diciendo que han visto a Flores Arrocha en el castañar o en algún camino en concreto y allí que iba la Guardia Civil en urgencia para ponerle los grilletes y después de varias horas de búsqueda sin resultado, eran cuando se dieron cuenta de la falsa alarma siendo el momento en el que el bandolero Flores Arrocha llegaba al pueblo para el aprovisionamiento de víveres y municiones y se ha marchado tranquilamente.
De vez en cuando la Benemérita oye las voces desafiantes de Flores Arrocha desde lo más alto de un risco. Los guardias intentan atraparlo mediante emboscadas. Pero en los pueblos les conocen y en todo momento saben cuanto son dónde están. Todos los espías, los hombres, mujeres y niños. La única manera de dar con él es por un chivatazo y a esto nadie se atreve.
Pasan los meses y Flores Arrocha sigue campando a sus anchas sin que puedan dar con él. En varias ocasiones hace frente a la Guardia Civil e intercambian disparos y luego él desaparece sin saber por dónde. El mito empieza a surgir. De la repugnancia por su crimen da paso a la admiración por su valor. No existe día sin que lleguen a Igualeja noticias del bandolero a través de pastores o carboneros.
-Ayer iba por el Arroyo Negro -comenta uno- Me pidió un chivo para asarlo y me dio dos pesetas.
-Por las noches, siempre esta al acecho en la Fuenfría. Dicen que lo han visto por esa zona. El suegro esta sentenciado, y lo sabe.
-Entonces puede darse por muerto.
Transcurre un año desde el crimen de la Fuenfría en la que falleció Anita y ha tenido poca repercusión en la prensa. Y la presencia de Flores Arrocha en la sierra parece disminuir. Sigue en busca y captura, pero con moderada actividad. Es una sierra tan intricada que no se le da gran importancia a la vida de un hombre. Suponen que es cuestión de tiempo que se le encuentre sin vida para darle entierro y paz. Cuenta más, muchísimo más la gallardía del matador que se salta valeroso la ley y la de imponer la suya frente a un haz de fusiles sin otras armas que su astucia y su escopeta.
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Charco Malillo. Se cuenta que bajo el agua había la entrada a una cueva subterránea en la que en ocasiones se escondía Flores Arrocha de las batidas de la Guardia Civil. |
También se cuenta un hecho acontecido y poco conocido, fue en las proximidades del Puerto Capuchino entre el Alcojona y el Abanto, en el que un día descansaba el bandolero acompañado de uno de sus hijos. Había encargado al niño que vigilara y éste se quedó dormido. Motivo por el que no se dieron cuenta de la proximidad de una pareja de la Guardia Civil, dándole tiempo a coger la escopeta y salir corriendo, dejando en el lugar el zurrón con el niño. La pareja de la Guardia Civil formada por el cabo Lanzas y el guardia Corbacho marcharon con el niño. Llegaron a una casa en la parte alta del río Verde, de la familia Agüera. La mujer puso tres tazas de café y el guardia Corbacho le recriminó que pusiera café al hijo de un asesino, a lo que el cabo Lanzas respondió, quien tenía una relación de respeto mutuo con Flores Arrocha, que el niño no era culpable de lo que el padre fuera. Tras el café, retomaron la marcha de regreso subiendo por la empinada cuesta de las Lajas. Mientras tanto, el bandolero que había estado observando, llegó a la casa, tomó una taza de café y entre el Puerto Capuchino y la ladera del Alcojona llegó al camino de La Nava, donde esperó a los guardias y al niño. Tras encañonarlos, les ordenó que le devolvieran el zurrón y dejaran libre al niño, que corriendo marcho a Igualeja. Los despojo de sus armas y les dijo que la depositaría en un lugar del camino para que las recuperasen y les prometió que por él no se iba a conocer esta historia, que si ellos querían contarla, que la contaran, lógicamente no lo hicieron.
Otro hecho ocurrido poco conocido, ocurrió en el Cortijo de la Cruz, dónde vivía José Domínguez Moreno y sus hijas, Ana y Francisca de ocho y seis años de edad, cocinando habichuelas cuando apareció Flores Arrocha por la puerta, entró en la casa y en la puerta dejó la escopeta y el zurrón en el quicio de la puerta. José le recriminó lo descuidado que era; en ese justo momento pasaban una pareja de la Guardia Civil que, viendo la escopeta y el zurrón, imaginaron que el bandido se encontraba dentro de la vivienda: Dieron el alto, a lo que Flores respondió con un rápido movimiento que le permitió alcanzar la escopeta y encañonar a los civiles que huyeron despavoridos hacia el río, en medio de los disparos.
Los guardias, que los componía el número Castilla (la R.A.E define al número, en su entrada número 8, al "Individuo sin graduación en la Guardia Civil) y a otro al que llamaban Gorbachón, subieron hacia el cortijo varias horas después. Durante ese transcurso de tiempo Flores ya se había marchado.
Para que Flores Arrocha llegue a alcanzar un renombre nacional sólo hace falta que se cebe con los de la Fuenfría, y es algo que él ha prometido. La muerte de su cuñada no le satisface porque él iba a por el padre. En sus largas horas de soledad entre los riscos de la sierra envueltos por la gélida niebla, días de sol resplandecientes y al amparo de las estrellas. Su mujer tiene razón: "Todavía no saben quien es Flores". Pronto lo sabrán.
Es otoño de 1932, la Guardia Civil sigue vigilando, pero todo lo ocurrido esta cayendo en el olvido. Las noticias recibidas son escasas y muy poco se escucha en corralillos y tabernas. Y las que hacen correr carecen de importancia.
-La mujer de Flores está embarazada. Y dicen que es el marido.
-¡Claro! Viene de noche.
Mientras tanto los guardias siguen preguntando a los vecinos por dónde han estado y si han visto a Flores Arrocha. Mientras tanto saben que el bandido es capaz de mandar a toda la familia al camposanto, y es una situación que la Guardia Civil sabe que va a pasar, razón por la cuál en casa de Salvador llevan viviendo más de un año una pareja de la Benemérita.
El hijo pequeño de Flores, llego corriendo hasta llegar a un chozo en busca de Pedro Cerrerías, sobrino del bandido:
-¡Pedro! ¡Pedro! ¡Dice mi padre que subas a la sierra con él y que no te olvides de llevar tu pistola!
Pedro sentía una gran admiración por su tío Flores Arrocha, se dispuso a ponerse en marcha sin vacilar. La madre le pregunta:
-Pedro ¿vas a hacer lo que te ha dicho el chico?
-Claro que sí, madre.
-¿Y si fuera tú padre el que te lo pidiese, también lo harías?
-También lo haría, madre.
La madre lo miró fijamente y le dijo, lo que toda la Fuenfría sabía desde hacía años:
-Pues ve con Flores, porque Flores no es tu tío; es tu padre.
Pedro cogió la pistola y marchó hacia la escarpada sierra y en el camino se encontró con Flores Arrocha.
-¿Estás dispuesto a ayudarme? -le pregunta Flores.
-Y to´lo que usted ordena -le contestó.
-Vamos a terminar con esos canallas de una vez. Por su culpa estoy yo perseguido y escondido en la sierra.
En la fría mañana del 30 de noviembre de 1932, al alba, en la Fuenfría Alta, Salvador y su hijo Juanito, un joven de 16 años, araban con una yunta de mulos en un pequeño barrancal. De acuerdo con las instrucciones de la Guardia Civil debían mantener a corta distancia una escopeta para así defenderse. Encima de ellos, en el cero de la Mesa, en un saliente, dónde crecen abundante jara, encinas y pinos.
Padre e hijo entretenidos en la faena, el hijo le pregunta al padre:
-¿Lo dejamos ya, padre?
-Unas vueltas más-le contesta-. Hay que aprovechar que hoy está alta. ¡Quién sabe el tiempo que hará mañana!
Siguen callados barriendo la tierra al paso calmado de la yunta. La claridad aumenta.
-¿Nos vamos ya, padre?-insiste el hijo.
-Una vuelta más, hijo.
Atentos a su labor, están a punto de concluir, ajenos al peligro que los espera. Son Flores Arrocha y su hijo Pedro deslizándose por las aulagas para hacer cumplir sus amenazas.
De pronto, la voz airada del bandolero sale poderosa entre los arbustos:
-¡Toma! ¡Ríete luego de Flores!...-dice.
Al tiempo retumban dos disparos. Los pájaros salen asustados de entre los árboles y rasgan el aire con agitado revoleteo. A continuación suena otra descarga. Salvador se desploma sin vida sobre el terreno. Su hijo, que ha quedado herido, grita desesperado:
-¡Padre! ¡Padre!...
Y corre a su casa a toda prisa. En aquel preciso momento aparece el sol barriendo la niebla. Bajo su resplandeciente luz continúa la feroz venganza. Pedro realiza varios disparos sobre la yunta de mulos. Las bestias, lanzando unos penetrantes y dolientes relinchos, pugnando inútilmente por romper las ataduras. Unidas como están, doblan sus patas y caen con un sordo estruendo sin sacar las cabezas del yugo. La sangre de Salvador y de las bestias es absorbida por la tierra.
Flores se adelanta y dispara sobre la fachada de la casa. Josefa, la mujer de Salvador, aparece por la puerta y en sus brazos su hija Isabelita de pocos meses de edad. Agarrado a la falda, Juanito mira a los bandidos con mucho miedo y con la otra mano apretándose la herida del hombro manchada de sangre. Los tres salen llorando por el miedo.
Flores se vuelve hacia Pedro y lo anima:
-¡Matémoslos a todos!...¡Que no queden testigos!
Con ojos desorbitados, con todo su cuerpo temblando, Josefa tiende hacia él su mano huesuda para implorar piedad, mientras con la otra aprieta fuertemente contra su pecho a la niñita. Intenta hablarle, pero las palabras no llegan a salir de su garganta, el pánico se lo impide. Momento que Flores dispara a discreción sobre el indefenso grupo. Juanito, que en el momento del disparo cae al suelo asustado, busca su salvación en la huida. Con la agilidad de sus pocos años no le alcanza los disparos que contra él dirigen los bandidos y se pierde en el pinar.
Embriagados por la sangre, Francisco y Pedro lanzan gritos de júbilo. Luego, animados por un sadismo de lo más salvaje, se entregan a horribles mutilaciones con el cuerpo de Josefa.
-¡Déjalo Pedro! -le dice el padre- Dará aviso a la Guardia Civil, vámonos.
A continuación se le ocurre una macabra idea.
-Suelta a los cochinos y que hagan el trabajo por nosotros.
Durante toda la noche los cerdos se cebaron con los cuerpos de Salvador, Josefa, Isabelita y los mulos.
A la mañana siguiente, la Guardia Civil llega al lugar de los hechos y se encuentra con los huesos ensangrentados de todos ellos.
Este crimen tan atroz de la Fuenfría produce un gran impacto en toda la Serranía de Ronda. Los vecinos, no sólo de Igualeja, sino de los pueblos cercanos, piden la pronta captura de los asesinos. La Guardia Civil inicia su persecución, pero Flores y Pedro, amparados a lo escarpado del terreno, logran burlarles. Toda la prensa nacional da amplias informaciones de lo sucedido. Algunos periodistas abultan los hechos rodeándolo de sensacionalismo y presentan a Flores Arrocha como una resurrección del bandolero clásico, cuando lo cierto es que esta muy lejos de ello. Sin embargo su nombre suena a todas las horas en las tabernas, en los cafés, casinos y en las barberías de toda Andalucía. En torno a él se intenta tejarse una leyenda. Su andanzas por la sierra esquivando la persecución de numerosas fuerzas son mesurado con admiración en pueblos y cortijos. Se dice que su romance llega a tentar a Federico García Lorca, hasta cuya casa e Granada llegan los sucesos, pero no será el quien lo escriba. Lo hará poco después, con acierto, el poeta malagueño Miguel Pérez Martos. También la actriz cinematográfica Rosa Díaz Gimeno quiere aprovechar la fama del bandolero y anuncia que va a internarse en la Serranía de Ronda para tratar de encontrarse con él y hacer una película sobre su vida.
Dicha película se realizó en Barcelona en el año 1933, con el título "Sierra de Ronda" y el argumento y la dirección fueron de Florián Rey. Tuvo por intérpretes a Leo de Córdoba, Alfredo Hurtado, Pedro López Lagar y José Calle. Se estrenó simultáneamente en Teatro Alcázar de Madrid y en el Salón Kursaal de Barcelona el 23 de abril de 1934.
A los diez días del horrible crimen de la Fuenfría, el viernes 9 de diciembre de 1932, circula por Ronda, llevada por no se sabe quién, la sensacional noticia de que Flores Arrocha y Pedro Cerrerías han encontrado refugio en una casilla de peones camineros del Puerto del Madroño, en el kilómetro 28 de la carretera de Ronda - San Pedro de Alcántara, dispuesto hacerse fuerte vendiendo cara sus vidas. Corre la nueva con toda rapidez y la imaginación popular la rodea al punto de efectos melodramáticos. Se dice que el matrimonio de camineros ha huido antela presencia de los bandidos y que éstos han tomado como rehenes a dos de sus hijos de corta edad. Ronda se angustia ante la suerte que pueda correr las criaturas.
Inmediatamente se dirigen para el lugar seis parejas de la Guardia Civil y otros tantos vestidos de paisanos y armados. La meteorología se pone en contra de la partida de la Guardia Civil. Hay nieve en abundancia y cae sin cesar una llovizna helada que les azota los rostros y entumece las manos. Avanzan penosamente por el frío. Divisan la casilla y extreman las precauciones. No se escucha ningún ruido ni ven ninguna luz. Paso a paso se van cercando en silencio. De un golpe abren la puerta sin resistencia y penetran a la reducida vivienda. Allí no hay nadie. Inspeccionan los alrededores en un gran radio y, como a unos quinientos metros, uno de los guardias ve saltar a dos bultos entre los árboles. Les da el alto y reciben un disparo como respuesta. Se escuchan voces de "¡Alto!" mezclado con el sonido de los disparos. En pocos segundos el tiroteo se intensifica. La niebla se llena de destellos de los disparos mientras que la sierra se estremece a los estampidos de estos. Perseguidores y perseguidos se combaten con ardor durante unos interminables minutos. Cada árbol es una trinchera, cada ribazo una fortaleza. Pero la noche es cerrada en nieve y ventisca hace por momentos dificilísimo el acoso. Los bandidos, grandes conocedores del terreno, saben aprovechar las ventajas que les dan dicho conocimiento del terrenos. Amparándose en los peñascos se van alejando de sus perseguidores sin dejar de disparar. Al poco desaparecen por un profundo barranco. Una vez más se queda todo en silencio. Francisco y Pedro han escapado. Al igual que hace un siglo, el bandolerismo ha dejado clavada en la sierra su bandera.
Cuando los agentes de la Guardia Civil regresan a Ronda pasmado de frío, cansados y de malísimo talante se enteran de que todo aquello de los niños prisioneros y el matrimonio asustado y huido era todo una falsa. Ni siquiera habían estado en la casilla. Fue un cabrero que vio a los bandidos merodeando cerca de ella y de ahí salió todo.
Esta audaz acción de Flores Arrocha, enfrentándose en la noches con la fuerza pública hace crecer su popularidad y su prestigio entre los gentes del campo. Otros los admiran sólo por temor a la escopeta, y no faltan quienes saben ser ciegos y mudos porque su cartera bien repleta obra milagro de rendir voluntades. Para no ser menos que quienes antecedieron a Flores Arrocha dicen, pues, chitón. Y ponen por obra el prudente refrán de que en boca cerrada no entran moscas.
Transcurren los días y Flores Arrocha sigue siendo dueño de la sierra, sin que nadie logre alcanzarle. La prensa airea sin cesar su nombre. Las autoridades ordenan a las provincias acabar lo antes posible con aquel anacrónico brote de viejo bandolerismo. La Guardia Civil no descansa en su búsqueda.
El jueves 29 de diciembre, tras un mes de inerte persecución llega a saberse, por un escrito anónimo, que Flores y Pedro se mueven por la zona del Puerto del Robledal, situado a 1.283 metros de altura. El capitán de la compañía de Ronda, don Rodrigo Hernández Gutiérrez, en colaboración con la de Marbella, dispone de todo lo necesario para cercarlos. Moviliza los puestos de Parauta, Cartajima, Igualeja y Benahavís y a la doce de la mañana del viernes 30 de diciembre tiene bajo estrecha vigilancia todos los accesos. Estratégicamente han distribuido las fuerzas sin dejar el menor resquicio para la evasión. Todos llevan guías facilitados por los Ayuntamientos. El mismo día, por la tarde llegan varias parejas más, procedentes de Ronda y Marbella entre una densa niebla a la Sierra Palmitera para reforzar el cerco. Durante toda la noche permanecen en sus puestos.
Al amanecer del sábado 31 de diciembre la niebla se ha disipado. Con timidez, el sol ilumina la sierra. El cabo del puesto de Parauta, Francisco Lanzas Duplás, llega con un grupo que manda al lugar denominado Majadilla de la Encina, a treinta kilómetros de Málaga, cerca del nacimiento del río Verde. Se encuentra en el lugar la Cueva Pequeña dónde, según un confidente, suelen pernoctar los bandidos. Desde la distancia la observa. Un lugar de fácil defensa. Sólo se puede llegar a él por un camino de herradura que puede dominarse totalmente desde la boca. Si los bandidos están dentro no pueden sospechar que, después de una noche de tan intensa niebla, que nadie haya podido aventurarse por aquellos peligrosos vericuetos en su busca.
El cabo Lanzas tiende la vista por los alrededores y a los pocos minutos ve correr por un cerro, en dirección a la cueva, a Flores Arrocha y a Pedro Cerrerías. Llevan la escopeta al hombro y el segundo sostiene en la mano un zurrón. Inmediatamente pone sobre aviso a los guardias.
-¡Muchachos-le dice-, por allí bajan Flores y Pedro Cerrerías!
Seguidamente les dice que se despojen de los tricornios, pues sus brillos pueden ofrecer un blanco seguro a los bandoleros. Alza la voz dándole el alto y a continuación manda a disparar para impedir que puedan ocultarse y hacerse fuerte entre las quebraduras del terreno. Ellos responden inmediatamente con más disparos. Los bandidos con gran agilidad, avanzan para guarecerse en la cueva sin dejar de replicar con las armas, mientras lanzan a los guardias frases de desafío.
En medio del tiroteo el cabo Lanzas ve aparecer a un niño de unos siete años. Dando pruebas de un gran valor inconsciente, se mantiene en el sitio de mayor peligro, junto a los atacados. Es el hijo menor de Flores que, obedeciendo a su padre, acude frecuentemente al lugar que éste le señala para llevarles víveres y municiones.
Sin dudar ordena el alto el fuego. Momento en que aprovecha Flores y Pedro para llegar a la cueva. El pequeño les sigue. Adelantándose el cabo y grita:
-¿Quién es ese muchacho que os acompaña?
-Es mi hijo -contesta Flores.
-No irás a permitir que muera contigo, ¿verdad? -continua el cabo Lanzas, sin aguardar respuesta añade-. Te damos cinco minutos de tregua para que el chico salga de la cueva y se aleje. Luego haremos fuego sin compasión si antes no decides entregarte.
-¡Eso nunca! ¡Sólo nos cogeréis muerto! Y cuidadito que pienso llevarme a alguno por delante.
Las voces suenan claras en la gélida mañana. El sol, colándose sus rayos por la ligeras nubes, no logra deshacer la blancura del rocío que brilla en los arbustos y en el suelo. Por la cercanía en las que se encuentran, los guardianes ven con claridad la entrada de la cueva. El corto plazo señalado por el cabo Lanzas, a todos le parece una eternidad. Ha transcurrido poco más de un minuto cuando Flores sale con su hijo pequeño, con su recia mano en el pequeño hombro. Mira su pequeño rostro durante unos largos segundos, al fin, con voz ronca, le ordena:
-¡Hijo, márchate!
El niño, obediente, da unos pasos. Se detiene y se vuelve para con sus pequeños ojos mirar a su padre. Antes de que haga intención de continuar el camino Flores se abalanza sobre él y le estrecha emocionado entre sus brazos. Los guardias presencia inmóviles, con las armas en reposo, la dramática escena. Besa después el chiquillo a su padre y sale corriendo.
-¡Con Dios... hasta cuando sea! -se despide Flores de su hijo.
El niño no toma la dirección a Igualeja. Quiere estar allí hasta el final. En una corta carrera gana una altura próxima y en pie, recortada su pequeña figura sobre el cielo gris, se dispone a presenciar lo que inevitablemente ha de ocurrir.
El bandido, ya alejado de su hijo, da fin a la tregua. Con la escopeta en la cara y en unión con Pedro reanuda el combate con la Guardia Civil. Durante un largo periodo el tiroteo es intensísimo. Saltan ramas y piedras por los impactos de los proyectiles. Flores y Pedro, tenaces y valerosos, no dan muestras de cansancio ni de temor. Los guardias tampoco. El cabo Lanzas comprende la ineficiencia del fuego, que amenaza con terminar con las municiones, pide un voluntario para acercarse a la cueva. Quien se ofrece primero es el Guardia Civil Teodoro López Sánchez, de veintiocho años de edad, soltero y natural de Salamanca. Con la bayeta calada y protegido por algunos de sus compañeros que van tras él, logra avanzar en medio de aquella lluvia de fuego. Poco a poco consigue ir cortando distancia que le separa de la boca de la cueva dónde los dos bandidos están atrincherados. Cuando se encuentra a diez o doce metros, un tiro certero de Flores le alcanza de lleno en la garganta y rueda muerto por la pendiente.
Los compañeros que le siguen tratan de auxiliarle y, comprueban que se encuentran sin vida, intensifican los disparos. El cabo Lanzas, que desde su posición domina el punto donde está el bandido, decidido de terminar cuanto antes con aquella situación, hace una arriesgada salida. Flores, al verle se dispone a disparar sobre él. El cabo se anticipa y consigue alcanzarle en el hombro derecho, que tenía al descubierto. Al sentirse herido, deja escapar un terrible juramento y, lleno de ira, intenta incorporarse. El guardia aprovecha el momento y le vuelve a disparar y el proyectil le de en el pecho. Flores cae a tierra. El cabo avanza hacia él, pero con un desesperado esfuerzo el bandolero consigue recoger su escopeta. Aún estando herido de gravedad, tiene fuerza para levantar el cañón. El Guardia Civil Antonio Jiménez, que no le pierde ojo, avisa a su compañero:
-¡Cuidado cabo!
Pero éste no se encuentra desprevenido. Dispara por tercera vez sobre el bandido a muy corta distancia. Cae Flores Arrocha y rueda por la pendiente sin soltar el arma. Queda muerto boca abajo, junto a un arroyo cuyas aguas van tiñéndose poco a poco de rojo.
Su hijo, que ha presenciado impasible le terrible lucha, desaparece de la altura donde se encontraba.
Pedro Cerrerías sigue disparando contra los guardias durante unos instantes. Consigue herir en una mano al Guardia Civil Félix Ochaiza Pérez, perteneciente al Tercio Móvil. Luego huye envuelto por la niebla, que comienza a invadir rápidamente la Majadilla de la Encina. El Guardia Civil Luis Ramos García trato de perseguirle y sufre una aparatosa caída y se produce varias contusiones. Todo hace suponer de que Pedro va herido. Los guardias sigue su rastro y este supuesto se confirma porque, a no mucha distancia, se encuentra su gorra llena de sangre, con cabellos adheridos. En esa búsqueda encuentra al hijo de Flores escondido entre la maleza, llorando desconsoladamente. A la pregunta de los guardias dice que Pedro se ha marchado no sabe dónde después de lavarse las heridas en un arroyo.
También le informa que llevó a su padre setenta cartuchos. Como en los bolsillos del cadáver había solo ocho, Flores disparó casi en la batalla del Puerto del Robredal sesenta y dos, lo que da idea de la intensidad del tiroteo.
Mientras varias parejas continúan la persecución de Pedro Correrías, pese a lo cerrado de la niebla, el cabo Francisco Lanzas envía a otra pareja a dar cuenta de lo sucedido a sus superiores. Dicha pareja también lleva al hijo pequeño del bandido con orden de entregarlo a sus tíos en la Fuenfría.
Al mediodía llega el juez para proceder al levantamiento de los cadáveres. Lo componen el Teniente Coronel don Gerardo Conde, en funciones de juez instructor, don Mariano Gómez, juez de Instrucción de Marbella, los médicos don Félix Cea y don Adolfo Lina y el secretario don José Cervillo. En dos mulos son conducidos los cuerpos a Marbella, pues en cuando todas las diligencias han sido hechas en Ronda, los últimos hechos han acaecido en el término de Benahavís.
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PARADA DE REGRESO A MARBELLA CON EL CUERPO DE FRANCISCO FLORES ARROCHA Y SU ESCOPETA SOBRE UN MULO. |
La partida de defunción de Francisco Flores Arrocha dice así:
En Marbella, provincia de Málaga, a las doce y quince minutos del día primero de enero de mil novecientos treinta y tres, ante don Antonio Romero, juez municipal, y don Antonio Carrasco Sánchez, secretario, se procede a inscribir la defunción de Francisco Flores Arrocha, de cuarenta años, domiciliado en Igualeja y de estado casado, falleció en el lugar llamado Arroyo Hondo, del término de Benahavís, el día treinta y uno de diciembre pasado, a las siete, a consecuencia de herida en la región temporal producida por arma de fuego, según resulta de la orden de la superioridad y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el Cementerio de esta Ciudad. Esta inscripción se practica en virtud de orden del Sr. Juez de Instrucción de este Partido, habiéndola presenciado como testigos D. Manuel Cantos Lima y D. Luis Suárez Nieto, mayores de edad y vecinos de esta Ciudad. Leída este acta se sella con el del Juzgado y la firman el Sr. Juez y los testigos de que certifico.-Antonio Romero.-Manuel Cantos.-Luis Suárez.-A. Carrasco.
Al margen de la expresada acta aparece la siguiente nota:
Como ampliación se consigna de orden de la superioridad que Francisco Flores Arrocha es de treinta y seis años, hijo de Pedro y María, natural y vecino de Igualeja, Casado con María Gil Gonzáles, de cuyo matrimonio deja cinco hijos llamados Pedro, Francisco, Antonio, Isabel y María. Marbella, 4 de enero de 1933.- El Juez Municipal: Antoni Romero. El Secretario: A. Carrasco
Registro Civil de Marbella. Sección 3ª. Tomo 76. Folio 173 vuelto.
Así terminó Francisco Flores Arrocha, como él había elegido: morir matando.
Y como normalmente ocurría con estos casos, la excesiva imaginación de las personas sencillas vieron en él, no al autor de los horribles crímenes acaecidos en la Fuenfría Alta, sino a la figura gallarda del bandolero tradicional, generoso, valiente, atractivo y, por supuesto, invencible.
Tan invencible, que tras conocerse la muerte a manos de la Guardia Civil no creyeron que fuese Flores Arrocha. En Igualeja y en los pueblos vecinos circulaba la noticia que el muerto del Arroyo Hondo era un pobre pastor, padre de seis hijos y que solía andar por aquella zona. Aseguraban con toda certeza que Flores Arrocha había escapado y que para capturarlo en una sierra tan bien conocida por él "hubieran hecho falta un regimiento y lo menos cincuenta aeroplanos".
Tan verídica historia tiene un inesperado colofón. Un telegrama de prensa fechado en Ronda el 30 de enero de 1933, un mes después de la muerte de Flores Arrocha. Telegrama que fue publicado en bastantes periódicos.
Dice así:
El sobrino de Flores Arrocha, que huyó herido el mismo día de la muerte de su tío, parece haber dicho que le vengaría exterminando a toda la familia de los Becerra. La Guardia Civil le persigue sin descanso.
Hoy José Becerra "el Pinacho" salió de Igualeja en dirección a la Fuenfría acompañado de su esposa y una hija de corta edad, las dos montadas en una yegua. El iba agarrado a la cola. Al llegar al kilómetro 22 de la carretera de San Pedro, oyó una voz que decía: "¡Ya caíste!". Inmediatamente sonaron varios disparos que partían de una corraliza próxima. José resultó con tres heridas en el brazo derecho, cintura y codo. El herido volvió rápidamente la caballería y marchó a todo galope a Igualeja, mientras Pedro, el sobrino o el hijo del bandido, seguía disparando sobre él y su familia, sin que afortunadamente hiciera blanco.
Al ruido de los disparos acudió la Guardia Civil, y mientras varias personas conducían al herido para ser atendido, los guardias salieron en persecución de Pedro, sin que hasta el momento lo hayan encontrado.
Pedro había jurado matar a "el Pinacho", por creer que fue él quien denunció a la Guardia Civil el lugar donde se encontraba Flores Arrocha.
El día 3 de febrero del mismo año, también llegaron a publicar en los periódicos, lo siguiente:
En un autobús marcharon a la Serranía de Ronda veinticinco guardias civiles de la comandancia de Málaga para cooperar a la captura de Pedro Cerrerías, sobrino de Flores Arrocha.
El día 18 del mismo mes hubo otro tiroteo con la Guardia Civil en el Puerto del Robledal y en el mes de marzo, ya muerto "Pasos Largos", seguía en busca y captura.
BIBIOGRAFÍA:
-FLORES DOMÍNGUEZ, RAFAEL. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, ANDRÉS. "Sierra de las Nieves. Guía del excursionista". 3ª Edición. Editorial LA SERRANÍA. Ronda, Málaga. 2008
-GARCÍA CIGÜENZA, ISIDRO. "Bandoleros en la Serranía de Ronda". Primera edición en la Editorial La Serranía: mayo de 2008. Ronda, Málaga. 2008.
-HERNÁNDEZ GIRBAL, FLORENTINO. "Bandidos Celebres Españoles. En la historia y en la leyenda. Segunda y última serie. Ediciones LIRA, Madrid. 1973.
-PÉREZ REGORDÁN, MANUEL. "El Bandolerismo Andaluz". Herederos de Manuel Pérez Regordán. Librería Raimundo, Cádiz. 2019.